San Juan de la Cruz, Juan de Yepes (1542-1591) por nombre civil, vivió una infancia en la pobreza. A los 21 años ingresó en la Orden del Carmen y a partir de 1564 completó su formación en la Universidad de Salamanca. En 1567 conoció a Teresa de Jesús, a la que se unió en la reforma del Carmelo. Las tensiones en el seno de la orden motivaron que en 1577 fuese recluido en una prisión conventual en Toledo. Eso propició su eclosión como poeta y místico. Es uno de los grandes de las letras en español.
María Jesús Mancho Duque es catedrática de Lengua Española en la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca. Una de sus líneas de investigación es la espiritualidad del Siglo de Oro, en especial la de los principales representantes de la mística carmelitana.
Avance
San Juan de la Cruz: «»Cántico espiritual». Poesía completa». Edición, estudio y notas de María Jesús Mancho Duque. Real Academia Española. Planeta, Madrid, 2023
La obra poética de San Juan de la Cruz es extraordinaria. El presente volumen de la Biblioteca Clásica de la RAE, el número 48 de los publicados hasta este momento, la presenta en una edición encabezada por el Cántico espiritual, para muchos, la cima absoluta de la poesía mística y amatoria en lengua española. Como suele ser corriente, los poemas vienen acompañado de la Declaración o glosas que el mismo Juan de Yepes redactó para explicar a sus lectores el sentido de sus versos.
El texto crítico del Cántico espiritual y de la Poesía completa se corresponde con el manuscrito del convento de las carmelitas de Sanlúcar de Barrameda, dedicado a la madre Ana de Jesús y autenticado por el propio san Juan de la Cruz, quien introdujo una serie de correcciones y anotaciones autógrafas. Es un códice de 1584. Mancho Duque incluye los nueve romances sobre el evangelio (In principio erat Verbum) en una única composición y añade una breve selección de poesías atribuidas a san Juan de la Cruz y avaladas por la tradición.
Hay, finalmente, un gran apartado de estudios y anexos: la biografía del poeta; san Juan y la tradición; sus recursos lingüísticos, estilo y retórica; el análisis de los poemas; san Juan y la crítica; la historia del texto; ediciones representativas y características de esta edición. Finalmente, índice, notas y bibliografía: un total de 925 densas páginas.
Artículo
San Juan de la Cruz, de familia humilde, ingresó en la Orden del Carmelo Descalzo y se formó sólidamente en la Universidad de Salamanca. Es, junto con santa Teresa de Ávila, un hijo notabilísimo carmelita y uno de los santos más influyentes en la historia de la Iglesia. Lo sorprendente es que cuando en el ámbito de las letras españolas se pregunta por un gran poeta, uno de los primeros nombres que surgen es él, un místico, es decir, un hombre que posee un conocimiento intuitivo de la divinidad derivado de alguna experiencia religiosa y que ha sido capaz de ponerlo por escrito. El interés por san Juan de la Cruz no se circunscribe, pues, solo a lo religioso. Hay poetas españoles vivos agnósticos ycatedráticos de Literatura española ateos que instalan a san Juan de la Cruz en el Olimpo poético hispano.
Salvo por problemas de castellano antiguo, un lector español hoy puede entender perfectamente a Garcilaso y a Lope de Vega. Más fáciles resultan Antonio Machado o Miguel Hernández. Pero mucha poesía de los poetas más modernos se ha vuelo incomprensible. Es lo que los técnicos llaman «irracionalismo poético» ¿Porque es mala? No necesariamente. En cualquier caso: la lectura de la poesía es compleja y más aún la lectura de la poesía mística. Se trata de expresar lo que apenas se puede decir, lo inefable.
¿Qué podría hacerse para revertir la situación? Una iniciativa, que desarrolla desde decenios el Frankfurter Allgemeine Zeitung, es la explicación del poema. Y mejor todavía si es el propio autor el que lo explica.
Pues bien, san Juan de la Cruz es un caso único también en esto. No solo compuso cimas líricas, sino que además las aclaró con su prosa y con ello produjo un material de valor utilísimo. Como se explica en el volumen editado por María Jesús Macho Duque, en la génesis de esas aclaraciones, que san Juan de la Cruz llama «declaraciones», están las respuestas verbales, o hechas en apuntes escritos a mano, a las preguntas formuladas al santo por las monjas de Beas y de Granada (p. 543). Esas declaraciones se convierten a la vez en obras maestras en prosa del Juan de la Cruz mistagogo (el Juan de la Cruz que inicia a otros en los misterios sagrados). Mancho Duque señala: «El modo de comentar san Juan de la Cruz sus propios poemas es un hecho excepcional para el que no se han encontrado precedentes explícitos» (p. 545). Su modelo implícito quizá hayan sido las glosas a las Sagradas Escrituras, comunes desde siempre.
San Juan de la Cruz señala que no hay que quedarse atado a sus explicaciones: «Y así, aunque en alguna manera se declaran [es decir, él mismo explica su poesía], no hay para qué atarse a la declaración, porque la sabiduría mística, la cual es por amor, de que las presentes canciones tratan, no ha menester distintamente entenderse para hacer efecto de amor y afición en el alma, porque es a modo de la fe, en la cual amamos a Dios sin entenderle» (p. 5).
En el prólogo al Cántico espiritual, san Juan de la Cruz se pregunta «¿Quién podrá escribir lo que a las almas amorosas, donde él [Dios] mora, hace entender? Y ¿quién podrá manifestar con palabras lo que las hace sentir? Y ¿quién, finalmente, lo que las hace desear?» (p. 4). Contesta que nadie, pero hay que corregirlo: él pudo.
Veamos ahora lo anterior con un ejemplo. La primera estrofa del Cántico es:
¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido (p. 7)
¿Bonito? Sí. Hay rimas consonantes que gustan a los niños (y a los mayores) en -iste y en -ido. Amado, ciervo, gemido: se anuncia una aventura amorosa… Pero atención, la aventura amorosa es entre un ser humano y Dios, que san Juan de la Cruz detalla en siete densas páginas de esta edición, páginas de la 49 a la 56.
¿Adónde te escondiste? El alma desea unirse a Dios, pero Dios es un Dios escondido, ausente. ¿Nos recuerda esto la acusación moderna de un Dios que no se preocupa por su mundo ni por sus criaturas? Probablemente. Pero ese no es el Dios de san Juan de la Cruz. Lo expresa él con estas palabras: «No ha de pensar [el alma] que por eso le falta Dios [es decir, si no lo ve ni lo siente]» (p. 50). Aun así, el verso pide «la presencia y clara visión de su esencia [la esencia de Dios], con que desea [el alma] estar certificada y satisfecha en la gloria» (p. 50).
San Juan cita su fuente, el Cantar de los Cantares (1,6), donde la esposa pregunta al esposo dónde se apacienta y se recuesta al mediodía. Y contesta san Juan que Dios no se apacienta ni recuesta a mediodía más que en su Hijo, en Jesucristo. Pero el escondite de toda la Trinidad es el alma humana. Hay que buscar a Dios en uno mismo: «Por tanto, el alma que por unión de amor le ha de hallar, conviénele salir y esconderse de todas las cosas criadas según la voluntad, y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma […]. Está, pues, en el alma escondido y allí le ha de buscar el buen contemplativo» (p. 51).
Como el ciervo huiste. Ahora aprendemos que el ciervo es Jesucristo (p. 52).
Habiéndome herido. Son heridas de amor las que causa Jesucristo en el alma. «Inflaman estas tanto la voluntad en afición, que se está el alma abrasando en fuego y llama de amor; tanto, que parece consumirse en aquella llama y la hace salir fuera de sí, y renovar toda y pasar a nueva manera de ser, así como el ave fénix, que se quema y renace de nuevo» (p. 53). Su inspiración es el Salmo 72, 21-22, para llegar a esta apreciación: «El alma por amor se resuelve en nada, nada sabiendo sino solo amor» (p. 53).
Salí tras ti clamando, y eras ido. San Juan de la Cruz nos ilustra con que clamar es pedir medicina para curar el alma (p. 54) y salir equivale a despreciar y aborrecer las cosas, en el sentido de dar la absoluta prioridad a Dios en nuestra vida. «El que está enamorado de Dios vive siempre en esta vida penado, porque él está ya entregado a Dios, esperando la paga en la misma moneda —conviene a saber: de la entrega de la clara presión y visión de Dios […]. Por tanto, el que anda penado por Dios, señal es que se ha dado a Dios y que le ama» (p. 55).
Hasta aquí el ejemplo, que se podría continuar con cada una de las 39 canciones de que consta el Cántico espiritual.
Francisco Rico, el director de la Biblioteca Clásica de la RAE, define una obra clásica como aquella «que sigue estando en las buenas librerías setenta años después de la muerte de su autor. También una que se conoce sin necesidad de haberla leído». Las dos premisas las cumple bastante bien san Juan de la Cruz. Rico mismo es el editor de algunos de los mejores clásicos españoles, entre ellos, Don Quijote.
Hay editores en contra de las notas a pie de página. Rico, Mancho y muchos lectores (entre los que me cuento) piensan que eso es un gran error cuando las notas a pie de página están cuidadas. Una edición de un clásico, para que se goce plenamente, cuanto más ilustrada y explicada esté, mejor. Habrá términos obscuros y usos equívocos, construcciones anticuadas, que si un editor no se empeña en que se aclaren, dificultan mucho la intelección de los clásicos. Hay que agradecer a Rico, y en este caso también a la editora de san Juan, María Jesús Mancho Duque, que pongan en las manos de los lectores en castellano estos trabajos deliciosos de la Biblioteca Clásica de la RAE.
José Antonio Zamora nació en su propia casa del barrio de Heliópolis, en 1958. Como tantos fotógrafos sevillanos llegó a esta disciplina a través de la Semana Santa, en 1984, en aquella época analógica en la que los reporteros se lo pensaban dos veces antes de apretar el botón de disparo. Zamora es lo que se llama en el gremio un todoterreno, un fotero que lo mismo hace un partido de Baloncesto, una corrida de toros o un reportaje sobre el Corpus de un pueblo perdido de Salamanca o Badajoz. Viajero incansable, ha fotografiado los rincones más ocultos de España, lugares en los que aún perduran las tradiciones más atávicas de la vieja Hispania. Colaborador de un sin fin de medios de comunicación, fue cartelista de la Semana Santa de Sevilla de 1989. En 2019, la legendaria revista ‘National Geographic’ lo nombró ‘Travel Photographer of the Year’ y dos instantáneas suyas han sido distinguidas como fotos del día por la edición digital de dicha publicación. Entre otros galardones ha merecido también el de Fotografía Popular del Ministerio de Cultura, en 2006, o el Fotoperiodismo Martín Cartaya, en 2017. Aparece en el quiosco Abilio con una Leica colgada al cuello y unas gafas de sol que no se quita en toda la entrevista. “Es que tengo algo de fotofobia”, se disculpa.
–El Quiosco Abilio, es uno de los pocos sitios que tienen manzanilla Pipiola en Sevilla. ¿Una copa?
–Claro. Adoro Sanlúcar de Barrameda. Allí están las cenizas de mi madre. La manzanilla sale en unos versos de la Carmen de Bizet. “Près des remparts de Séville/ Chez mon ami Lillas Pastia/ J’irai danser la Séguedille/ El boire du Manzanilla” [«Cerca de las murallas de Sevilla,/ a la taberna de mi amigo Lillas Pastia/, iré a bailar la seguidilla/ y beber manzanilla.”]
–Veo que ha venido con una cámara Leica, un auténtico mito entre los fotógrafos de todo el mundo.
–Fue la primera cámara de 35 mm. La inventó Ernst Leitz y el nombre es la abreviatura de Leitz Camera. Como habrá visto en las películas antiguas, los fotógrafos de prensa llevaban unas cámaras enormes, lo cual limitaba mucho su trabajo. La Leica se hizo inmediatamente muy popular. Reporteros de guerra como Robert Capa fueron los primeros en hacerla popular. La primera foto de Capa fue un mitin de Trotski en Copenhague.
–Una imagen llena de fuerza.
–La hizo con una Leica III que compró en 1934, cuando eran muy caras. Después se vino a la Guerra Civil española.
Todo indica que la famosa foto de Robert Capa del miliciano de Cerro Muriano fue un montaje
–Es cuando realizó la famosa foto del miliciano abatido en Cerro Muriano.
–En verdad fue en el pueblo de Espejo, también en la provincia de Córdoba. Él fechó la foto en Cerro Muriano, el 5 de septiembre de 1936, porque allí hubo ese día combates y constaba un muerto. En Espejo lo que había era un retén de milicianos haciendo la instrucción previa antes de marchar al frente. Prácticamente se da por hecho que la foto fue un montaje. En Espejo ese día no hubo ningún combate.
–Usted es un fotógrafo todoterreno. Y muy viajero. Recientemente estuvo proyectando en La Revuelta su montaje ‘Hispania profundísima’. España es inagotable.
–Inagotable. Conozco casi toda España. Soy más de fotografiar a las gentes que a los paisajes. Siempre que voy a un pueblo visito el mercado y el cementerio, ambos sitios te dicen mucho del ADN de un lugar y su población.
–Nunca he compartido la fascinación por los cementerios.
–Hay algunos fascinantes, como el de Casabermeja, en Málaga, o muchos de los de Galicia. En un cementerio de un pueblo de Córdoba llegué a demorarme tanto haciendo fotos que me quedé encerrado. Las tapias eran muy altas y no las podía saltar. Al final encontré una escalera que habían dejado junto a unos nichos y pude salir.
–¿Cuál es la España más genuinamente salvaje?
–Hay varias, pero elegiría Galicia, donde todavía hay zonas rurales que siguen siendo de otro tiempo, como si los últimos 40 o 50 años no hubiesen pasado por allí. Las señoras siguen vistiendo de negro y con pañuelos en la cabeza… Esa España se irá extinguiendo a medida que vayan falleciendo sus habitantes. En La Alberca, Salamanca, también te encuentras gente vestida como en la época de Ortiz Echagüe.
–Ha mencionado a uno de los pioneros de la fotografía geográfica española.
–Tengo una admiración tremenda por Ortiz Echagüe, un ingeniero militar y piloto que se anticipó a todo. Iba a los sitios más recónditos y les pedía a los habitantes que se vistiesen con los trajes antiguos regionales de sus antepasados, algunos ya incluso no se usaban. Gracias a esa labor muchas de esas costumbres no se han perdido. Hizo una labor antropológica muy destacable.
–También fue un gran paisajista.
–Sí, un gran fotógrafo en general. Estuvo en la Guerra de Marruecos y tuvo mucho que ver con Hispano Aviación. Él mismo positivaba las fotos. Hace poco pude ver en Burgos algunos originales suyos y comprobé su calidad. Donó todo su archivo a la Universidad de Navarra.
–Hablando de archivos, el otro día vi un reportaje en Tendido Cero sobre el esfuerzo del estudio Botán de Madrid por conservar su archivo histórico. Allí se denunciaba la gran pérdida documental que está suponiendo la desaparición de muchos archivos personales de fotógrafos.
–Yo he llegado a encontrarme diapositivas de gran calidad sobre la Semana Santa de 1961 en un contenedor de basura. Recuperé algunas, pero no todas, porque me daba vergüenza meterme dentro del contenedor. Me quedé con la pena de no hacerlo.
En Galicia hay zonas por las que parece que no han pasado los últimos 50 años
–Usted también ha sido fotógrafo taurino. ¿Qué debe primar, la espectacularidad o la estampa preciosista de un buen pase?
–Ese último que usted dice, el del pase bien dado, es el estilo Arjona. Para mí debe ser una mezcla de todo. Yo hice fotos para el Cossío y una de las pautas que me dieron es que siempre debían salir la cara del torero y la cabeza del toro, nunca el culo del toro y el torero de espaldas. Eso siempre lo he aplicado. Aunque para mí lo mejor de los toros no está en la faena, sino en el patio de cuadrillas y el ambiente en los tendidos.
–Al baloncesto también le ha dedicado muchas horas.
–Estuve 13 años de fotógrafo del Caja San Fernando y también con la selección española. El Baloncesto me enseñó a ser rápido fotografiando. Es un deporte mucho más ágil que el fútbol y tienes que estar muy ligero de reflejos.
–¿En qué etapa está ahora José Antonio Zamora?
–En la fotografía de viajes. Me gusta ese reto permanente de ir a hacer un reportaje a un sitio en el que no sabes qué te vas a encontrar.
–Precisamente, en 2019 usted fue nombrado por la legendaria revista National Geographic ‘Travel Photographer of the Year’. Es para cuadrarse.
–Fue gracias a una foto que hice en las fiestas de las Luminarias, en San Bartolomé de Pinares, en Ávila. Es un rito impresionante de purificación de los animales. Pasan con los caballos por unas hogueras enormes. A los animales no les pasa absolutamente nada, pero el espectáculo es fantástico. Va hasta la televisión japonesa.
–Las fotos son muy buenas. En 2018 y 2019, la web de National Geographic escogió dos instantáneas suyas como foto del día.
–Curiosamente las dos fueron fotos del Rocío, del camino de Huelva. Me llamó la editora del National Geographic para que le explicase bien qué era aquello. No entendía del todo qué era una romería, qué hacía allí la gente.
–El fotógrafo siempre tiene algo de indiscreto.
–Más bien de curioso. Las virtudes de un buen fotógrafo son la curiosidad y la paciencia.
El Ayuntamiento, más allá de alguna exposición, apuesta muy poco por la fotografía
–Además de viajero, es un fotógrafo contumaz de su ciudad, Sevilla. Debe ser difícil tomar fotos de una urbe tan abonada al tópico y tantísimas veces retratada.
–A Sevilla ha venido todo el mundo a hacer fotos: Cartier Bresson, Brassaï, Robert Capa… gente muy buena. Pero a Sevilla siempre se le encuentran cosas, incluso aquí en el Parque. A mí me gusta más fotografiar el paisanaje que el paisaje, porque es inagotable. Solo hace falta darse un paseo por los alrededores de la Catedral para que surjan mil situaciones.
–Y es, por supuesto, un fotógrafo de Semana Santa, que es casi un género.
–Yo tuve un amigo fotógrafo del que aprendí mucho: José Antonio Viloria.
–El de aquellas famosas postales del escudo de oro.
–Él me decía que el gran cáncer de la fotografía en Sevilla era la Semana Santa. Que la gente estaba muy asemanasantada, porque sólo sacaba la cámara en estas fechas y luego la guardaba hasta el año siguiente. Por eso, muchos se han adocenado. Pero yo reconozco que empecé haciendo fotos gracias a la Semana Santa de 1984. Me dejaron una Nikon y me la patée entera, desde la salida de la Paz hasta el final. Hacía un carrete por día, no tenía dinero para más. Hoy, con las digitales, es difícil comprender esto. Era otra época. Prefiero esta. No echo de menos la fotografía analógica para nada. Recuerdo cómo rezaba varios padrenuestros mientras revelaba para que todo hubiese salido bien. Ahora, sobre la marcha, puedo comprobar el resultado y rectificar si hace falta.
–Usted fue cartelista de la Semana Santa.
–En el año 1989, con una foto del Cristo del Amor saliendo de la Catedral. Eran mis comienzos semiprofesionales y para mí fue un impulso. Fue un orgullo.
–En mis años de chaval muchos de los carteles oficiales de Semana Santa solían ser fotografías. Hoy son casi exclusivamente pinturas.
–Yo reivindico el cartel fotográfico. A ver si el Consejo de Hermandades me hace caso, cosa que dudo. Ha habido carteles fotográficos muy buenos y otros pictóricos muy malos. También se podrían hacer dos carteles, uno por disciplina. Aquí, en Sevilla, hay fotógrafos muy, pero que muy buenos. Me estoy acordando de Eduardo Abad, jefe de fotografía de EFE y que era un auténtico maestro para todos nosotros. Yo lo conocí en el Mundial de Ajedrez de Sevilla de 1987 y en los descansos charlábamos bastante. Él acababa de llegar de Madrid y me dijo que le había sorprendido la calidad fotográfica que había en Sevilla. Ahora, en 2023, sigue siendo igual. El problema es que el Ayuntamiento, más allá de alguna exposición, apuesta muy poco por la fotografía. Debería crear algún tipo de certamen, como sí hacen en Córdoba, Algeciras y Málaga. Eso sí, hay colectivos, como el llamado Lucila.
–Aquel Mundial de Ajedrez, en el Lope de Vega, fue un evento muy sonado en la ciudad. Entre otras cosas enfrentó a dos grandes de la historia, Karpov y Kasparov, que tenían una rivalidad más allá del ajedrez. ¿Quién de los dos era más fotogénico?
–Karpov era más frío y Kasparov ponía caras más raras. A nosotros nos daban los cinco primeros minutos de la partida para hacer la foto. Me llamó la atención que cuando Karpov movía ficha no miraba al tablero, sino a la cara de Kasparov.
–Tiene unos primeros planos impresionantes de cristos. Especialmente los del Gran Poder. Debe ser muy difícil (y arriesgado) esa intimidad con una imagen devocional tan importante.
–Fotografiar al Gran Poder impone, y más a mí que soy hermano. Yo he estado muchas veces a su lado, incluso a solas. Es una imagen que parece que tiene vida. Ha habido veces que hasta me han temblado las piernas. Cuando esa imagen tan poderosa te mira en la penumbra… Yo creo que en la madera tiene impregnada los millones de oraciones que ha recibido durante siglos. Es una imagen verdaderamente sobrenatural.
Me llamó la atención que cuando Karpov movía ficha no miraba al tablero, sino a la cara de Kasparov
–¿Cuáles han sido sus principales influencias?
–La primera ya ha salido, José Antonio Viloria, que fue el que me dijo que había que distinguir entre una foto bonita y una buena, que no son ni mucho menos lo mismo. Me encantaba ir a su tienda de fotografía en Nervión en compañía de Enrique Taviel de Andrade, otro referente para mí. Vilora, que era un gran crítico y teórico, me empezó a enseñar libros de grandes fotógrafos (Sebastiao Salgado, Robert Frank…) que yo no conocía. Fue descubrir un mundo, porque yo en esa época hacía postalitas y poco más. También me ha influenciado Cristina García Rodero, con la que tuve la suerte de trabajar…
–En algunos retratos he visto cierto rastro de Atín Aya.
–Claro, Atín Aya ha sido uno de los grandes, un referente. Si Atín hubiese sido de Barcelona hoy estaría mucho más reconocido. Yo aprendo continuamente, también de los jóvenes. Soy una esponja que lo recoge todo.
–¿Algún barrio extramuros que le guste fotografiar?
–El Tiro de Línea. Sigo viendo allí gente y costumbres como de la Sevilla que conocí de chico. También el Cerro del Águila.
–Recomiéndeme algún libro de fotos de Sevilla.
–Hay un libro maravilloso de Ramón Masat, con textos de Víctor Pérez Escolano, titulado Sevilla, que editó Lungwerg. También están los clásicos, el Sevilla eterna, de Luis Arenas, o el de Alberto Schommer, La luz, Sevilla. Cuando lo estaba haciendo me lo encontré por la zona del Ayuntamiento. Iba con un ayudante y llevaba una de las primeras Nikon F5 que salieron al mercado. Hay otro volumen muy interesante que salió durante la Expo, de Juan Antonio Fernández Durán…
–Se le está olvidando ‘Las calles de Sevilla’, escrito por Manuel Ferrand y con fotografías de Alberto Viñals. Esa Sevilla de los 70 en blanco y negro …
–Lamentable olvido. Ese libro lo tengo en sitio preferente en mi biblioteca, tanto que me tuve que comprar otro en la Feria del Libro de Viejo porque mi ejemplar estaba destrozado de tanto consultarlo. Es un referente total.
Las quinielas por el próximo premio Nobel de Literatura ya circulan entre los lectores de todo el mundo y, como es sabido, en algunas casas de apuestas como Betsson y NicerOdds. Los bibliófilos aguardan con ansias el anuncio que confirme, o no, si su autor favorito es merecedor del galardón más importante del mundo de las letras.
Será el próximo 5 de octubre cuando finalmente la academia sueca declare al vencedor de este año. Pero como es habitual, hay escritores que son los grandes favoritos, ya sea por su popularidad o por la calidad artística de sus libros.
Como preámbulo al anuncio te enlistamos a los siete escritores más sonados para ganar el premio Nobel de Literatura 2023.
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1. Mircea Cărtărescu (Rumania).
El estilo literario de Mircea Cărtărescu se caracteriza por su lirismo, narrativa experimental, exploración de la psicología humana y prosa descriptiva. Sus obras fusionan poesía y prosa, desafiando convenciones narrativas con estructuras no lineales y elementos surrealistas. Explora temas como la infancia, la memoria, la identidad y la fantasía, creando personajes complejos que indagan en la psicología humana. Su prosa detallada y descriptiva crea mundos ricos y sensoriales, ofreciendo una experiencia de lectura única y enriquecedora.
El escritor se ha popularizado entre los lectores de habla hispana gracias al excelente trabajo de traducción edición que editorial Impedimenta ha hecho a sus libros.
Obra recomendada: Nostalgía. Un libro de cuentos que contienen las mejores virtudes del escritor y que en lo individual son un enorme despliegue imaginativo.
2. Margaret Atwood (Canadá)
La autora de la famosa novela “El cuento de la criada”se distingue por su versatilidad, profundidad temática y narración magistral. A través de narrativas distópicas y la exploración de temas feministas, crea mundos vívidos que reflejan y critican la sociedad. Su prosa poética y lenguaje evocador generan imágenes potentes, mientras que la complejidad narrativa, con narradores poco fiables y estructuras no lineales, profundiza en la psicología de los personajes. Atwood aborda una variedad de géneros, desde ciencia ficción hasta poesía, y sus historias incorporan elementos de misterio e intriga. Su enfoque en temas universales y contemporáneos la ha convertido en una autora influyente en la literatura moderna.
Obra recomendada: Alias Grace. Una novela que sin ser distópica aborda las distintas y muchas violencias que han sufrido las mujeres.
3. Haruki Murakami (Japón)
El eterno candidato y favorito de la mayoría.
El estilo literario de Haruki Murakami se caracteriza por su fusión única de realismo mágico y elementos surrealistas en narrativas contemporáneas. Sus obras a menudo presentan personajes solitarios inmersos en mundos cotidianos que de repente se vuelven extraños y misteriosos. Utiliza una prosa sencilla pero evocadora que explora temas recurrentes como la soledad, la nostalgia, la música y los gatos. Murakami es conocido por sus extensas descripciones detalladas y su capacidad para crear atmósferas envolventes. Su estilo atrae a lectores con una sensibilidad a lo onírico y lo introspectivo, y sus novelas desafían las convenciones literarias convencionales al abrazar lo inexplicable y lo metafísico.
Obra recomendada: Tokio blues. Una historia que explora el amor, pérdida y la búsqueda de identidad personal en los jovenes de japón en medio de una ciudad melancólica.
4. Can Xue (China)
La autora, cuyo nombre real es Deng Xiaohua, es reconocida por su trabajo inmersivo y desafiante, u prosa experimental y narrativas surrealistas. Sus obras, como “El Lago” y “América”, exploran la psicología humana a través de paisajes oníricos y personajes enigmáticos. Can Xue emplea metáforas poderosas y simbolismo profundo para crear una sensación de desconcierto y maravilla. Su estilo cuestiona las convenciones narrativas, desafiando al lector a explorar la complejidad de la experiencia humana. Su escritura abraza la ambigüedad y la multiplicidad de significados, invitando a la reflexión profunda sobre la vida, la realidad y la percepción.
Obra recomendada: El lago. Obra surrealista que sumerge a los lectores en un mundo enigmático, explorando la complejidad humana a través de narrativas misteriosas y simbolismo profundo.
5. Salman Rushdie (británico-estadounidense de origen indio)
Su trabajo literario es una amalgama de historia, mitología y política. Sus obras, como “Los versos satánicos” y “Hijos de la medianoche”, se caracterizan por su prosa rica y densa, que a menudo mezcla lo fantástico con lo histórico y lo cultural. Rushdie tiende a crear personajes complejos que reflejan las complejidades de la identidad y la diáspora. Además, aborda temas como la religión, el exilio y la colonización de manera provocadora. Su estilo desafía las normas literarias, fusionando lo épico con lo contemporáneo, y su narrativa audaz y multilayered invita a la reflexión profunda sobre la condición humana y la historia global.
Obra recomendada: Los versos satánicos. Narra la odisea de dos amigos, Salim y Gibreel, que sobreviven a un accidente aéreo y enfrentan transformaciones sobrenaturales mientras exploran identidad, fe y exilio.
6. Anne Carson (Canadá)
Esta poeta, ensayista y traductora es conocida por fusionar géneros y lenguajes. Su escritura a menudo se caracteriza por su erudición, creatividad y profunda exploración de temas personales y filosóficos. Carson emplea formas poéticas no convencionales, como el verso libre y la prosa, yuxtapuestos con referencias clásicas. Su estilo es intelectualmente desafiante, mezclando mitología, literatura clásica y teoría crítica. Además, utiliza viñetas, diálogos y collages de texto para crear obras literarias únicas y profundamente reflexivas que cuestionan la narrativa tradicional y la percepción de la realidad.
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Obra recomendada: Eros dulce y amargo. Una colección de poemas que explora la dualidad de las emociones humanas a través de una prosa lírica y reflexiva.
7. Jon Fosse (Noruega)
Autor reconocido por su minimalismo profundamente introspectivo, su prosa lírica y repetitiva, que crea una sensación hipnótica. Sus obras, como “Melancolía I” y “Melancolía II”, exploran la cotidianidad y la vida interior de personajes en situaciones aparentemente simples pero llenas de significado. Fosse usa la repetición y la pausa para enfatizar la monotonía de la existencia y la búsqueda de sentido. Su estilo evoca emociones y estados de ánimo en lugar de enfocarse en la trama, invitando a los lectores a una contemplación profunda sobre la soledad, la mortalidad y la condición humana.
Obra recomendada: La noche canta sus canciones y otras obras teatrales. Es una colección que revela su maestría en explorar lo cotidiano, lo íntimo y lo existencial a través de diálogos poéticos y minimalistas.
Otros escritores
También hay escritores de renombre que suenan año con año para ganar el Premio Nobel de Literatura. El caso de Stephen King o Neil Gaiman son ejemplos de esto, pero en latinoamerica autores como Raúl Zurita y César Aira son los favoritos. La escritora irlandesa Maggie O’Farrel ha crecido en las apuestas rapidamente.
Es imposible adelantarse al anuncio oficial de quién ganará el Nobel, especialmente porque los últimos cinco años, debido a los numerosos escandalos al interior, la Academia Sueca ha soprendido a los lectores del mundo premiando a escritores muy poco conocidos.
Una tarde tórrida del final del verano de 1987 vi aparcar en la puerta del periódico que yo dirigía el Seat 127 de Manolita Osorio Blas (1912-2006), la esposa del ilustre historiador y escritor laujareño Florentino Castañeda y Muñoz (1905-1995). Como un resorte, ambos se bajaron del coche y, a pesar de la solanera, cruzaron la calle y entraron en la redacción portando su colaboración semanal. Dos folios tecleados en máquina de escribir que entregó contrariado. Jamás había visto tan enfadado al investigador que, siempre, era modélico en los buenos modales. Pero como era mi amigo, se desahogó: “Un ignorante me ha echado en cara que en Almería no hay poetas. Se va a enterar…” Y conforme se marchaba sentenció: “Voy a escribir un libro con todos los poetas de nuestra tierra. Desde antiguo”.
Durante años, Castañeda recopiló, resumió y escribió en su casa de la Puerta del Mar las hazañas de decenas de autores de la provincia. La muerte le sorprendió cuando terminaba la obra y fue su viuda quien la editó en 1998 a título póstumo. Un sorprendente y maravilloso libro de 684 páginas, que callaba al necio que lo enfureció, con la biografía de 138 escritores locales. Y no podía llamarse de otra forma: “Tierra de poetas”. Efectivamente, Almería siempre ha dado poetas. Muchos, pobres y modestos; pero poetas, al fin y al cabo.
El gremio de los impresores flexibilizó los pagos y permitió que modestos escritores abonaran sus obras “como pudieran”
Poetas sin subvención
A mediados de los ochenta nació la tertulia poética “El Aljibe” y el 21 de junio de 1985 el grupo literario “Alcaen”. Ambos giraban en torno al mundo de los versos y los sonetos. Pura López Cortés (1952-2019), José Ángel Gómez, Vicenta Fernández Martín (1956), Luis Villar, Ana María Romero Yebra (1945), Manuel Peral, José Diego García Guirao, Antonio Núñez Ferrón o Francisco Domene eran algunos de los miembros de “Alcaen”. Incluso sacaron un librito conjunto sobre Francisco Villaespesa y otro titulado “Sobrevivir. Poetas la paz”. Aquella edición, pagada sin subvención oficial, confirmó la tendencia que se había iniciado en Almería a mediados de los setenta: “la autoedición poética”. Es decir; el propio autor de los poemas pagaba los gastos de impresión, edición y distribución. Aunque, ciertamente, el objetivo no era ganar dinero sino difundir la obra, aunque fuese vendiéndola en mesitas plegables de playa por las esquinas de las calles y tener la suerte de ver, un día, una referencia en el periódico.
Hace medio siglo, publicar un libro de poesía en la provincia era complicadísimo. O te lo imprimía el filantrópico Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Almería, -claro, si eras de su cuerda- o tenías que amoldarte a las exigencias de un cura empresario o de un editor venido del régimen franquista. Por eso, muchos autores humildes, para llevar al papel sus creaciones literarias, recurrieron a la financiación con sus ahorros o a préstamos bancarios al 18 %. Y en esa función de autoedición de la cultura almeriense, los dueños de los talleres tipográficos de la época tuvieron un papel decisivo. Pepe Bretones Gómez (1934-1999), Rogelio Úbeda Galera (1931-2003), Gabriel Cruz Garcés, Joaquín Molina y Eduardo García, en “Orihuela”, Elías Martínez, Julio Matarín Rodríguez, Juan Estrella Elena, Juan Lázaro Carreño, Carmelo Ortiz Góngora, Juan Antonio Márquez Cruz, Félix Moreno Valero (1948-1990) … Todos ellos, y muchos más, sacaban de sus pequeñas imprentas obras poéticas de cien o doscientos ejemplares, cuyos autores pagaban como podían, si es que podían. Sin estos tipógrafos, poco o nada existiría hoy de la poesía urbana almeriense de los 70, 80 y parte de los 90 en las bibliotecas. Y, seguro, que el libro de Florentino Castañeda habría tenido bastantes menos páginas.
Las mujeres poetisas de “Fémina Urci”
En 1976, un grupo de poetisas se agrupó bajo el pseudónimo de “Fémina Urci” y publicó “Lira”, un libro absolutamente almeriense y feminista que chocaba con la realidad social de hace 47 años. La obra tendría que haber salido en 1975, coincidiendo con el “Año Internacional de la Mujer”, pero como se expresa en el prólogo “…el eterno feminismo es llegar, siempre, con un poco de retraso”. Los versos driblaron a una feroz censura a pesar de que en la contraportada se atrevieron a publicar un dibujo de Eva María Orozco consistente en un indalo vestido de mujer, con tacones, falda y pecho. Detrás de “Fémina Urci” estaban, entre otras, Adelaida Romero, Elodia Campra, Carmen Morales Joaquina Rodríguez o Isabel Ferry. Incluso había poemas de dos autoras ya fallecidas: Eloísa Romero Fornovi (+1955) y Ventura Ledesma Uruburu (+1968).
En 1976, un grupo de poetisas se unió bajo el pseudónimo de “Fémina Urci” y publicó un libro almeriense, reivindicativo y feminista
Poetas urbanos
Manuel Tolosa Linares (1922-1979), en 1975, se arriesgó con una edición de más de cien páginas de poemas titulados “Lirios junto al mar”; Manuel Palma Iglesias editó hace 31 años “Democatarsis”; Paco Urrutia (1943-2015) “Gotas de rocío”, en 1982; Paquita Piedra “Aroma de paz”; Emilia Sánchez Ramos “Cuando el amor nace”; José García Gallego “Los caminos del sol”; Victoria Cuenca Gñecco, “Adiós Granada”; el indaliano José Andrés Díaz (1917-2003) “A corazón abierto” o Pura López Cortés (1952), “Égloba urbana” y “Huellas de mi eco” amén de otros 14 títulos. Eran auténticos poetas urbanos.
Una de las habituales en las imprentas era Carmen García Mora, cuya preocupación cotidiana era la trascendencia de la nimiedad de las cosas. Suyos son “La senda de los espejos”, “El viejo sonido de la caracola” y “Tiempo de cristal”. José del Pino López y Carmen Fernández Lamas trataban a fondo la poesía religiosa. El primero en “Palomas y Olivos” y “Grandeza de la fe” y ella con “La promesa” y “Rumbo hacia Dios”. El desamor y el caciquismo eran los argumentos de José Francisco Molero Castilla en “En Pulpí yo te ví”, “Voy a matar a mis padres” y “Voy a cortarme las barbas para que no te asustes”. Por su parte, Antonio Blanco Caparrós sacó en 1979 el libro de poemas “Suspiros del Alma”; Antonio Jesús Soler Cano (1946-1990), -alma libre de Antas-, publicó “Para cruzar el laberinto”, “Labios de azul” y “Perfil de silencios” mientras que Carlos F. Moreno tituló los suyos “Anforas rotas”, “Memorar” y “Soliloquio sobre el amor”. Filo Lara Velasco llamó sus libros poéticos “Arena Blanca” y “Para ti”; Jerónimo Berbel, “Flores de almendro” y Ángeles Torrecillas Sánchez, “Sentimientos”.
Antonio Morón Sabio fue uno de los poetas más prolíficos. Desde 1982, y durante una década, llegó a publicar nueve pequeñas obras de poesía: “Condena de obscuridad”, “Desde la tierra que no me vió nacer”, “El camino de La Alpujarra”, “El sendero de los lirios”, “Entre sonetos y liras”, “La chica del sol vecino”, “Lo que nunca quise decir”, “Por culpa de la mala educación” y “Rimas rústicas”.
Al igual que Morón, otro poeta abonado a la autoedición fue Alfonso López Martínez (1932-2001). El autor, mientras pastoreaba con sus chotos en el Barranco de El Caballar, tuvo tiempo para aprender a leer y a escribir; luego se dedicó, desde 1973, a publicar un libro de poesías por año y a fundar la tertulia literaria “El Aljibe”. Constan, al menos, veinte títulos suyos como “Los pájaros del sueño”, “Almería, peteneras y tarantos”, “Amarradores del tiempo y de la sangre”, “Cancionero”, “Canciones del alma”, “Canto al pueblo de Laroles”, “Cartas a Dolora desde mi estancia”, “Con tu voz y mi acento”, “Cosas de la tierra”, “Doloras a mi Dolora”, “Estrofas bucólicas”, “Romance al pueblo de Válor”, “Romance del amante herido” o “Temas flamencos”. Además, en 1986, se atrevió con recopilar la vida del bandolero “Pasos Largos”. Los grupos de folk “Engarpe” de Berja y “Cal y Canto” interpretaron algunos de sus versos, al igual que Carmelo Larrea (1907-1980).
Los mencionados son una pequeñísima muestra de aquella Almería poeta, setentera y ochentera. Sin duda, la autoedición y la generosa paciencia de los impresores hicieron posible que éstos y otros almerienses experimentaran la satisfacción de ofrecer a los lectores sus creaciones literarias. Como la magna obra póstuma de Florentino Castañeda nacida de una irritación veraniega.