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“Finalmente ahí estaba, sola. Apoyando levemente mi frente contra la ventanilla del avión. Como si no quisiera olvidarme de nada. Forzando la vista para ver, alcanzaba a divisar a mis hermanos en la terraza del Aeroparque. Habían ido a presenciar el despegue para asegurarse de que el avión partiera conmigo a bordo”. Así comienza “Jirones de mi vida: de Espartaco a Montoneros”, las memorias de la artista plástica Nora Patrich que fueron presentadas en el Sindicato de Prensa de Buenos Aires. El 29 de noviembre se presenta en Bella Vista, a las 20 en la Casa Cultural Bók.
A partir de su exilio en 1977, Patrich realiza un viaje retrospectivo compuesto por bocetos memoriales sobre la militancia revolucionaria argentina. En “Jirones de mi vida” la historia reciente del país se encuentra iluminada por el enfoque personal y afectivo que le da la autora.
“La memoria no es mía. Es la memoria de todos y es la historia de todos. Esto es lo que yo recuerdo, cómo yo viví ciertos eventos que son de todos. No es una historia que me pertenece”, dijo Patrich sobre el libro que articula recuerdos personales, obras de la autora, registros caseros y archivo histórico, junto a textos de Gabriela Sosti y Pablo Llonto.
–Dijiste que en cierta forma te sentías “liberada” por haber publicado este libro ¿Cómo se inicia este proyecto?
–Tiene varios comienzos. Cuando matan a Horacio Machi, mi compañero, lo primero que hago es comprar un diario. En ese diario empiezo a escribir cosas para los chicos porque yo tenía miedo de que no supieran quién había sido su papá. Entonces, empecé escribiendo cosas que sentía o que me pasaban con todo esto de la muerte, del asesinato. Después, otra cosa que me fue pasando es que cada vez que yo averiguaba algo que tenía que ver conmigo o con Horacio lo anotaba en un papelito y lo metía en una caja. Esa fue otra manera de ir recopilando la historia. Estando exiliada en Canadá, comencé a escribir sobre los desaparecidos. Eran anécdotas graciosas que me habían ocurrido con algunos compañeros, porque también quería recuperar ese aspecto de nuestras vidas. No todo era tristeza, tortura, muertes y desapariciones. Varios años después, una compañera me dice: Roberto Baschetti está escribiendo un libro sobre historias de militantes y me parece que vos deberías estar. Eso me impulsó a escribir otras historias. Finalmente, mis hijos y nietos me decían constantemente que tenía que escribir lo que me había sucedido. En la pandemia comencé a hacerlo.
–Desde la Masacre de Ezeiza hasta la Contraofensiva de Montoneros, en Jirones de mi vida recorrés desde tu experiencia una serie de hitos de la historia reciente argentina a veces muy abordados. ¿Cómo te llevás con el tratamiento que recibieron estos eventos?
–A veces encuentro cosas que me hacen ruido. Ahí anoto mi posición al costado de la página. En esos casos siempre entendí que esa persona lo había vivido de esas maneras y yo lo había vivido de otra. Por eso es que mi libro no es autobiográfico, sino que son memorias. Traté de hacer una especie de mezcla de memorias con libro de recuerdos. Todo lo que cuento está respaldado de alguna manera y el libro está lleno de fotos y archivos. Pero lo que narro parte de mis memorias. Con Roberto Baschetti, acá en casa, tenemos un archivo muy grande, muy importante. Él es un historiador que tiene uno de los archivos más importantes sobre el peronismo. Así que también tenía eso a mí alcance. Durante la pandemia, además, consulté con los compañeros con los que recordaba haber vivido distintos hechos y ellos, en general, lo recordaban de la misma manera. Fue un proceso de reconstrucción muy interesante para mí.
–En varios momentos de tus memorias te referís a la dificultad de explicar, de poner en palabra, ciertas vivencias ¿Esto es algo que se profundiza con el paso del tiempo?
–Son hechos que son difíciles de explicar si no se vivieron. Por ejemplo, en un momento me refiero al uso de las pastillas de cianuro. Eso era algo que me atormentaba a mí porque imaginaba el día que se lo iba a tener que explicar a mis hijos. Nunca les escondí ni negué nada. Siempre me responsabilicé de todo lo que hice y lo que hicimos. Entonces, obviamente, eso iba a tener que explicárselos, porque era algo que hacíamos. Además, Horacio había llegado a ponérsela en la la boca. ¿Cómo les explicás que uno hacía una cosa así pero eso no quería decir que te quería menos, sino al contrario? Son cosas difíciles de explicar y que se entienden desde hoy.
–¿Pensabas en tus hijos cuando escribías tus memorias?
–Muchas veces sí. En mis hijos, mis nietos, mi cuñada, la hermana de Horacio que es muy crítica. Eso me ayudó siempre a exigirme más, porque tengo a mi alrededor gente que es muy crítica, muy dura. Me parece bien, porque si uno lo hace debe buscar la excelencia. Pero no sólo escribía pensando en mi familia. También pensaba en las generaciones futuras. Por eso el último capítulo se lo dedico a todos los hijos, a distintos tipos de hijos. Porque creo que traté de escribirlo en un lenguaje fácil que en realidad es como yo hablo. Si había que putear, puteaba. Uso mi manera de hablar común porque no sé escribir de otra manera, porque no sé expresarme de otro modo. Y también porque para mí es importante que lo entiendan las futuras generaciones, los más jóvenes. ¿Sino para qué escribimos o hacemos todo lo que hacemos?
–En uno de los prólogos, Sandra Russo destaca tu voz, que narra la historia con un “trasfondo de alegría perenne, inconmovible”. ¿Fue una toma de posición consciente sobre tu historia?
–No, creo que soy así. En los momentos más terribles me sale más el humor. Hay gente que no lo entiende, pero toda la vida fui así. Me acuerdo cuando falleció mi papá. Íbamos mis tres hermanos y yo caminando en el cementerio muriéndonos de risa. Todos nos miraban. La realidad es que te acordabas de mi papá y no podías no reírte. Nos hacía bromas todo el tiempo, era un tipo muy jodón. No sé si el humor me viene de ahí. Tengo un humor muy particular y me he acostumbrado a afrontar así los momentos más jodidos.
–El arte está presente en todo el libro en forma de poemas, cuadros y canciones. Sin embargo, en la narración de tu vida comienza a aparecer a partir del exilio. ¿Por qué?
–No lo había pensado. Yo empecé en el mundo de las artes de muy piba. Mi viejo tenía una galería de arte y yo colaboraba, ayudaba. Los Espartaco los descubrí a los once. Cuando cumplí quince años pedí que me regalaran un cuadro. Durante mis épocas militantes, que fueron a partir de los setenta, tuve que largar todo. Por ahí tiene que ver con eso. De alguna manera desaparece el arte en mi vida, pero lo plástico, no la poesía. Nosotros, mi generación, leíamos mucha poesía. Nos alimentábamos muchísimo de la poesía y de las canciones para seguir adelante. Era lo que nos daba fuerza. Después en el exilio también, en esos momentos de tristeza. La poesía o la música era la que me ayudaba. Muchos de mis cuadros que pinté en el exilio, en Canadá, los hice escuchando Teresa Parodi. Todos los hice escuchando nuestra música y todos, llorando. Cuando regresé, y luego del tumor que me sacaron del cerebro, ya no pude llorar. Algo pasó.
–Tus memorias son también una historia de desplazamientos. ¿Cómo te vinculás con el territorio?
–Yo siempre fui muy de vivir en Argentina. Siempre quise eso, desde muy chiquitita. Mis viejos se iban, nos llevaban a otros lados, y yo punteaba todo el tiempo. Mi mamá me llevaba de compras, me compró un vestido, y yo decía: sí, pero hubiese sido más lindo si estaba hecho en Argentina. Cosas así, la volvía loca. Me acuerdo cuando vivíamos en Los Ángeles y antes de ir a la escuela me subía a una piedra que había en el fondo del jardín y cantaba el Himno Nacional. Los boicoteaba de todas formas. Siempre me sentí muy, muy argentina. Sin embargo, con mis viejos viví en 24 casas y después, sola, viví en 26. Hay cosas que se repiten aunque uno no lo quiera. Mi abuela se vino para acá exiliada, aunque los exiliados de esa época no se referían a sí mismos como exiliados. Cuando estaba en el avión, ahí empecé a darme cuenta que mi abuela se había ido exiliada de Rusia. Las historias a veces se repiten no necesariamente por la misma causa, la misma razón.
–El 29 de noviembre vas a presentar tu libro en Bella Vista, ¿Por qué ahí?
–Yo vivo en Bella Vista, en el Partido de San Miguel. La zona fue cambiando mucho. Vivo a nueve cuadras de Campo de Mayo y a doce cuadras del Hospital Militar, donde tengo un mural que me lo vandalizaron durante el gobierno de Macri. Bueno, acá tengo un montón de vecinos que son peronistas, amigos que nos juntamos cada sábado a almorzar y compartir ideas. Así que decidí que no iba a hacerlos ir hasta Capital, sino que lo haría donde vivo. Después voy a seguir girando. El primero de diciembre voy a estar en La Matanza y después me voy a Rosario, una ciudad muy importante para mí porque, si bien fue ahí donde mataron a Horacio, yo también fui muy feliz. Para mí eso es importante: recuperar la felicidad que uno vivió en los distintos lugares. Porque esa muerte fue producto de un montón de cosas hermosas que estábamos haciendo. Por eso lo mandaron.
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