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Diez cuentos se encadenan a través de un estilo inesperado en el libro de relatos “Todo lo que aprendimos de las películas” (Páginas de espuma) de María José Navia. La chilena Navia es autora de las novelas “SANT”, “Kinstrugi”, y los libros de cuentos “Instrucciones para ser feliz” , “Lugar” y “Una música futura”. Dialogamos con ella.
Periodista: “Todo lo que aprendimos de las películas” parece un ensayo y es un libro de cuentos…
María José Navia: Mi temor fue que se creyera que son cuentos sobre cine, y no lo son. Pensé que era un título como los de Carver o Cheever. De algún modo es mi homenaje a esas ficciones cinematográficas que nos constituyen y forman parte de nuestra vida. Son las que viste en la niñez y quedaron en tu memoria. El cine hace, de múltiples modos, a nuestra educación sentimental, a nuestra biografía. El cine nos advierte de cosas que nos pueden suceder, que vamos a hacer. Escribí en la pandemia y supe todo lo que entraña el ritual de ir al cine y también imaginé el fin del cine, que se va a acabar como experiencia. Pensé en las películas que me ayudaron a mirar como escritora. Películas en aquellas que, como “Lost in translation” (“Perdidos en Tokio”), se enfocan en lo sutil, en lo fugaz, que llevan a un ajuste de la mirada. Este ajuste está en “Mal de ojo”, el primer cuento. Es una llamada que hago a ajustar los ojos para poder ver lo que pasa en el resto de las historias.
P.: Muchas de sus historias tratan de algo que no se concreta.
M.J.N.: Cuando escribía me iba dando cuenta de ciertas constantes a las que recurría, y unas eran los “casi…”, casi familias, casi pareja, casi madre, casi padre. Volviendo a “Lost in translation”, ahí también hay un casi, una relación efímera, algo que no dura para siempre. Quería honrar esos casi, esos vínculos que no necesariamente porque duran poco no son importantes, está lo importante de lo fugaz.
P.: ¿Por qué la marcó tanto la película de Sofía Coppola?
M.J.N.: Me marcó junto a muchas otras que no menciono, por ejemplo “Con ánimo de amar” de Wong Kar-wai, donde está esa sutileza, ese tipo de vínculo, las de la española Isabel Croixet, “La ciénaga” de la argentina Lucrecia Martel. Le doy un ejemplo, la canadiense Sarah Polley en “Stories we tell” (“Las historias que contamos”) arma un documental sobre su mamá con videos familiares, escenas creadas por una actriz y entrevistas, y ninguna versión calza con la otra, esa película fue una gran inspiración para los personajes de Constance y Laura en los cuentos “Fan”, “Escenas borradas” y “Guardar el aire” de es “Todo lo que aprendimos de las películas”.
P.: ¿Sus cuentos son cortometrajes que se van convirtiendo en un largos?
M.J.N.: Eso dice Rodrigo Fresán que junto con Virginia Woolf es uno de mis escritores favoritos. Yo tomo de él ese jugar con las conexiones dentro y fuera del libro. Fresán dice que mis cuentos forman un largometraje mental.
P.: En ese caso, ¿a qué película se parecería?
M.J.N.: A “Magnolia”. Si no la menciono es porque es una obra maestra a la que no se acerca lo mío, es una película donde seguimos a distintos personajes que a veces se conocen y a veces no, a los que une un momento, una canción, cierto enfoque. Hay algo de eso también en “Con solo mirarte” de Rodrigo García, el hijo de García Márquez.
P.: ¿Qué siente que explora en sus relatos?
M.J.N: Más que personajes, tramas o escenarios, busco lograr un párrafo que quede en el lector. Ese es el gran trabajo, el minucioso. Hay frases de libros y películas que son nuestros amuletos. Me importa más el estilo, el lenguaje, la sonoridad de las palabras que cualquier cosa que pueda ser contada. Me interesa desde el lenguaje mostrar ese momento en que las personas comparten sus oscuridades, sus secretos, y después ya no se ven más.
P.: ¿Por qué sus personajes principalmente son mujeres?
M.J.N.: Quería verlas en distintas etapas de su vida, no sólo en relación con su cabeza, sus sueños, su imaginación sino también con su cuerpo, por eso hay cuerpos enfermos, incómodos, con dificultades que tratan de atrapar la juventud un poco más o que enfrentan el padecimiento final.
P.: En su libro una casa se transforma cuento a cuento.
M.J.N.: Voy manejando un auto en la neblina. Voy hacia adelante y no sé qué puede pasar. Mi felicidad es lograr saber adónde me lleva, eso de lo que no sé nada hasta el final. Después viene ese trabajo minucioso que se llama literatura. Una cosa que quería que estuviera en los cuentos es esa casa que yo digo que se embruja tres veces. Se embruja con una pareja desesperada por concebir, después en la relación de la escritora Constance y su hija Laura, y es el lugar donde Constance muere, y esa casa se va a transformar en casa museo -que tiene que ver con mi conmovedora experiencia personal en la casa de la poeta Emily Dickinson- pero el lugar termina siendo una casa inteligente, que es el embrujo tecnológico, en el cuento “Gretel”, que se relaciona con otros libros míos como “Kintsugi” y “Una música futura”, donde también aparece la tecnología devorando la intimidad, transformando la forma en que nos relacionamos y nuestros afectos. Después me di cuenta que la idea de encierro de esa casa estaba en otros relatos. Desde la primera en esa clínica que hacen tratamientos para los ojos.
P.: ¿Qué está escribiendo ahora?
M.J.N.: Terminé una novela sobre “El mago de Oz”. Habla de su autor, Frank Baum, su época, la película del 39, el guión, la producción, la vida de Judy Garland y mucho más. Estudié, investigué, decidí llevar mi obsesión infantil hasta sus últimas consecuencias. El año pasado se puso en escena “Clarissa/Dalloway”, la adaptación teatral que hice de la novela “La señora Dalloway” de Virginia Woolf
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