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27 mayo, 2023
(La Nuova Bussola Quotidiana)-Ponencia del Prof. John Haas (Profesor Emérito de Teología Moral en el Seminario de Filadelfia y en el Instituto Juan Pablo II de Washington DC, Presidente Emérito del Centro Nacional Católico de Bioética de los Estados Unidos) en el Congreso “Humanae Vitae, la audacia de una encíclica sobre la sexualidad y la procreación”, organizada por la Cátedra Internacional de Bioética Jérôme Lejeune (Roma, 19-20 de mayo).
El año pasado, la Libreria Editrice Vaticana publicó un texto en el que se cuestionaba la enseñanza de la Iglesia sobre la contracepción. El editor del libro escribía lo siguiente sobre la anticoncepción: “La elección prudente se hará evaluando oprtunamente todas las técnicas posibles en referencia a su situación específica, excluyendo obviamente las abortivas” (Etica teologica della vita. Scrittura, tradizione, sfide pratiche, editado por Vincenzo Paglia).
No existe una “elección prudente” en materia de anticoncepción. Quisiera mostrar por qué este planteamiento no es razonable y por qué conduce inevitablemente al aborto.
Sabemos que los individuos actúan por fines que consideran buenos. De hecho, consideramos que un ser humano actúa razonablemente cuando lo hace por un fin percibido como bueno. De hecho, es el fin de una acción lo que define la propia acción. Es más, sólo el fin hace posible cualquier acto, ya que todo el mundo actúa con vistas a un fin. Como dijo T.S. Eliot: “El fin es el punto desde el que empezamos” (Little Gidding).
Ciertamente, hubo un periodo en el que la teología moral estuvo dominada por un enfoque legalista que parecía contraponer normas abstractas a la conciencia individual. Sin embargo, el enfoque más sensato de la teología moral es el que hace hincapié, no en las leyes y las normas, sino en la razonabilidad del comportamiento humano en la búsqueda de la felicidad.
El comportamiento humano razonable consiste en que el agente moral actúe por fines percibidos como bienes, y los fines, como subraya Santo Tomás, constituyen el principio de la acción humana. Los fines definen y hacen posibles los actos humanos.
El Código de Derecho Canónico de 1917 define el matrimonio en términos de fines. “El fin primario del matrimonio es la procreación y la educación de la prole; el fin secundario es la ayuda mutua y el remedio de la concupiscencia” (canon 1013). El matrimonio se define en términos de sus fines peculiares a los que está naturalmente ordenado y que, por tanto, nos dicen lo que es.
Como dijo el jesuita Bernard Lonergan, el matrimonio “es más una incorporación de la finalidad [o fin] del sexo, que del sexo mismo… Porque lo que viene primero (es decir, es primario) en la constitución ontológica de una cosa no es el dato de experiencia sino, por el contrario, lo que se conoce en el último y más general acto de comprensión del mismo”.
Santo Tomás y Bernard Lonergan no son los únicos que piensan así. En su Introducción al psicoanálisis, Sigmund Freud escribió: “es una característica común de todas las perversiones (sexuales) el dejar de lado la reproducción como objetivo (fin). En realidad éste es el criterio por el que juzgamos que una actividad sexual es perversa: si en su fin se desprende de la reproducción y persigue la gratificación independientemente de ella”. Son frases que podría haber escrito Santo Tomás.
El hombre y la mujer se sienten atraídos por el matrimonio por amor a los bienes que éste incorpora, empezando por el bien de los hijos, ya que es éste el que explica en última instancia el matrimonio y el acto conyugal. Pero hombres y mujeres, en un sentido más inmediato, se sienten atraídos también por el bien de la ayuda mutua o amistad que la pareja encuentra en el matrimonio. Así pues, son los fines del matrimonio los que explican lo que es y lo que hace posible esta institución.
La persona humana no puede romper el vínculo entre los fines unitivo y procreativo del matrimonio porque éstos constituyen la auténtica definición de lo que es el matrimonio. Y el hombre y la mujer se sienten naturalmente atraídos por esos fines precisamente porque son buenos. Puesto que el comportamiento humano aparece como razonable cuando se actúa con vistas a fines que son vistos y comprendidos como buenos, paralelamente es irrazonable actuar contra un bien como si fuese un mal. De hecho, eso violaría el primer principio de la razón práctica, violaría el primer principio de la moral.
Actuar contra un bien como si fuera un mal violaría la sindéresis, el primer principio de la acción humana: “Haz el bien, evita el mal”. Es aquí, a mi parecer, donde se encuentra la inmoralidad, la irracionalidad, el desorden de la contracepción.
La anticoncepción implica siempre un actuar diferente al del acto conyugal, y ese otro actuar se dirige específicamente contra uno de los bienes (o fines) que de hecho dan sentido al acto conyugal, a saber, el bien procreativo, los hijos. El propio nombre del acto describe su malicia: es contra, contra el bien procreativo. La contracepción es un acto elegido y querido contra un bien inherente al acto conyugal que la pareja ha decidido realizar.
Cada acto contraceptivo es un acto diferente del acto conyugal: tomar una píldora o ponerse un preservativo o colocarse un DIU o cerrar quirúrgicamente las trompas de Falopio. ¿Hay que evaluar todas estas técnicas, como decía el editor antes citado, para llegar a una elección “prudente” en materia de contracepción? Pero todas estas acciones son diferentes, son otra cosa que el acto conyugal, y todas ellas no tienen otra finalidad que la de volverse contra la realización de uno de los fines o bienes que dan sentido al acto conyugal, y que de hecho lo hacen posible. Realizar un acto anticonceptivo es actuar en violación de nuestra naturaleza razonable, que es actuar buscando fines percibidos como bienes.
Cuando una pareja de esposos mantiene relaciones conyugales durante el período infértil, aun sabiendo que verosímilmente no se producirá una concepción, reconoce que su acto mantiene, no obstante, su relación intrínseca con la generación de vida humana. De hecho, es por eso que limitan el acto conyugal al período no fértil del ciclo de la mujer. Sin embargo, no actúan contra el bien procreador. Simplemente realizan otros bienes del matrimonio sin actuar contra ningún bien.
Puesto que la sindéresis conduce naturalmente a evitar el mal, cuando un mal se manifiesta actuamos instintivamente contra él para eliminarlo. Aquí captamos el nexo inextricable entre anticoncepción y aborto. Al actuar constantemente contra el bien procreador inherente al acto conyugal como si fuera un mal, cuando éste se manifiesta a pesar de nuestros esfuerzos, actuamos para eliminarlo. Esta acción, obviamente, es el aborto. Es una consecuencia natural del inducir la esterilidad, cuando la esterilidad fracasa y se manifiesta el mal de la fertilidad.
En el siglo V, San Agustín lo vio y escribió: “[El libertinaje de los esposos] lleva a veces a extremos tales como procurarse venenos esterilizantes y, si no están disponibles, a suprimir de algún modo el feto concebido en el seno materno y expulsarlo. Quieren que su prole muera antes de venir a la existencia o, si ya viven en el seno materno, que mueran antes de nacer” (San Agustín, Sobre el matrimonio y la concupiscencia).
En cierto modo, fue “natural” que Planned Parenthood pasara de ser el abanderado de la contracepción a convertirse en el mayor proveedor de abortos del mundo. Los hijos y la fertilidad pasaron a verse como males, como enfermedades, que había que evitar o eliminar. De hecho, nunca ha habido una sociedad que haya aceptado la práctica generalizada de la anticoncepción sin aceptar y apoyar también el aborto. En 1968, Planned Parenthood publicó un panfleto titulado Plan Your Children for Health and Happiness (Planifique a sus hijos para la salud y la felicidad). Un pasaje del mismo planteaba la siguiente pregunta: “¿El control de la natalidad es aborto?”. La respuesta del panfleto de Planned Parenthood era: “En absoluto. Un aborto suprime la vida de un niño después de que haya comenzado. Es peligroso para tu vida y tu salud. Te hace estéril, de modo que cuando desees un hijo no podrás tenerlo. El simple control de la natalidad pospone el inicio de la vida”. En la actualidad, Planned Parenthood es el mayor proveedor de abortos del mundo, ya que la lógica de la anticoncepción se ha desplegado por sí misma.
Podemos fijarnos en la Iglesia Anglicana para ver la evolución desde la aceptación de la anticoncepción hasta la del aborto. En 1920, los obispos anglicanos del mundo se reunieron en el Palacio de Lambeth, en Londres, y condenaron la anticoncepción en los términos más enérgicos: “Lanzamos una clara advertencia contra el uso de medios no naturales para evitar la concepción, junto con los graves peligros -físicos, morales y religiosos- que conllevan” (Resolución, 68). Diez años más tarde, en 1930, los obispos de la Comunión Anglicana se reunieron de nuevo en Lambeth. En sus deliberaciones reconocieron que había periodos en los que las parejas casadas debían evitar tener hijos y que el enfoque más cristiano era la abstinencia de las relaciones conyugales. Sin embargo, llegaron a afirmar, si bien con cierta timidez, cuando la abstinencia se demostraba imposible, las parejas casadas podían utilizar métodos anticonceptivos durante un periodo limitado. Al mismo tiempo, los obispos condenaron duramente el aborto, pero a partir de 1967, la Iglesia Episcopaliana de Estados Unidos, miembro de la Comunión Anglicana, apoyó el aborto legal, incluso antes de su legalización en 1973.
Y justo el verano pasado, en 2022, la Asamblea General de la Iglesia Episcopaliana aprobó una resolución que afirmaba: “Frente a la erosión de los derechos reproductivos, todos los episcopalianos deben poder acceder a los servicios de aborto y control de la natalidad sin restricción de movimiento, autonomía, tipo o tiempo”. Finalmente se “resolvió que la 80ª Asamblea General entiende que la protección de la libertad religiosa se extiende a todos los episcopalianos que puedan necesitar o desear acceder, utilizar o ayudar a otros a procurar, u ofrecer, servicios de aborto” (Resolución D083 en la 80ª Convención General de la Iglesia Episcopaliana, Baltimore, Maryland, 8-11 de julio de 2022).
¡En menos de un siglo, los anglicanos han pasado de una aprobación reticente de la anticoncepción a reclamar a voces el acceso universal al aborto!
No estoy sugiriendo que exista una pendiente resbaladiza que lleve de la anticoncepción al aborto. Estoy argumentando que cuando se justifica moralmente un acto intrínsecamente malo, como siempre ha sido considerada la anticoncepción por la Iglesia, ya estamos en el fondo de la pendiente resbaladiza y podemos justificar prácticamente cualquier acto. Aceptar la moralidad de la anticoncepción equivale prácticamente a aceptar una falsa concepción de la persona humana que lleva a sostener otros comportamientos aberrantes que minan el bienestar humano.
Uno de los desafíos a la Humanae Vitae, ahora y en el futuro, es sin duda la minimización de la inmoralidad de la anticoncepción, como si pudiera constituir una “elección prudente”, cuando es la verdadera puerta de entrada a una mentalidad contraria a la vida y a los horrores del aborto.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana