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Versos de amor

Herencia de Heráclito, Homero y Platón: cuáles fueron los primeros usos de la palabra ‘filosofía’

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Platón (izquierda) y Aristóteles (derecha), retratados en La escuela de Atenas de Rafael Sanzio

Los primeros testimonios de palabras griegas relacionadas con el substantivo “filosofía” son del siglo V a.e.C. Si es auténtico, el fragmento B35 de Heráclito ofrece el primer uso conocido del adjetivo philósophos. La traducción dice: “Es muy necesario que los hombres filósofos sean conocedores de muchas cosas”.

De acuerdo con la frase, el hombre “filósofo” –aficionado o adicto al conocimiento– debe ser un “conocedor”: hístor, en griego. Un hístor es alguien que ve o ha visto y por lo tanto conoce y es experto.

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Esta designación es enigmática. Lo habitual es denominar a los expertos refiriendo aquello de lo que entienden y se ocupan –cortar madera o dirigir un barco–. Caracterizar la actividad específica de un experto mediante un verbo que no constituye ninguna especificación –ver o conocer en general– resulta en cambio extraño. Hagamos lo que hagamos, siempre estamos viendo y conociendo. Pero un navegante ve y conoce bien el mar y las estrellas. Y un carpintero ve y conoce bien la madera. ¿Qué ven bien esos hístores a los que los hombres “ansiosos de conocimiento” deberían asimilarse?

El fragmento de Heráclito no proporciona información, pero la omisión no es casual sino significativa.

Los contextos de empleo de la palabra hístor sugieren que se trata de alguien que observa con cierta imparcialidad.

En la Ilíada, un hístor presencia un proceso en el que se intenta pactar una solución justa en un conflicto entre dos partes (canto 18, versos 501-508).

Un hombre ha muerto. La comunidad se ha reunido públicamente. Los ancianos se sientan en círculo sobre piedras pulidas y dos hombres disputan a causa de la compensación a entregar o recibir por la pérdida del muerto. Ambos desean obtener del hístor una decisión favorable. En el medio yacen dos talentos de oro como premio para quien exprese la sentencia más justa de todas.

Ruinas de la supuesta ciudad de Troya en Canakkale, Turquía (Foto: AFP)

Más tarde, en el contexto de unos juegos reglados (canto 23, verso 486), el héroe Agamenón, que no participa en ninguna de las competiciones, es llamado a actuar como hístor dirimiendo una riña acerca de qué yeguas son las primeras en una carrera.

Un hístor debe conocer muy bien las reglas del juego (sean deportivos o judiciales), pero no puede ser él mismo un jugador. Participa, pero a la vez mantiene esa relativa exterioridad que es requisito de la ecuanimidad. También el “filósofo” conoce las reglas del juego y lo observa desde fuera. Es hístor, conocedor en general, pero guarda una distancia no frente a un juego cualquiera, sino frente al mundo y la vida.

Es un misterio esta distancia. De hecho, en los versos de la Ilíada en los que el hístor aparece como observador independiente no está claro de dónde ha salido este personaje ni cuál es exactamente su tarea. ¿Juzga él mismo el caso de homicidio o actúa como un garante del procedimiento?

En todo caso, los dos contextos homéricos dejan claro que un hístor es una figura de autoridad capaz de decidir en razón de su conocimiento.

El siguiente testimonio en el que aparece un término relacionado con la palabra “filosofía” es un pasaje de Heródoto (I, 30). Creso, rey de Lidia, se dirige a Solón, el poeta y legislador que ha escrito las leyes para los ciudadanos de Atenas.

Solón está embarcado en un viaje sin rumbo fijo (algo así como un andar errante). Se indica que la theoría –la visión, la observación– es la razón de su peregrinaje. Creso añade que Solón ha recorrido ya mucha tierra filosofando por amor a la observación. Solón no viaja para ganar nada. No se ha ausentado de Atenas porque tenga un negocio –una prâxis– en marcha, sino por el desprendimiento que permite la theoría.

En los versos de la Ilíada en los que el hístor aparece como observador independiente, no está claro de dónde ha salido este personaje ni cuál es exactamente su tarea

El viajero rompe con su espacio de instalación original: deja atrás la tierra patria y se va. Así remonta el vuelo la búsqueda del saber. La filosofía empieza cuando las demás actividades son suspendidas, abandonadas o relativizadas. Cuando el estar inmerso en algo se interrumpe. Se filosofa cuando alguien, aunque sea provisionalmente, se queda en el aire.

No hay filosofía sin capacidad de detenerse y no hacer nada particular. Por eso en muchos diálogos de Platón la posibilidad de que haya diálogo depende del hecho de que los interlocutores tengan o no skholé, tiempo libre.

Volviendo a Solón: Heródoto precisa que la razón de fondo de su viaje errabundo es que él “hizo las leyes” para los atenienses. Quiso dejarlos solos con esas leyes, por eso se fue, para que no se reemplazase la autoridad de la ley por ninguna autoridad personal, tampoco la suya.

Escribir las leyes es el primer paso para constituir un sistema de relaciones abstractas en el que no reine ninguna autoridad personal, sino que la propia ley ostente el mando. Saber en general, observar de forma imparcial y reconocer reglas que valgan igualmente para unos y otros, con independencia de sus identidades personales de origen, son fenómenos unidos.

Heródoto es él mismo un hístor. Esto significa que es un experto en realizar esa acrobacia que consiste en ver lo propio desde fuera hasta lograr incluso pronunciarse sobre los griegos desde el punto de vista de los bárbaros.

Es, además, representante de un género “literario” novedoso que toma su nombre de la observación profesional: la historíe, palabra que habría que traducir por “averiguación” o “investigación” más que por “historia”.

Este género está marcado por un alejamiento de los demás géneros (la tragedia y la comedia, por ejemplo), que incluyen música, ritmo, danza y canto. Si la neutralidad es inseparable de la actividad del hístor, su vehículo de expresión constituye una neutralización de la música, la danza, el ritmo y el canto. La historíe es lo que llamamos “prosa”: carece patrones de construcción métrica y no tiene canto ni danza asociados.

Al contrario de lo que ocurre hoy, en aquel momento escribir prosa era algo nuevo, raro y sofisticado. Por defecto, la forma de composición eran los versos. Parece muy consecuente que la prosa fuera el género propio de buena parte de ese nuevo tipo de discurso rebelde y rompedor que incluía la filosofía, la oratoria forense, la historia y la medicina antigua.

Precisamente en el tratado De la medicina antigua, atribuido a Hipócrates de Cos, se encuentra el que pudiera ser el primer uso conocido del sustantivo “filosofía”, en un contexto en el que se polemiza con “médicos y sabios”:

“Y este razonamiento suyo apunta a la filosofía, como en Empédocles y otros que, en sus escritos sobre la naturaleza, estudian desde un principio qué es el hombre, cómo se ha formado y de qué está compuesto”.

Pero no será hasta el siglo IV a.e.C. cuando la palabra adquiera verdadera relevancia, especialmente en el también polémico proyecto de escritura de Platón.

Los diálogos de Platón no tienen ritmo ni música y nadie los canta ni los baila en un lugar especial de la pólis en una ocasión festiva. Son textos escritos en prosa para todos en general y para nadie en particular, que pueden leerse en cualquier lugar y momento. Y esto, aunque nos choque, es una rareza.

La misma rareza que está ocurriendo ahora, mientras escribo un texto en prosa para un público desconocido que puede ser leído en cualquier momento, en cualquier lugar.

* Es profesora de Filosofía, Universidad de Zaragoza.

Publicado originalmente en The Conversation.

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Versos de amor

Cinco años, tres manuscritos – Zenda

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Patricia Almarcegui ha escrito una carta de amor a Menorca e Irán a través de una novela en la que dos mujeres, una de cada uno de esos lugares, coinciden en un hotel abandonado que ha sido ocupado. Las dos protagonistas de Las vidas que no viví descubrirán enseguida que, pese a sus orígenes diferentes, tiene muchas cosas en común.

En este making of Patricia Almarcegui cuenta el origen de Las vidas que no viví (Candaya).

***

El trabajo de mi tercera novela, Las vidas que no viví, ha sido largo. Empezó hace cinco años y ha dado lugar a tres manuscritos. Posiblemente, ha sido el libro que más dudas me ha generado. El origen arranca con una treintena de entrevistas a mujeres de nacionalidades y tres generaciones diversas. A todas les pregunté lo mismo: en qué situaciones laborales, sentimentales, familiares, etc. se habían sentido en inferioridad de condiciones respecto a los hombres. Desde el principio supe que no quería hacer una compilación de entrevistas ni un libro de no ficción. Cómo crear unas voces que pudieran transmitir la intensidad de lo que me habían contado y de lo que quería contar.

Usé la misma poética de mi penúltimo libro, el fragmento: me permitía trabajar más el lenguaje y buscar un tono de mayor intensidad

Hice una lista de los acontecimientos y acciones que habían surgido en las entrevistas y luego creé tres voces. Una mujer de Barcelona, otra de Yazd y una tercera de Tokio. Era el primer manuscrito y las voces se alternaban. Se titulaba La herida. Más tarde decidí que la japonesa (una actriz de veinte años) desapareciera. Quedaron Pari (iraní de 75 años, que se ha mantenido desde el comienzo) y Anna. No sé cuándo decidí que ella sería menorquina, pero eso, creo, ha sido uno de los encuentros del libro. He vivido los últimos diez años en la isla, los lugares pueden llegar a determinar y generar los relatos, y encontrar una voz para ella tendría que ver también con mi experiencia aquí. Irán y Menorca son los sitios de mis afectos de los últimos años.

Usé la misma poética de mi penúltimo libro, el fragmento: me permitía trabajar más el lenguaje y buscar un tono de mayor intensidad. Había acontecimientos que obligatoriamente tendrían que tener una extensión más grande: el aborto, la excursión al faro, el préstamo y la peluquería. Los hechos, en definitiva, que van trazando las vidas que viven y que no viven las dos protagonistas. Y mientras, se colaron mis otros intereses y obsesiones de estos años: la maternidad, el derecho a la vivienda, la gentrificación, el turismo y lo que hoy se denomina la liternatura (travel writing), a través del huerto y el jardín. Espacios en los que crecen las protagonistas y que las definen, y que permiten además ir desplegando multitud de cuestiones que tienen que ver con la naturaleza y el paisaje en la actualidad, dos espacios que deben redefinirse en plena crisis climática.

Luego están las imágenes sensitivas, el ritmo de palabras y sintagmas, los puntos y aparte y la forma de la página, el lenguaje poético, todo aquello que puede devolver el tiempo real de los acontecimientos que se cuentan Anna, Pari, Menorca e Irán

A Anna y Pari las imaginé en una larga conversación y, a medida que hablaban de Irán y Menorca, surgió una escritura a medias mítica a medias cronística que en el último manuscrito decidí que fuera una tercera voz. La única que hablaría en tercera persona, frente a la primera de ellas. Las tres voces se alternarían, y dividí la novela en tres partes. Surgieron catástrofes naturales, naufragios, conquistas y revoluciones. Circunstancias no elegidas por los menorquines e iraníes pero que han configurado sus vidas y destinos y son, algunas, casi desconocidas. A veces también se han deslizado frases, versos, ideas de las deudas artísticas de estos cinco años: Nizami, Beauvoir, Farrojzad, Hafez, Panahi, Rubio i Tuduri.

Luego están las imágenes sensitivas, el ritmo de palabras y sintagmas, los puntos y aparte y la forma de la página, el lenguaje poético, todo aquello que puede devolver el tiempo real de los acontecimientos que se cuentan Anna, Pari, Menorca e Irán. Como esas frases sueltas que pertenecen a algunas de las entrevistas de las mujeres pero podrían ser versos de Hafez y que, al igual que en su poesía, no se resuelven, pero denuncian y restituyen lo que sintieron, y flotan en la página como un mensaje a veces iniciático y a veces de alarma. “De qué tiene memoria este jardín”.

—————————————

Autora: Patricia Almarcegui. Título: Las vidas que no viví. Editorial: Candaya. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.


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Versos de amor

10 libros ilustrados para arrancar con buen pie lector el nuevo curso

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La personalísima nueva obra de Manuel Marsol, cargada de poesía y preguntas existenciales, o una de las historias de las Metamorfosis de Ovidio —obra en la que el propio Ovidio manifiesta toda su experiencia acumulada basada en una amplia tradición elegíaca, lírica y trágica— recuperada por Irene Vallejo. Además, merece la pena disfrutar de un álbum construido a base de redundancias que se convierte en un trabalenguas lector; del “Se acabó” de una madre harta de cargar con todas las tareas domésticas y de un álbum informativo para los amantes de los perros…

Las editoriales de literatura infantil y juvenil lanzan en el mes de diciembre un buen catálogo de novedades coincidiendo con la vuelta al cole. Esta es una selección de 10 libros ilustrados de reciente publicación con los que arrancar el curso lector. Títulos perfectos para jóvenes lectores a partir de los 3 años.

El dramaturgo y escritor de literatura infantil y juvenil Juan Arjona juega con las palabras en este hilarante libro construido a base de redundancias que invita a ser leído en voz alta, uniéndose con la voz al juego —casi un trabalenguas— que propone el autor sevillano. Las coloridas y expresivas ilustraciones de Enrique Quevedo, repletas de detalles y personajes tan estrambóticos como el texto de Arjona, son el complemento perfecto para un álbum que, como escribía la escritora argentina y gestora cultural Mariana Sández en las páginas de ‘Una casa llena de gente’, demuestra que “la literatura es un cubo mágico, es todos los juegos en un juego”.

Escrito a partir de versos hexasílabos, este cuento de buenas noches arrulla con su ritmo y con la belleza y la nostalgia que siempre despiertan las ilustraciones de Concha Pasamar, una autora dueña de un trazo, un lenguaje poético y un universo muy personales y que, muchas veces, interpela y emociona al público adulto tanto o más que a los niños. Este libro es una invitación a viajar por el mundo de los sueños, ese universo onírico donde todo es posible; y, sobre todo, es un bello homenaje a esas rutinas llenas de historias y ternura —siempre y cuando no ganen la partida las prisas, el estrés y el cansancio— con las que las madres (afortunadamente, también, cada vez más los padres) han acompañado a sus hijos cada noche a las puertas del sueño.

El reconocible estilo narrativo de José Carlos Andrés sobrevuela esta tierna historia protagonizada por un ratón de biblioteca —de librería, en este caso— que descubre, gracias a una amable librera, que leer y escuchar historias alimenta mucho más que comerse las páginas de un libro. Katharina Sieg ilustra con calidez este sentido homenaje a la literatura como alimento del alma —con guiño incluido a un clásico de la literatura infantil— y a todos esos libreros y libreras que acercan con su encomiable trabajo cada libro a su lector.

Corría el año 1986 cuando el autor inglés Anthony Browne publicó este álbum ilustrado adelantado a su tiempo y que, pese a los cambios sociales acontecidos en las últimas décadas, mantiene aún toda su vigencia. Ahora, con traducción de Sandra Senra Gómez, llega a España este manifiesto feminista para repensar las relaciones familiares y el desigual reparto que en muchos hogares sigue existiendo de las tareas domésticas, asumidas mayoritariamente por mujeres que, como la madre de la historia de Browne, si decidiesen parar, entonar un “se acabó” y desaparecer harían colapsar muchos ecosistemas familiares (y a los personajes machistas que los habitan).

Qué difícil resulta a veces inventarse una historia para niños y niñas en estos tiempos de moralismo exacerbado. Qué difícil hacerlo, además, sin caer en clichés clásicos de la literatura infantil (el príncipe, la princesa, el dragón, la bruja). Mucho más cuando se tiene por público a una niña tan exigente y con tanta conciencia feminista como la que protagoniza este álbum de Davide Calì. Las divertidas ilustraciones de Anna Aparicio Català dan un subidón de color a un libro que invita a ser leído interpretando dos voces distintas (la del padre y la de la hija). Arranca una sonrisa en la primera página que ya no te abandona hasta su redonda escena final.

En estos tiempos de consejeros delegados, ‘social media managers’, ‘influencers’ y tantas profesiones aún por inventar que dominarán el mundo laboral en las próximas décadas, Juan Scaltier invita a hacer un paseo por sugerentes y poéticos oficios olvidados en esta original propuesta de estética ‘vintage’ que desprende aroma a nostalgia. Una suerte de bestiario de profesiones en el que tienen cabida curiosos trabajos como el de vendedor de humo, buzo de mar de dudas, cosechador de piedras o deshollinador de pesadillas. Las ilustraciones de Álex Falcón ayudan a crear una atmósfera digna de tesoro literario antiguo.

La narradora y escritora de literatura infantil Inma Muñoz hará reflexionar con este título a los pequeños lectores sobre la prisa que siempre se tiene de niño por hacerse mayor… para luego, llegada la adultez, descubrir que no era para tanto y pasarse la vida añorando el paraíso perdido de la infancia. Esa lección la aprende el pequeño protagonista de esta trepidante historia, ilustrada por el trazo inconfundible de Gustavo Roldán Gatevach, que de golpe y porrazo —y sin esperarlo— se verá viviendo la vida soñada e idealizada de los adultos.

La legión de niñas y niños amantes de los perros (y los adultos también) son el público objetivo de este precioso álbum ilustrado que, partiendo de una historia personal (la adopción de una perrita, ‘Jo’, por parte de la ilustradora Elena Bulay), se acaba convirtiendo en casi una enciclopedia sobre el llamado mejor amigo del hombre. Además de anécdotas personales, en sus páginas se encuentran un sinfín de curiosidades sobre estos animales y toda la información necesaria para cuidar a los canes de manera respetuosa e intentar ser en el mejor amigo que puedan tener.

Qué atractiva es siempre la mitología y qué hermosas sus leyendas cuando te las cuentan con la sensibilidad y la belleza con las que lo hace Irene Vallejo. Ella versiona en este libro ilustrado la apasionada historia de amor de Ceix y Alcione que, según narró Ovidio en las ‘Metamorfosis’, se esconde tras el surgimiento del martín pescador. Vallejo da forma en ‘La leyenda de las mareas mansas’ a un relato poético, luminoso y lleno de esperanza —pese a la tragedia que lo recorre— que alcanza otra dimensión gracias a las bellísimas ilustraciones y acuarelas de Lina Vila. Un libro ilustrado para ser leído en solitario o compartido con igual entusiasmo en voz alta con los más pequeños de la casa.

Manuel Marsol, uno de los autores españoles de álbumes ilustrados más reconocidos internacionalmente, empezó a concebir este título en 2013. Una década después llega a las librerías este personalísimo y emotivo álbum con múltiples capas de lectura —más indicado quizás para el ojo y el goce adulto—, cargado de poesía y preguntas existenciales y filosóficas sobre el paso del tiempo y la fugacidad de la vida. En sus páginas, el autor madrileño homenajea a su padre, fallecido cuando él apenas contaba 11 años, con una bella alegoría sobre el duelo y el amor imborrable de un hijo por su padre.

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Donde mora la poesía

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De nuevo no cabía un alfiler. Adeptos y neófitos perseveran en ir a escuchar la poesía que hogaño se desgrana en Granada. El pasado miércoles la nostalgia, en forma de homenaje, enredó sus zarcillos entre los añosos cipreses de la Casa de los Tiros. Se recordaba aquella Granada de los ochenta y el manifiesto titulado ‘La otra sentimentalidad’.

La presentación de Gerardo Rodríguez Salas, bien redactada y pulcramente leída, plasmó historias, definió conceptos y asignó quehaceres. Antes, Fernando Egea, delegado territorial de Turismo y Cultura (el orden no debe demeritar a la postrera), había improvisado la bienvenida a todos como buen anfitrión.

En las palabras de Gerardo, y los comentarios de sus compañeras, ya quedaron bien enroscadas las dos ruedas sobre las que discurriría el carro de la noche: Juan Carlos Rodríguez como teórico de aquella corriente poética y la mujer como autora, olvidada y recuperada.

Dejando a un lado este énfasis repetitivo sobre la mujer artista, secularmente ninguneada por los hombres, verdad tan evidente como manipulable, ante la mesa se sentaron tres poetas de nuestra ciudad, con mucha experiencia sobre sus hombros y ricos poemarios entre sus manos. Gerardo, con su breve prosa descriptiva, y las dos protagonistas de la noche: Teresa Gómez y Ángeles Mora. A su alrededor, el expectante público en media luna, que musitó alguna interjección de agrado al final de ciertos poemas.

Teresa y Ángeles vivieron aquella ‘otra sentimentalidad’, cuando aún eran estudiantes. Su álbum conjunto de recuerdos nos lo abrieron para mostrarnos su amistad, desde los bancos de la Facultad, desde su encuentro con Juan Carlos, desde su deslumbramiento por aquel Moisés de impertérrito sobrero, que ayudó a tantos en la travesía del desierto. Juan Carlos, el mesías, el profeta, por muchos ya canonizado, volvió a la vida gracias a las reiteradas citas de ambas discípulas, y de poemas en los que asomaba la palabra peregrinar.

Noches como esta, pero en los ochenta, cuando la esperanza andaba por las calles de Granada

Recuerdos. Noches como esta, pero de aquellos inviernos crudos de los ochenta, cuando la esperanza andaba por las calles de Granada, y de España, y los poetas se reunían en los trasnoches de La Tertulia. De allí se evaporó un átomo de tristeza que no sólo impregnó la obra de Javier Egea sino la de algunos poemas leídos por ellas ante los cipreses negros.

Casi todos los poemas escorados hacia la seriedad, por suerte sin naufragar en la autocompasión. Con la única excepción de aquel ‘príncipe azul’ de Ángeles, que despertó una de las pocas sonrisas de la noche.

Unos pocos versos seductores de nuestra memoria, lo demás un fondo de nubes y claros con dos mujeres asomadas.

Muchos poemas en primera persona. El yo que se apropia de amaneceres y de objetos cotidianos, para remendar viejos o nuevos jirones con el inefable pespunte de la palabra. Dos almas ahítas de silencios. Poemas, los de ambas, cortos, de casi un minuto, con más homogeneidad que intentos de experimentación. Menos mal. Ningún poema muchísimo mejor que los demás, si acaso aquel puente de Teresa o aquella remembranza de amor y desamor de Ángeles, cuya lectura le quebró la voz y le humedeció los ojos. Agua. Agua empapando de vida y de melancolía las páginas de ambas. Agua nombrada por sendas bocas como lluvia, la invitada mansa y perlada de la noche. Lluvia aún ausente en aquel crepúsculo cual estrambote para el último miércoles de un estío seco, tórrido y sin poesía.



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