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Versos de amor

Hablemos de Dios 141: Su presencia entre grandes escritores

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En esta saga de columnas (van dos o tres) hemos estado abordando a la “Generación del 27” en España. Siglo pasado, claro. Fueron un grupo de escritores, poetas y filólogos, eruditos todos ellos, los cuales renovaron la lírica en castellano y su influencia aún hoy, es decidida y señera. Su poesía se sigue leyendo porque son todos ellos clásicos modernos, para decirlo en algún sentido o arista actual y darle pujanza a lo anterior.

Se aceptan como miembros de dicha generación a Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Gerardo Diego, el gran e inmenso Federico García Lorca (fusilado en Granada), Jorge Guillén, Emilio Prados y Pedro Salinas. Tres de ellos vivieron en México y dos aquí murieron, es el caso de Luis Cernuda, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre. Incluso éste último, fue director de cine.

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Generación de poetas dura, fuerte y curtida en el campo de batalla: literal. Generación de escritores los cuales hicieron de la palabra no su vocación, sino su misma vida y arma ante la vida. Ellos en 1927 y en una célebre lectura, se dieron a conocer como grupo (no todos) y recuerde usted que sólo años después, en 1936, inició la Guerra Civil Española. Para 1939 esta había acabado, dejando su larga cauda de cadáveres regados; sí, pero justo ese año iniciaba en Europa la Segunda Guerra Mundial.

Le repito las preguntas de la ocasión anterior: Ante este escenario de muerte y peste sin fin ¿qué hacer, buscar e increpar a Dios?, ¿buscar y pedirle a Dios ayuda y piedad?, ¿qué hacer, caramba?, ¿usted qué haría señor lector? Algunos de ellos jugaron la divisa de su sexualidad cuando todo, todo ello era muy penado en esos tiempos no viejos, sino recientes. Los cuales hoy parecen tiempos de la antigüedad. Aunque luego volveremos a ellos, veamos rápidamente y en algunos de sus poemas (sólo tengo antologías de ellos, su poesía completa de cada uno de ellos no la tengo por lo pronto y sí, costaría un dineral hacerme de todos sus libros) la presencia que tenía Dios en sus textos e ideas, es decir, para bien y para mal la presencia de Dios.

El gran maestro Dámaso Alonso (1898-1990) fue poeta, filólogo, erudito y estudioso él. Tiene un poema el cual desde su título, anuncia su contenido: “Soledad en Dios”. El poema es largo, imposible trascribirlo todo aquí para su deleite y estudio, pero si nos hacemos la pregunta ¿Qué o quién es Dios?, el poeta responde: “tú la inmensa soledad del hombre”. El poeta en sus textos siempre, siempre cuestiona e increpa a Dios, a ese llamado Dios. Dios el cual jamás responde.

En soledad de Dios: ni amor, ni amigo,

Padre ni madre. Acero soy; él polo.

Clavado en él, sin tiempo ya, sin nombre.

Furia y espanto, en soledad, conmigo,

Mi duro Dios, mi fuerte Dios, mi solo

Dios, tú la inmensa soledad del hombre.

Generación de escritores dura, acerada, comprometida también con su vida, realidad y entorno y sin perder pizca de arte y emotividad poética. De tal tamaño fue su calibre y vigor que de los diez escritores arriba deletreados, miembros de dicha promoción, tres obtuvieron el Premio Cervantes (la antesala del Nobel de Literatura) y uno de ellos, el a veces hermético Vicente Aleixandre, ganó el Premio Nobel de Literatura.

ESQUINA-BAJAN

Para esta columna, para este pálido y sucinto trabajo de acercarnos a estos poetas vía sus palabras, sigo la “Antología Poética grupo del 27”, edición y textos de Pedro Cerrillo. Primera edición de 2012. La antología es muy sucinta, voy de acuerdo, pero nos sirve como guía y nos permite entonces escoger a nuestro poeta o poetas favoritos y así comprar la mayoría de su obra editorial. De conseguirse, claro.

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Ante el embate de la cruenta Guerra Civil Española, no pocas veces se tuvo que aceptar un solo camino de una disyuntiva posible: la república y la muerte, o el autoritarismo y la vida. A Federico García Lorca lo fusilaron en Granada. Herida la cual aún hoy, no cierra del todo. Y lo mismo pasa con la muerte por envenenamiento (hoy y luego de años de estudios y disputa y análisis, es verdad) en Chile del Nobel Pablo Neruda.

En los siguientes versos no asoma Dios por ningún lado, pero tiene más presencia y peso precisamente por ello, por su ausencia de la vida terrena. Es decir, es el silencio de Dios. Es Jorge Guillén quien escarbe lo siguiente en su texto “Guirnalda civil.”:

Innúmeras ya son las vidas truncas.

Cadáveres sepultos no se sabe

Dónde: no hay cementerios de vencidos.

Gente medio enterrada en sus prisiones.

Algunos huyen, otros se destierran…

Y note usted que este fue el destino de la dicha “Generación del 27” español, muchos de ellos se desterraron, emigraron de España para nunca jamás regresar. Otros regresaron, pero acaso lo mismo ya nunca sería o fue igual. De diez escritores de dicho grupo, tres permanecieron en España: Alexaindre, Diego y Alonso. Lea lo siguiente precisamente de Alonso: “Y paso largas horas preguntándole a Dios,/ preguntándole por/ qué se pudre mi alma…”.

LETRAS MINÚSCULAS

Dios jamás responde…





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Viaje a la Isla de Lesbos: por qué es una meca de las mujeres

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Ahora no, por favor. El sol está a punto de ser devorado por un perfil rocoso que las más devotas dicen que es el de la mismísima Safo, la poetisa griega que nació aquí hace 2.700 años, y nadie quiere perdérselo.

El perfil de Safo, con la boca abierta, se va tragando un sol fuego en el atardecer más bello de esta parte de la isla de Lesbos, al noreste del mar Egeo. La playa de este pueblo de pescadores se puebla como el campo de un estadio en la previa a un concierto de Taylor Swift.

Atardecer en la Isla de Lesbos. Foto: Cézaro de Luca.

Son todas chicas, de distintas edades. Están tan contentas que parecen jovencitas, aunque la mayoría no lo son. Todas coinciden, e invocan la historia y la literatura, en que Safo fue la primera en elevar al rango de poesía el amor entre mujeres.

Y que fue la interpretación de esas odas al amor que Safo de Lesbos celebraba en sus poemas lo que finalmente convirtió al término “lésbico” en sinónimo de atracción entre mujeres.

Sobre el dilema de si la poetisa en realidad amaba a damas o a caballeros, ahora no. Por favor. Porque después del atardecer viene el aperitivo de ouzo, ese vasito mínimo lleno hasta el borde del licor típico de la isla. Aromatizado con anís o hinojo, la graduación alcohólica -que puede llegar al 50 por ciento- lo convierte en un elixir perfecto para el amor.

Recomiendan el que sirven en el bar Flamingo, punto de encuentro para parejas de mujeres o chicas solas. El post-aperitivo está reservado a la caminata siguiendo el itinerario de esculturas de Safo que refuerzan la identidad del lugar y le aportan pintoresquismo.

“En los días de Safo”, obra de John William Goodward en donde pintó a Safo inspirado en un fresco antiguo.

La playa, que los griegos llaman Skala Eresos, se extiende debajo de la acrópolis de la antigua Eresos, a 89 kilómetros al oeste de Mitilene, la capital de la isla. Y aunque el mar es límpido -verde o turquesa según el día-, de no haber sido la cuna de la poetisa, Eresos no convocaría las multitudes que atrae, especialmente en verano.

La velada tipo incluye una cena liviana de tzatziki -esa crema delicia que mezcla yogur griego, pepino, aceite de oliva y menta- y ensalada griega. Y luego hay que mirar qué tiene preparado el Festival de Mujeres que cada septiembre enciende Eresos.

Porque, ¿quién no anheló alguna vez una isla donde no haya que explicar nada? “Había escuchado hablar de una isla para lesbianas, pero creí que era cuento”, dice Ellie, neocelandesa habitada por innumerables piercings que desde que vino por primera vez al festival, en 2021, espera que llegue septiembre como a Papá Noel en Nochebuena.

Mujeres en el festival que cada septiembre se lleva a cabo en la Isla de Lesbos. Foto: Cézaro de Luca.

Eresos fue una de las seis ciudades-estados independientes que se establecieron en Lesbos en la Antigüedad. La isla, de 1.600 kilómetros cuadrados, es la tercera más grande de Grecia.

Safo no es ninguna recién llegada al podio de la admiración. Fue la única mujer con pase de ingreso al olimpo de los poetas que los griegos clásicos habían reservado sólo a 14 autores. Y Platón no dudó en referirse a ella como “la décima musa”.

Pero la leyenda y lo poco que se sabe de la vida real de la poetisa se trenzan de tal modo que a ningún historiador le fue posible desentrañar del todo quién fue verdaderamente. ¿Habrá sido cierto que mantenía relaciones amorosas o sexuales con sus discípulas?

Se sabe que nació aquí, en Eresos, alrededor del año 630 antes de Cristo y que era hija de una familia aristocrática. De otro modo no se explica que, siendo mujer, la hayan educado en las letras y en la música.

Se sabe, además, que luego de un exilio familiar en Siracusa, regresó a la isla y estuvo al frente de un tíaso, un espacio comunitario donde se instruía a jovencitas en las artes y en la religión bajo el amparo de una divinidad que, en el caso de Safo, no podía ser otra que Afrodita.

El colorido de la Isla de Lesbos durante el festival. Foto: Cézaro de Luca.

En realidad, se desconoce cuál era la verdadera sexualidad de Safo. Sobre todo porque en la antigua Grecia no era del todo relevante si la pareja que mantenía relaciones era homo u heterosexual, sino el rol -de dominación o pasivo- que cada uno adoptaba. Hay estudiosos que afirman que tuvo amantes varones y hasta que se casó y fue mamá.

La poetisa dirigió su tíaso entre el año 591 a.C. hasta el 580 a.C., cuando murió. Fiel a su naturaleza trágica y enigmática, la leyenda dice que se arrojó al vacío por la tristeza que le provocó haberse enamorado de un hombre más joven que ella que no la amaba.

La cineasta Tzeli Hadjidimitriou nació en Lesbos y lleva décadas recopilando testimonios de mujeres que se dan cita cada verano en Eresos. Su documental, Lesvia, the herstory of Eressos (Lesvia, la historia-de-ellas de Eresos), revela el valor que esta playa tiene para las mujeres que viajan hasta aquí desde los años ’70 y cómo fueron echando raíces en este lugar tan simbólico para la comunidad gay femenina.

“En agosto de 1980 tomé el primer ómnibus con asientos libres y después de cuatro horas de viaje por caminos angostos, llegué a Eresos”, describe su primer contacto con el pueblo.

“Y tuve una epifanía. Me encontré con dos mujeres que no eran sólo amigas y, lo más importante, sentí que yo quería ser y que era como ellas”, confiesa Tzeli, también fotógrafa y autora de numerosas guías de viaje sobre Grecia.

Y cuenta cómo, a mediados de los ’80, Eresos comenzó a desbordarse cada verano y se convirtió en la tierra del perfume de mujer. “Llegaban de todas partes del mundo. Se sentían con derecho a estar en el lugar y a ser aceptadas”, dice la cineasta que, en los últimos diez años, recopiló cien entrevistas.

“Nuestra escuela fue la playa. Vivimos aquí, aprendimos sobre nuestro cuerpo, sobre cómo viven su sexualidad las mujeres de otras partes del mundo, cómo hacen el amor, cómo reclaman por sus derechos”, enumera.

Eresos era, y es, la geografía en la que nada se finge ni se oculta. “Y encima no era cualquier lugar: era la cuna de Safo, la poeta que habló del amor y la belleza entre las mujeres”, agrega Tzeli. En abril del año pasado, su proyecto, Lesvia, fue premiado en el Festival de Cine de Salónica.

Lesbos es una isla de origen volcánico, como casi todos los amores que se olvidan, se originan o se viven en Eresos. “La mayoría llega después de una ruptura”, bromea Gina, que no se pierde un verano en la isla desde 1984.

Tan inmensa es la fama de Safo como escueto el conocimiento sobre su obra literaria completa. Hay enciclopedias que resaltan que se conoce sólo una oda entera -su Himno en honor a Afrodita- y fragmentos de versos, algunos de los cuales son de difícil comprensión.

Porque Safo componía en dialecto eolio, una rareza ya que el dialecto clásico al que todos estaban acostumbrados en la literatura griega era el ático.

El atractivo de Safo cautivó sin límites. En el siglo XVIII, durante la Revolución Francesa, la reina María Antonieta fue acusada de liderar un grupo llamado “las safistas”.

A pesar de los esfuerzos de la Iglesia por silenciarla -el alto voltaje de sus poemas era considerado inmoral– y los recurrentes incendios que padeció la Biblioteca de Alejandría, donde se conservaba buena parte de su obra,

Safo y su áurea celebrativa del amor sin corsé se convirtieron en un cielo protector para generaciones de mujeres para las que la vida cotidiana implicaba el esfuerzo perpetuo de tener que camuflar su orientación sexual.

En 2014, el hallazgo de un fragmento de un papiro del siglo III permitió identificar dos poesías desconocidas de Safo. Según comentó el estudioso Dirk Obbink, de la Universidad de Oxford, uno de los fragmentos poéticos descubiertos hace casi una década, y que hasta hoy constituyen las últimas noticias sobre Safo, hacen mención a Carasso y a Larico, sus hermanos. El otro estaría dedicado a Afrodita, la diosa de amor.

En 2008 surgió un reclamo entre algunos de los 86 mil isleños que habitan Lesbos: solicitar ante la Justicia griega que la denominación “lesbiana” sea sólo un gentilicio.

Así lo reflejaban las crónicas de entonces: “La audiencia, a la que asistieron cientos de personas, fue promovida por abogados de la isla que dicen no sentirse felices por el hecho de que las lesbianas hayan ‘usurpado’ un término que, según la gente del lugar, debiera tener connotaciones meramente geográficas y no de preferencias sexuales”.

“Nos sentimos muy disgustados por el hecho de que en todo el mundo las mujeres a las que les gustan sus congéneres se apropiaron del nombre de nuestra isla”, decía Dimitris Lambrou, que en aquellos años era editor de una revista y uno de los promotores de la demanda.

La iglesia ortodoxa permea aún con fuerza las costumbres conservadoras de Grecia donde las parejas del mismo sexo no pueden, por ahora, adoptar.

Viajeras en la Isla de Lesbos, en uno de los bares más concurridos del lugar. Foto: Cézaro de Luca.

El primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, líder del partido de centroderecha que acaba de ser reelecto con mayoría absoluta en segunda vuelta, había nombrado el año pasado un comité para elaborar una estrategia nacional para mejorar los derechos de la comunidad LGBTI. “Sé que queda mucho por hacer”, admitió Mitsotakis en indisimulable campaña electoral.

Algo, sin embargo, está cambiando. Y no sólo porque el gobierno haya levantado la prohibición de donar sangre a los hombres homosexuales. Stefanos Kasselakis, el empresario que lidera hoy la izquierda del partido Syriza, declaró su homosexualidad y su vida en pareja.

De 35 años, Kasselakis fue criado en Estados Unidos, trabajó en Goldman Sachs y ganó las elecciones para presidir su partido con ideas más liberales que comunistas.

Es el heredero en el cargo de Alexis Tsipras, ex primer ministro y una figura clave en la historia griega de la última década, y se convierte así en el primer líder político abiertamente homosexual en la historia de Grecia.

“Lo que sucede en Eresos es único. Y no sólo porque las mujeres se sienten bien aquí. Eresos siempre fue un lugar de inclusión social. Las minorías son bienvenidas”, dice Aspassia, una artista ateniense que se casó con un isleño de Eresos y juntos abrieron un local de diseños refinados en cerámica.

A una cuadra del mar, Apassia vende cofres con forma de pecho femenino desnudo. También colgantes con los colores de la bandera arcoiris y retratos de Safo.

Sobre los amores de la poetisa sigue sin haber acuerdo. Ni las fuentes históricas ni las mujeres que pasan sus veranos en Eresos coinciden en cuál era la verdadera pasión sexual de la figura que las trajo hasta aquí.



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El peor concierto de sus vidas (1)

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concierto
Status Quo. Imagen: dominio público.

Viernes, 23 de julio de 1976. En el Shea Stadium neoyorquino cincuenta mil personas se apretujan para ver en directo a Jethro Tull. El escocés Ian Anderson, cabecilla de la formación, está a punto de participar en lo que más tarde calificaría como el peor concierto de su vida. Y aquellas eran palabras mayores en la carrera de un tipo que tocó con su banda en Denver mientras la policía dispersaba a la audiencia con granadas de gas, o que actuó frente a una multitud entre la que se escuchaban disparos de armas de fuego. Alguien que sobre los escenarios había recibido el impacto de cosas tan agradables como una pelota de béisbol o un tampón usado. El Shea Stadium tampoco era la ubicación ideal para un buen bolo. La acústica del lugar era deficiente, y el zumbido de los aviones sumado a los fuegos artificiales y celebraciones de la zona circundante apagaban por completo cualquier posibilidad de ofrecer un concierto decente. Pero el sonido iba a ser la menor preocupación del músico en aquella noche.

Justo antes de salir a escena, con Anderson fresco como una rosa y con ropa recién lavada para afrontar el show, la cosa no empezó bien: desde la grada situada sobre la entrada de los artistas alguien derramó sobre el impoluto Anderson un vaso de cerveza caliente con una precisión fabulosa. El hombre, fastidiado, remojado y sin tiempo para ir a cambiarse, caminó hacia el escenario, agarró su guitarra y comenzó a entonar los versos de «Thick as a Brick». Y entonces lo olió. Y se dio cuenta. Es cierto que la lluvia dorada es lo que una estrella de rock entiende por un lunes aburrido, pero cuando no existe el consentimiento previo la cosa toma una senda mucho menos festiva. A Anderson le habían meado desde arriba, «un bautismo impío desde las alturas» como apuntaría el músico. Diligentemente, el caballero no detuvo el espectáculo y se tiró el concierto entero con toda aquella orina ajena por encima. Y odiando mucho a la raza humana.

concierto
Jethro Tull en Hamburgo en 1973. Imagen: CC.

Tener un mal día en el trabajo es algo normal para cualquiera. El problema en el caso de los músicos es que una jornada torcida puede acabar degenerando en algo muy anormal para el ciudadano medio: en un desastre presenciado por cientos, miles o millones de personas. Es lo que tiene la vida del artisteo. Un día se te escapan los gallos del corral para destrozar el estribillo y otro patinas en una nota, falla el equipamiento, te riegan con orines, se desata una batalla campal en las gradas o te secuestran en Indonesia para obligarte a tocar a punta de pistola mientras tu mánager está encerrado en prisión acusado de asesinato. Lo típico. El drama bajo los focos, el directo abyecto, el desastre de función. Lo que va a ocurrir en estos artículos es, en el fondo, bastante rastrero e infame, pero históricamente curioso. Una recapitulación del fracasar mejor, que decía Petróleo. Accidentes ante micrófonos, tensiones entre los músicos, playbacks humillantes, Ángeles del infierno homicidas y un rapero con buen tránsito intestinal. Los peores conciertos de sus vidas.

Ready? Fight! 

Las grescas en las gradas durante los actos musicales no son, ni de lejos, un fenómeno reciente. 31 de marzo de 1913, Austria. En la sala más opulenta del Musikverein vienés se organiza una función bautizada como Skandalkonzert («Concierto escándalo»). O el acto donde la batuta de Arnold Schoenberg se encargará de dirigir un repaso a las obras de diferentes compositores de la Moderna Escuela de Música de Viena. Un repertorio conformado por piezas de Anton Webern, Alexander von Zemlinsky, Gustav Mahler, Alban Berg y del propio Schoenberg. Obras cuidadosamente seleccionadas para ser interpretadas durante un evento que no pasaría a la historia precisamente por su elegancia.

Lo cierto es que los polvos que desembocarían en aquellos lodos habían sido sembrados un mes antes. En el mismo Musikverein, Franz Schreker había dirigido en febrero una composición de Schoenberg que fue recibida con entusiasmo y aplausos. Alabanzas que el propio Schoenberg rechazó públicamente con mucho desprecio, al considerar al público vienés como un rebaño de conservadores apolillados. Y, quieras que no, aquello no sentó bien entre los habituales de la sala, gente que le puso una cruz al músico y juró vengarse en un futuro cercano. El Skandalkonzert fue el momento ideal para resarcirse. La audiencia rencorosa no dejó de tocar los huevos durante toda la ceremonia, alegando que tanto expresionismo y experimentación eran una atentado contra el buen gusto. Los ofendidos comenzaron a increpar a los seguidores de Schoenberg, presentes en la sala, y aquellos entraron al trapo. La cosa degeneró en una tumultuosa pelea donde, además de partirse los morros, los finolis vieneses también arrojaron todo tipo de objetos por los aires y destrozaron el mobiliario de la sala. En un momento dado, el organizador del concierto, Erhard Buschbec, se aproximó a uno de los asistentes más tensos y le proporcionó una bofetada tan potente que le cambió el apellido. Aquella espléndida torta acabaría provocando una demanda contra Buschbec y el evento sería rebautizado popularmente como Watschenkonzert («Concierto bofetada»). Durante el juicio posterior, el compositor Oscar Straus sería convocado como testigo, y declararía de una manera exquisita que la hostia a mano abierta había sido «el sonido más armonioso de toda la velada».

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Caricatura de los hechos ocurridos en el SkandalKonzert aparecida en Die Zeit en 1913. Imagen: Dominio público.

A finales de los sesenta, las actuaciones de rock en Escocia proporcionaban cheques más jugosos a los artistas que aquellas concertadas en el resto del Reino Unido. Pero eso no se debía a que los norteños fueran más generosos a la hora de valorar la música. Sino a que actuar ante escoceses alcoholizados suponía un mayor peligro para la integridad física, por lo que era necesario ofrecer un bonus de pasta para atraer a las bandas. Aún a sabiendas de ello, en 1969, Status Quo se aventuró a fijar un concierto en Dundee.

Inicialmente, el curro no pintaba mal, ofrecer un show en un local nuevo de cierto lustre para unas mil quinientas personas. Pero pronto quedó bastante claro que el verdadero espectáculo lo darían los congregados en calidad de público: las hostilidades entre los asistentes crecieron hasta degenerar en un combate multitudinario donde, eso sí, imperaba un hermoso sentimiento de igualdad entre géneros: «hombres pegando a hombres, hombres pegando a mujeres, mujeres pegando a hombres, mujeres pegando a mujeres. Aquello era como el salvaje Oeste», recordaría Francis Rossi, «la gente se reventaba botellas en el cuello, los vasos volaban […] Afortunadamente, alguien nos dijo «Coged vuestras cosas, largaos y volved por la mañana». Y no discutimos, empaquetamos todo y nos fuimos de allí». A la mañana siguiente, el grupo se presentó de nuevo en el local y se encontró con otra estampa muy diferente a la de la noche anterior: una veintena de limpiadoras esparcidas por el lugar, frotando con fuerza las manchas de sangre de «aquel encantador parqué recién estrenado».

Toronto, 1973, algún programador con muy poca vista consideró que sería buena idea organizar en el Massie Hall un concierto doble de Genesis y Lou Reed sin tener en cuenta que quizás los equivalentes líquidos más inmediatos de ambos serían el agua y el aceite. Antes de iniciarse el evento, la división demográfica de la platea ya daba pistas de que aquello no podía salir bien: los fans del grupo inglés miraban de reojo a los seguidores del excabecilla de The Velvet Underground, temiendo que aquellos les fueran a morder en algún momento. A Genesis le tocó abrir el acto y la cosa no pudo arrancar de manera más prometedora: cuando Tony Banks comenzó a tocar en su mellotron la intro de «Watcher of the Skies», algún miembro del Team Reed gritó «¡Eso suena como el puto Beethoven!». A lo largo del recital sucedió lo inevitable y las hostias comenzaron a volar entre los dos bandos del público. Steve Hackett, presente en el lugar para acompañar al músico americano, resumió el acto de la manera más acertada posible: «Aquello se transformó en un intercambio de puñetazos entre los fans de Reed, gente que le daba a las drogas y los fans de Genesis, que eran más propensos a darle al té earl grey».

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Lou Reed en 2004. Imagen: CC.

A principios de los ochenta, Zimbabue logró independizarse de los británicos y las autoridades del país invitaron a tocar durante las ceremonias oficiales a un Bob Marley que siempre se había mostrado defensor de la causa. «Me huelo que la independencia de Zimbabue está cerca», había declarado unos meses antes el cantante de reggae. Y eso es importante, porque para que Marley oliera algo aquello tenía que oler muy fuerte. El músico no solo aceptó la invitación, sino que además se dejó sus buenos cuartos costeando un ejercicio de logística carísimo, al trasladar en avión veintiún toneladas del mejor equipamiento musical que tenía a mano, con el fin de ofrecer un concierto a la altura.

La actuación tuvo lugar en el estadio Rufaro, en Hanare, ante una festiva masa compuesta por cuarenta mil personas. Entre tanto asistente, se encontraban personalidades gubernamentales, dignatarios de diversas partes del globo, la primera ministra de la India, Indira Gandhi, o un príncipe Carlos que había acudido a Zimbabue para ponerse en pie con gestito solemne cuando los lugareños descolgasen la bandera británica de los postes oficiales. El problema es que a las puertas del estadio, y por cosas del aforo limitado, se apelotonaban otros miles de seres humanos con ganas de contemplar el recital. Marley comenzó a tocar, avivando el ambiente con gritos de «¡Viva Zimbabue!» [sic] entre canción y canción. La peña se vino muy arriba, y los que se habían quedado fuera también trataron de venirse muy adentro, intentando colarse en el recinto, provocando tumultos, empujones y un descontrol generalizado entre el apretujado público. 

Ante el barullo, la policía se empezó a poner bastante nerviosa y, al no tener muy claro cómo reaccionar, ejecutó el protocolo policial universal de emergencia: lanzar gases lacrimógenos contra la peñita. La humareda tóxica irrespirable no solo causó pánico entre el público, sino que también espantó a los miembros de la banda que estaban tocando. Las vocalistas Marcia Griffiths y Rita Marley, esposa de Bob, fueron las primeras en huir al backstage con los ojos llorosos. Cuando se despejó el ambiente, los músicos volvieron al escenario y descubrieron que Bob Marley no se había movido del sitio y seguía cantando a su bola como si nada. El equipo ocupó de nuevo sus puestos y reanudó sus labores musicales junto al jefe. Y esta anécdota no es tanto la de una función accidentada como la evidencia de una realidad: la de que Marley, un tío que se había tirado las horas previas al concierto visitando granjas de marihuana cercanas para catar los cultivos, fue un hombre dotado del superpoder de ser inmune a cualquier tipo de humaredas o fumigaciones.

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Bob Marley en Dublín, 1980. Imagen: CC.

En 1981, en un bareto de Colwyn Bay, una pequeña localidad de Gales, se celebró un pequeño evento reuniendo bandas guitarreras de la época. Entre ellas, se encontraba Black Flag, una pandilla de punkis de la Costa Oeste norteamericana, cuyos conciertos eran muy populares por degenerar siempre en un battle royale sobre la pista de baile. Unos meses antes, el cantante Ron Reyes, había abandonado a Black Flag en mitad de un concierto en Redondo Beach, porque estaba hasta las pelotas de lo violentas que eran las parrandas que aquellos invocaban. En aquella ocasión el grupo decidió seguir adelante con el bolo sin el vocalista, tocando una y otra vez una versión de «Louie Louie» y rulando el micrófono entre los espectadores para que aquellos la (des)entonasen entre una hostia y otra.

El acto de Cowlyn Bay suponía el debut en tierras galesas de Black Flag, pero los espectadores no tenían demasiado claro cómo afrontarlo. Una parte del público desconocía el repertorio y otra los consideraban demasiado hardcores, así que la audiencia se dedicó a lidiar con el recital utilizando el comodín punk: partiéndose los dientes haciendo pogos, y arrojando contra el grupo todo lo que tenían a mano, en un evidente gesto de agradecimiento por las melodías que aquellos trovadores entonaban durante aquella hermosa velada. Mientras las salvajes galletas volaban entre la concurrencia, a un chaval se le rompió un cinturón de balas, desperdigando todos los proyectiles ornamentales por el suelo. Y a otros adolescentes se les ocurrió la estupenda idea de recoger la munición del suelo, para lanzarla contra los chicos de Black Flag. Una de esas balas aterrizó con contundencia en la cabeza del guitarra Greg Ginn cuando aquel interpretaba «Padded Cell», abriéndole una brecha de la que comenzó a brotar un hilo de sangre que lo cegó momentáneamente. El guitarrista correspondió la ofrenda arrojando una silla plegable contra el público antes de darse el piro junto a su banda. Poco después, regresó ante el micrófono sujetando la bala entre los dedos y berreando a los presentes «Uno de vosotros, cabrones, ha lanzado esto y acaba de joderlo todo. ¡Buenas putas noches!». La gira internacional de la que formaba parte aquel concierto estuvo repleta de reyertas similares, pero acabó siendo un tremendo éxito de imagen y de popularidad para la banda.

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Henry Rollins ladrando con Black Flag en 1983. Imagen: CC.

Break stuff in Woodstock

Limp Bizkit es una de esas cosas que han envejecido de la peor manera posible. A finales de los noventa y principios de los dos mil, ellos eran el reflejo de la ira adolescente norteamericana, pero lo que tienen esas edades es que con el tiempo dan más pena que otra cosa. «Rap rock» decían que era eso, lo que nos faltaba, y además, a diferencia de Hannah Montana, sin saber aprovechar lo mejor de los dos mundos porque iban justitos de rap y cortos de rock. Lo curioso es que el propio líder de la tropa, Fred Durst, tampoco sentía mucho afecto por todos sus seguidores: «Durante años, miraba a los fans y veía entre ellos a un montón de los matones y gilipollas que me hicieron bullying y arruinaron mi vida», explicaba Durst a la revista Rolling Stone en 2009, «esos tíos de repente usaban mi música como combustible para torturar a otras personas, e incluso se vestían como yo. La música estaba siendo malinterpretada y la ironía del asunto me afectó […] Ni siquiera escucho ya a bandas parecidas a Limp Bizkit, lo que me gusta es el jazz y las canciones tristes». Durst había crecido siendo fan de The Cure, The Smiths o Bauhaus, y aseguraba que por eso mismo fue víctima de bullying. Aunque lo de tener esa base musical y acabar haciendo rap rock sería un poco para hacérselo mirar, eh. En el fondo, lo mejor y más gracioso que nos ha dado Limp Bizkit es al guitarrista Wes Borland. Porque ese es el tío que, a base de vestuario retorcido y body painting malrollero, siempre parece estar en una banda completamente distinta a la de sus compañeros de formación. El despistado que se presenta en una fiesta pensando que la celebración es de disfraces pero, cuando se da cuenta de que no es así, decide seguir adelante con todo. En serio, miradlo aquí, o aquí, o aquí, o aquí. Bien por él, joder, no vas a ser guitarrista y vestir con gorra p’atrás y camiseta XXXL.

En 1999, Limp Bizkit lanzó el single «Break Stuff» acompañado de un videoclip con cameos de estrellas del momento: Eminem, Snoop Dogg, Jonathan Davis de Korn, la modelo Lily Aldridge, Dr. Dre y un Pauly Shore que por aquel entonces ya debía de estar viviendo debajo de un puente y utilizando como espejo un charco para peinarse. Ese mismo año, la banda también se sumó al cartel de una nueva edición del festival Woodstock que se celebraría a finales de julio. O el tercer intento de revivir el evento de la paz y el amor tras un Woodstock ’94 que había sido rebautizado popularmente como «Mudstock» al convertirse en un gigantesco y caótico barrizal donde todo el mundo, artistas incluidos, acabó rebozado en lodo. Desgraciadamente, Woodstock ’99, en lugar de arreglar las cosas, terminó enterrando para siempre el evento al degenerar en una catástrofe colosal, donde muchos acusaron a Limp Bizkit de ser responsables.

El macrofestival Woodstock ’99 fue un auténtico despropósito en todos los sentidos: cuatrocientas mil personas, temperaturas cercanas a los cuarenta grados en una explanada de cemento, un equipo de seguridad ineficiente formado por chavales sin experiencia que se dedicaban a robar enseres y emborracharse con las bebidas confiscadas, precios disparatadísimos en los puestos de comida y bebida, dos escenarios principales separados por tres kilómetros de distancia, fuentes con agua contaminada y lavabos insuficientes que no tardaron en reventar para convertirse en surtidores de heces. Géiseres de mierda que enfangaron el lugar mientras los asistentes se daban baños de barro sin saber que se estaban rebozando en caca. Los más amables definieron la zona como un «campo de concentración». Y la música se convirtió en algo que sonaba de fondo durante la tragedia cuando la peña asistente comenzó a asalvajarse. Dexter Holland, de The Offspring, tuvo que llamar a la calma cuando vio que había cavernícolas entre el público propasándose con las mujeres. The Tragical Hip fueron recibidos con una lluvia de botellas. Los miembros de Guster tocaron sintiéndose realmente incómodos ante la violencia reinante. Alanis Morissette cantó entre abucheos. A Sheryl Crow las multitudes la trataron de manera lamentable, e incluso llegaron a arrojarle heces al escenario. Según la cantante, aquel fue el peor concierto de su carrera.

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Limp Bizkit en 2012. Imagen: CC.

El sábado 24 de julio, el tercer día del evento, todo estalló definitivamente. Limp Bizkit salió a escena ante una audiencia muy encabronada. Tras tocar durante un rato, los organizadores rogaron a la banda que tratase de calmar las aguas entre sus fans. Durst lo intentó, pero de mala manera: «Nos comentan que os pidamos que os relajéis un poco», le dijo a los presentes, «dicen que mucha gente está resultando herida. No permitáis que nadie salga herido, aunque no creo que tengáis que relajaros. ¿Relajaros? eso es lo que ha logrado hacer con vosotros Alanis Morissette, cabrones. Si alguien se cae, ayudadle a levantarse». El set continuó hasta que la cosa se salió de madre durante la interpretación de «Break Stuff». A media canción, Durst animó a los cientos de miles de presentes a dejar salir todo el odio y la negatividad allí mismo. Y el público cumplió la orden comportándose de manera mucho más violenta, peleándose agresivamente, arrancando planchas de contrachapado de las estructuras cercanas para surfear sobre los festivaleros, y en general haciendo lo que rezaba el título de la canción. 

A lo largo de las horas posteriores, Woodstock ’99 se convirtió en una guerra de descerebrados, agresiones sexuales, mierda a paladas, peleas constantes y destrozos generalizados. Al día siguiente, la organización decidió repartir diez mil velitas entre la audiencia para que fueran encendidas cuando los Red Hot Chili Peppers interpretasen «Under the Bridge», en recuerdo de las víctimas de la masacre de Columbine, sucedida tres meses atrás. Por alguna razón, lo de repartir material inflamable entre cientos de tarados, que ya habían comenzado a prender y avivar hogueras antes de tener velas a mano, no fue la mejor de las ideas. Cuando los Red Hot Chili Peppers comenzaron a tocar una versión del «Fire» de Jimi Hendrix, la gente se vino mucho más arriba y las llamas comenzaron a aflorar por todo Woodstock. Los festivaleros alimentaron las hogueras con las planchas de madera contrachapada que habían arrancado de las estructuras, con la basura cercana y con las vallas de seguridad que rodeaban el recinto. En cierto momento, una torre de sonido en llamas se vino abajo de manera muy aparatosa cuando el público, que a aquellas alturas parecía estar formado exclusivamente por mandriles, comenzó a trepar alegremente por su base mientras la cosa ardía. Tras el concierto de los Red Hot Chili Peppers, Anthony Kiedis se asomó al escenario y evaluó la situación con un muy sereno «¡Hostia puta! ¡Lo de ahí fuera es Apocalypse Now!».

Woodstock ’99 se saldó con tres muertes (una como consecuencia del calor, otra por un paro cardiaco, y la última por un atropello en el parking), centenares de agresiones sexuales de todo tipo, miles de heridos, toneladas de basura y unas instalaciones completamente destrozadas y calcinadas. Lo más espantoso es reconocer que el número de víctimas en este dantesco recuento casi parece un milagro. Porque, teniendo en cuenta el salvajismo imperante entre las cuatrocientas mil personas, las bajas podrían haber sido muchísimo más elevadas con bastante facilidad. En los días posteriores, se acusó a Limp Bizkit de ser los detonadores de la catástrofe en Woodstock al haber hostigado a las multitudes. El cantante Jonathan Davis, aquel que aparecía bailando en el videoclip de «Break Stuff», culpó en un principio a su colega Durst de «haberlo jodido todo» conscientemente, pero después, y ya en frío, recularía dicha afirmación. John Scher, coproductor y responsable del evento, delegó toda la responsabilidad del desastre en la actuación de Limp Bizkit. Y aunque aquí no le tenemos mucho aprecio a Fred Durst, y estamos de acuerdo en que lo de azuzar al público fue deleznable, sí que tenemos claro que a Limp Bizkit se les utilizó vilmente como cabeza de turco. Y que el cabrón de Scher es un psicópata avaricioso que a lo mejor debería de estar encerrado. A día de hoy, Fred Durst se ha convertido en tu abuelo después de los vinos, y gusta de anunciar que va a canturrear «Break Stuff» con un «Quiero dejar esto claro: esto no es Woodstock ’99. A tomar por el culo con toda esa mierda».

Secuestro

En 1975, Deep Purple se encontraban de gira y dispuestos a realizar el trayecto entre Australia y Japón cuando al mánager del tour, Rob Cooksey, se le ofreció la posibilidad de pactar un concierto por el camino, en Indonesia. Asumiendo lo que parecía un trabajo fácil con el que sacar unos billetes extra, y aprovechando que la banda utilizaba un avión privado, Deep Purple aceptó el nuevo bolo sin llegar a imaginar que aquello acabaría convirtiéndose en una pesadilla chunguísima para todos. 

Las cosas comenzaron a pintar mal nada más aterrizar en Yakarta, lugar del concierto. Indonesia en aquellos años vivía bajo una hermosa dictadura militar, y aquello provocaba que las cosas no funcionasen por esas tierras como lo harían en cualquier país civilizado. Al llegar, Deep Purple y su equipo fueron recibidos con alegría en el aeropuerto y escoltados hasta el hotel por el ejército del país, cuyos soldados parecían trabajar a las órdenes de los responsables indonesios del evento. Los miembros de la banda reconocían que era una situación muy extraña: un desfile de coches militares y un par de tanques los pasearon solemnemente por las calles de una Yakarta donde se agolpaban miles de personas para ver a los exóticos norteamericanos. Entretanto, Cooksey decidió inspeccionar el local donde iba a realizarse el concierto. Y en lugar de encontrarse con un teatro para siete mil personas, como estaba pactado, descubrió que lo que las autoridades habían montado era un escenario, construido con cajas de frutas, en un emplazamiento para ciento veinticinco mil asistentes. Además, se le informó de que los chicos de Deep Purple estaban obligados a ofrecer dos funciones, en vez de un solo concierto como se había acordado, en dos días seguidos. Cabreadísimo, Cooksey concertó una reunión con los responsables para renegociar el contrato, en el hotel donde se alojaba el grupo y una vez finalizado el primer concierto.

El encuentro comenzó de buenas, pero degeneró en gritos, desplantes y las pelotas muy hinchadas de un Cooksey al que tan solo le habían pagado siete mil pavos por un macroconcierto que, calculaba, debería de haber generado más de setecientos mil dólares en concepto de honorarios para el grupo. Los promotores decidieron ignorar a mánager, se levantaron y se fueron sin llegar a un acuerdo.

concierto
Deep Purple en su etapa Mark IV en 1976. Imagen: Dominio público.

Poco después de la reunión infructuosa comenzó el infierno: uno de los guardaespaldas de la gira, Patsy Collins, se cayó de manera inexplicable, y muy sospechosa, desde una altura de seis pisos y a través del hueco de un ascensor, falleciendo como consecuencia de las heridas antes de poder ser trasladado a un hospital. Durante la madrugada, la policía irrumpió en el hotel para llevarse a Cooksey, a Glenn Hughes y al segundo guardaespaldas, Paddy the Plank, a la prisión de una comisaría, acusándolos del asesinato de Collins. «En mi opinión fue todo un montaje para quitarme de en medio», explicaría Cooksey, «el grupo tenía que actuar de nuevo esa noche y fueron obligados a ir del hotel hasta el escenario a punta de pistola, literalmente. Dejaron salir a Glenn de la cárcel para que tocase junto a los otros miembros, pero el show no duró demasiado: a los veinte minutos de concierto el público inició una revuelta y la policía comenzó a cargar y a soltar los perros contra los espectadores». Mientras tanto, sobre las tablas, los miembros del grupo miraban al suelo sin atreverse a moverse mucho o abrir la boca.

Al día siguiente, Cooksey, Hughes y Paddy fueron juzgados en un acto que más que un evento oficial parecía una escena de una peli de serie B: «El juez era un militar al estilo Idi Amin, recubierto de medallas», recordaría el mánager, «se pasó todo el proceso jugando con una pistola, poniendo balas en ella y haciendo girar el tambor. Al final, dijo que en su opinión todo aquello era un «trágico accidente», y sentenció que antes de dejarnos libres tendrían que pasar por la formalidad de hacer una copia de nuestros pasaportes. En resumen, tuvimos que pagar dos mil dólares para recuperar los pasaportes». 

Pero los problemas no terminaron ahí: el trío fue escoltado desde el juzgado hasta el aeropuerto, donde les esperaba el resto del equipo, y al llegar descubrieron que alguien había pinchado una de las ruedas de su avión. «Para arreglarlo teníamos que pagar diez mil dólares para hacer uso de un gato y una llave especial, que nadie allí parecía saber usar. Los roadies Ozzie Hoppe, Baz Marshall, el ingeniero del avión y yo mismo tuvimos que ocuparnos de cambiar una rueda… de un Boeing 707. La cosa estaba tan tensa que el equipo comenzó a trazar un plan para agarrar a alguno de aquellos oficiales indonesios, secuestrarlo y arrojarlo al océano de camino a Japón. Pero me enteré a tiempo y les convencí de olvidar el tema». Cuando la banda por fin pudo escapar de aquella locura, su abogado aterrizó en Indonesia solicitando una reunión con los promotores para exigir explicaciones. «Le persiguieron por la habitación con un machete. Se vino a Tokio y nos dijo «olvidadlo»».

(Continuará)





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Versos de amor

En la FICCA, versos con olor a café

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DIARIO DEL HUILA, CULTURA

Por: Miguel de León

En diversos poetas huilenses se encuentran versos que dejan ver una fusión del hablante con la tierra, a partir de una voz poética que se representa como hijo de la pachamamma que clama por su madre. Son poetas con aspectos en común, pero también motivos particulares desarrollados por los versos que se desarrollan en esta búsqueda. Además, se reconoce una conexión espiritual de la voz poética con la naturaleza, en diversos niveles.  Por eso, la poesía no podía estar ausente de la Feria del Café y del Cacao, evento de importancia para la región, pero a su vez, una reivindicación del trabajo y del cuidado de la tierra y de la agricultura sostenible.

El recital “Versos de Natura”, es una muestra que sirve para actualizar aspectos estéticos y éticos de la poesía regional, al permitir abordar problemas actuales del ser humano en su relación con la naturaleza, desde una mirada literaria. Relación, por supuesto, que es vital recuperar en una sociedad que parece haber perdido el rumbo al dejarse llevar por el materialismo y la necesidad de poder. El poeta invitado en este recital es el poeta Leonel Plazas Mendieta; “Yo nací en el Caquetá, pero fui registrado en el Huila y vine a formarme en el Cauca, porque fui migrando, llegue a Inzá Cauca que es uno de mis hogares y luego a Popayán donde me formé en la Universidad del Cauca” relata el poeta sobre su condición de migrante y de cómo su recorrido le ha permitido interactuar con las distintas formas de concebir el mundo, el conocimiento y de percibir la vida, a partir de las múltiples culturas  en los territorios.

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Leonel Plazas Mendieta es Escritor y Filósofo. Magister en Filosofía de la Universidad Jean Jaures Toulouse- Francia. Su poesía ha sido traducida y publicada al francés, italiano y griego. En el 2023 quedó Finalista del Premio Internacional de Poesía Jovenllanos “El Mejor Poema del mundo” de Ediciones Nobel. En el 2014 publicó Fabula del Hombre con Samava Editores. En el 2010 publicó Edad de Arena, Editorial de la Universidad del Cauca. Ha aparecido en distintas antologías de poesía. Con él, otros tres poetas huilenses leerán sus “versos de Natura”, título propuesto por Gerardo Aldana García, uno de los poetas participantes, autor de tres poemarios en donde las raíces identitarias circulan por cada verso. Su última obra, “El niño de las cruces” presentada en junio del presente año, ha recibido los mejores comentarios.

Con ellos, estará en tarima, Ana Patricia Collazos Quiñones, neivana, Poeta de oficio y comunicadora de profesión. Su pasión por la palabra la ha llevado por los caminos del periodismo, la docencia y la gestión cultural. También es cantora de tangos y se reconoce como una artista integral. Reconocimientos como el premio Nacional de Poesía Eduardo Carranza en el 2008 y sus siete libros publicados le han dado un papel protagónico en la literatura regional. Miguel de León es el cuarto poeta que leerá sus versos a Natura. Un Laboyano con amplio recorrido cultural, poeta, escritor y pintor, autor de siete poemarios, además de libros de ensayos y cuentos, Premio Nacional de Poesía Ciro Mendía en el 2011. Es el actual Coordinador de la Biblioteca Departamental Olegario Rivera.

Y cierra los poetas de Natura, José Onías Cuéllar Calderón. Un Neivano Licenciado en Lingüística y Literatura, docente de Lengua Castellana en la I.E. Técnico Superior de Neiva, catedrático universitario de Comunicación en la F.E.T y tallerista de Lectura crítica de la Oficina Cultural del Banco de la República. Invitado a diferentes eventos nacionales de escritores. Ha publicado los poemarios Las voces del río y Del amor y otros asuntos. Un listado de lujo, con escritores que han caminado de la mano con esa relación entre el hombre y la naturaleza. El recital se da en el marco de la Feria del Cacao y del Café el sábado 30 de septiembre a las 9:30 de la mañana en el Centro de Convenciones José Eustasio Rivera.

POEMA DE MIGUEL DE LEÓN

ESCAMPANDO

Llueve y la torcaza se refugia en la rama que nos abriga.

Me dices, esperemos…

La lluvia no para y la pequeña torcaza está inquieta,

siente que no está en su sitio, desconfía de la lluvia;

pero no puede regresar a su árbol, a su nido.

Definitivamente no le queda otra,

mojada como esta, la torcaza tiene miedo ahora;

sabe que no puede regresar al nido.

Cuando volvemos a mirarla, la torcaza duerme mojada

bajo la lluvia, sobre la rama que nos abriga.

Nosotros nos miramos, no sabemos qué decirnos.

Sonreímos mirando la pequeña torcaza

que duerme en la rama exacta.

POEMAS DE LEONEL PLAZAS MENDIETA

Mezcla el trigo

y eso que arde.

El barro y eso que mengua en la mirada. Nadie sabe nada,

salvo lo que han hecho sus manos.

Escuchad la tierra,

de montaña a montaña se traza el destino, de piedra a piedra

el infinito.

POEMA DE ANA PATRICIA COLLAZOS

DESIGNIO

Soy papel

madera en origen

tallada por el padre carpintero

hacha del abuelo aserrador

en un paisaje

pintado a pura mano materna

Los astros ven el verde de la tierra

y no imaginan

todo lo que cuesta ser papel en este bosque –

Llevo sangre de achapo

Cedro pasado por todos los fuegos

alfombra de nogales

que gesta los carbones de mi propia hoguera

Solo seré fuego

al delicado contacto

con la incendiaria poesía

POEMA DE JOSÉ ONÍAS CUÉLLAR CALDERÓN

Natura juega con el día

inmola la plántula las saetas solares

el brazo aún firme grita su estío

 la grisácea y terca nube no asoma.

Es tarde ya

el parque asomándose entre muchedumbres

intenta respirar la turbia metrópoli

los pasos constriñen su lomo

fijando en él su oquedad.

Los verdes forros de pájaros

no cantan las arboledas

y las palomas no sobrevuelan los andenes

desde que se alejaron los fantasmas.

Es hora de cantar y que se vaya la tarde

la mirada en espera de la plateada hojalata

con Sirius tal vez traigan otros tiempos

mientras en la esquina solemne

asoman estos versos

como un intento más

seguimos en la calle y oteamos

palabras que vagan sin norte

como terca brisa golpeando la urgencia de transeúntes

dando ganas de toser.

POEMA DE GERARDO ALDANA GARCÍA

LA LLUVIA

La lluvia tiene un espíritu,

lo advierto antes de que sus notas asalten el tejar.

La lluvia me envía su promesa de brisa,

cuando enamora límpidos cristales,

mientras descifro versos en la sedienta arboleda.

Me gusta escuchar en la lluvia,

el coro de labriegos victoriosos del estío.

La lluvia llega, a veces recia,

otras apenas para besar mis sueños marchitos.

La contemplo en sus hilos donde tejo un cuerpo de mujer.

Cada lluvia es única, irrepetible.

Hay millones de nubes que mueren cada noche,

dando a luz pétalos, también gritos de horror.

Hay lluvias que me dan miedo,

sobre todo, aquellas que se hermanan con polvo y piedras,

y se tornan en una enorme dama de monte,

que presurosa devora todo,

tras su desposorio con el océano.

Y yo, al amparo de mis imágenes húmedas,

desafío el espejismo de la rutina.

Hoy he visto llover.

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