La belleza de la violencia, el desamparo y la venganza en ‘Ayer el fuego’


Intentar hablarles del más reciente libro de cuentos del escritor boliviano Rodrigo Urquiola (1986) es una tarea que me deleita y al mismo tiempo me asusta pues siento que todo lo que diga o escriba se quedará corto para describir sus cualidades. Por eso, comenzaré por explicar por qué “la belleza en la violencia, el desamparo y la venganza”. ¿Cómo es eso posible? 

Pues bien, quiero que piensen por un momento en la escena de Perros de reserva (Tarantino, 1992) cuando, en medio de un gracioso e icónico baile, le cercenan una oreja a un policía. Ese momento grotesco, pero magistral; absurdamente morboso, pero al mismo tiempo exquisito (al punto de que hoy por hoy tanto la película como la escena son obras de culto) destila belleza. Sí, en otro lenguaje: el cinematográfico, pero belleza al fin y al cabo y es lo que cuenta.

Lo mismo sucede con la menos conocida película italiana No te muevas (Castellitto, 2004) en la que ese protagonista, héroe indudable del film, neurocirujano reconocido en su ciudad, respetado por su familia y comunidad, es capaz de golpear delante de la mirada atónita de su familia a un perrito. Esa repulsión fascinante que sentimos como espectadores ante la escena: todos saben que fue él, aunque el plano solo lo muestre comiendo, imperturbable, mientras los demás comensales y nosotros nos quedamos atónitos, espantados, maravillados con el embutido de ángel y demonio que acabamos de ver, que todos llevamos por dentro, pero que necesita de un excelente cineasta para recrearlo con maestría.

Así se siente la violencia, el desamparo y la venganza en los cuentos de Urquiola. Y es en esa maestría al describir lo violento que los cuentos de Ayer el fuego nos tocan la fibra más profunda y nos hacen querer sumergirnos más y más en aquel universo literario que, siguiendo a cabalidad el mandato de Cortázar, noquea al lector. 

Para encontrar la belleza en Ayer el fuego (2022), publicado por la editorial Libros de la Montaña, y que reúne 10 relatos magistralmente escritos por este joven narrador paceño, basta solo con abrir el libro. Desde su dedicatoria hasta el punto final en la última página es un deleite de situaciones tan desoladoras como hermosas.

Quizá sea justo aclarar (o tal vez innecesario, pero igual lo haré) que tengo mis cuentos preferidos. No porque los considere mejores, sino porque fueron los que más me impactaron y que a la hora de un ranking pondría en los primeros lugares. “Ashley”, “La muerte de Lennon” y “Senkata” ya han recibido reconocimientos internacionales por lo que a lo mejor nada de lo que diga puede aportar nuevas luces sobre sus valores literarios. No obstante, quisiera centrarme en lo que produjeron en mí como lectora. En cómo me conmovieron, deleitaron y asombraron con la misma maestría de las películas arriba citadas. 

En mis tres historias favoritas, así como en todos los relatos del libro encontré una narrativa fluida, libre de un lenguaje artificioso o pretencioso. Por el contrario, es directo y con un gacho enérgico. A lo mejor la fuerza reside en que el autor cumple a cabalidad lo recomendado por Tolstoi “Escribe sobre tu aldea y serás universal”, pero sería demasiado reduccionista decir que el éxito de este libro se basa en lo “autobiográfico”. De hecho, en algunas reseñas de prensa insisten en endilgarle esta cualidad, como si una buena anécdota en manos equivocadas no pudiera llegar a ser un desastre. De nada serviría que Urquiola plasme sus vivencias si no estuviera dotado de una gran pluma. El libro es en sí mismo mucho más que un paseo por su vida y su memoria. 

Es una inmersión a un océano de complejidades. Se requiere, por tanto, sumergirse en estas historias dotados de una buena bomba de oxígeno que nos sostenga en la bajada a lo más profundo del ser humano. A los vericuetos insondables del embutido ángel/demonio del que hablaba Nicanor Parra.

Otra de las virtudes de este compendio de relatos es la inclusión del fútbol. Los pasajes referidos a este deporte que despierta tantas pasiones, son llevados con tal belleza que resultaría imperdonable que no lo mencionara. Y a mí en lo particular me lleva a comparar esas escenas de goles, chutazos y hasta puñetazos con el propio libro. Este último, como el más versátil de los jugadores, nos muestra pases cortos que nos permiten ir viviendo sus páginas con la euforia de un fanático futbolero. Esos momentos tensos entre una buena jugada y el añorado gol, derribando defensas y engañando al arquero pueden palparse en Ayer el fuego. Urquiola nos acelera el corazón y leyéndolo pasamos del grito al llanto en cuestión de segundos. Cada cuento tiene micropasajes, microescenas tan minimalistas e importantes como las captadas por el sistema VAR en el reciente mundial de Qatar, que no solo ayudan a la construcción de los personajes, sino que por momentos te hacen sentir en medio de un terremoto. 

Lo mejor, tal y como lo haría un partido entre dos grandes rivales, es que puedes verlo en cualquier momento y te emocionarás igual. Ayer el fuego puede leerse en el orden que el lector decida porque, aunque en el fondo compartan el mismo universo literario, son independientes entre sí. El ritmo y cadencia de cada uno atrapará al lector según sus propios gustos estéticos, pero ninguno decepcionará. 

Los invito a que se deleiten con este gran partido. Que se dejen seducir por los truquillos magistrales de Urquiola. Que vean, fotografíen, admiren y graben a sus jugadores estrellas. Que griten, se asombren, puteen, enojen y hasta lloren. Hay tantas chilenas, cabezazos, escorpiones, elásticas, ruletas y colas de vaca que saldrán obnubilados y solo querrán saber la fecha del próximo encuentro.

Escritora venezolana



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