Versos de amor
El trágico derrumbe de Whitney Houston: las drogas, los escándalos con su marido y su muerte ahogada en la bañera
Un club nocturno de Los Ángeles. Oscuridad, poco más de treinta personas y el humo de los cigarrillos formando nubes azules entre el techo y las mesas. En el escenario una buena cantante góspel que no había tenido suerte en el salto al pop. En las mesas están más preocupados por sus asuntos que por lo que pasa ahí arriba: conquistas, alguna pelea conyugal, negocios que se cierran frente a un vaso de whisky. Una adolescente deja la parte de atrás del escenario, el sitio de los coristas, y da unos pasos hacia el frente cuando la cantante, su madre, la invita a cantar. Toma el micrófono y acompañada por un piano no demasiado enfático comienza con Greatest Love Of All, un tema compuesto varios antes para la biopic de Muhammad Ali que protagonizó él mismo y que George Benson había ubicado en el top 10 del ranking R&B. Nadie de los presentes recordaba la canción que, en su momento, había pasado bastante desapercibida. Excepto un hombre sentado, adrede, en una de las últimas mesas; quería que la falta de luz lo protegiese. Lo que la adolescente desconocía era que ese hombre era el que había encargado, una década antes, que compusieran la canción para la banda sonora de la película. La versión original del tema parecía una buena balada de Stevie Wonder (lo cual, se sabe, constituye un gran elogio). La joven la recuperaba y la llevaba hasta alturas inimaginables. Su voz al frente, la pasión de los 20 años y una sabiduría ancestral que parecía acompañarla en el escenario y habitar en sus cuerdas vocales.
Apenas escuchó la primera estrofa, el hombre, Clive Davis, pope de la industria musical, supo que tenía una nueva joya para su exclusivo catálogo de descubrimientos en el que figuraban Bruce Springsteen, Janis Joplin, Santana y Aerosmith, entre otros. Supo que esa chica tenía un don, un talento único. Supo, por supuesto, que Whitney Houston sería una estrella. Esa misma noche, en el apretado camarín del club, le hizo firmar un contrato con Arista Records, su sello discográfico.
Clive Davis no tuvo que esperar a que saliera el primer disco para comprobar su acierto. Lo invitaron a uno de los programas más vistos de la televisión norteamericana, The Merv Griffin Show. Aceptó con una condición: que una vez finalizada la entrevista, el número musical (habitual en cada noche) fuera su nueva artista, la chica de 20 años que estaba grabando su primer disco.
Esa noche Whitney Houston apareció por primera vez en televisión. Los hombres descubiertos, una casaca azul metalizado, un pantalón negro amplio, el pelo afro, corto y apretado. Apenas la cámara la enfoca, empieza a cantar. La voz tenue, el volumen algo bajo, casi tímido, las manos delante del pecho, apretadas. La canción es Home, de la versión fílmica del Mago de Oz con Liza Minelli y Michael Jackson. Pero pasados los primeros versos ocurre el milagro: la joven se olvida del marco, de los millones de personas viéndola en sus casas, de las cámaras. La voz se proyecta, ella se suelta y en el estudio y en cada hogar presencian el nacimiento de una diva de la canción. La actuación es memorable. Uno de los grandes debuts de la historia.
Whitney Houston fue una de las reinas del pop de los 80. Sus rivales en esos años eran pesos pesados. Madonna, Prince, Michael Jackson. Pero esta chica con sus dos primeros discos arrolló con los récords. Su voz era prodigiosa, un instrumento natural perfecto. Pero era mucho más que eso. Parecía saberlo todo. El entrenamiento que había recibido de su madre había sido eficaz. Tenía presencia escénica, simpatía, bailaba. A su don (sobre) natural le añadía una técnica depurada. No era un talento salvaje. Podía llegar a cualquier nota y mantenerla por el tiempo que fuera necesario. Era el crossover que el mercado y el público esperaban. Estaba el sentimiento del soul, la fuerza del R&B, la ligereza y la alegría del pop.
Apenas apareció los especialistas la ubicaron en las grandes ligas, con los intérpretes incomparables. Sinatra, Aretha Franklin, Ella Fitzgerald. Whitney Houston, con su voz magnética, jugaba en esa liga, la Liga de la Justicia.
La aparición fue fulgurante. Su primer disco llegó al número uno de los rankings y fue la primera cantante femenina en tener siete singles número uno consecutivos en el chart de Billboard: Saving all my love for you, How will I know, Greatest love of all, I’m gonna dance with somebody, Didn’t we almost have it all, So emotional, Where do broken hearts go. Una seguidilla impecable y asombrosa.
Hubo otros éxitos. Y la llegada del cine. El suceso de taquilla y la locura que provocó su versión de I Will Always Love You que volvió a quebrar records de venta y de permanencia en la cima de los charts.
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Después llegó la caída. Terrible, constante, dolorosa y pública. Whitney y su talento (o su genio) se fueron deshaciendo a la vista del público. Los problemas conyugales, la adicción a las drogas, las malas decisiones. Y una muerte prematura pero previsible a los 48 años.
Cuando un artista muere, los fans expresan su dolor en las redes sociales. Los que ya hicieron su carrera, los que son vencidos sólo por los años y por la vejez, son despedidos con la gratitud de la compañía y la emoción que sus creaciones proporcionaron durante décadas. Los que mueren antes, los que no llegan a viejos provocan otro tipo de dolor. El dolor de lo inconcluso, dolor incrementado por la sensación de obra inacabada, de que todavía tenían mucho para dar, de que se perdieron canciones, libros o películas que ya nunca más serán, que sólo ellos podían poner en el mundo. La sensación es de pérdida irreparable, de que lo que no ocurrió ya nadie lo podrá crear. Con Whitney, a pesar de que murió muy joven, a los 48 años, eso no sucedió. Sobrevolaba la convicción de que ya no tenía nada para dar, que su don se había disuelto en la maraña de drogas y desidia, que se había dado por vencida hacía muchísimo tiempo.
Hacía dos décadas que su carrera artística no conocía el éxito que la había acompañado en sus primeros años. Su caída, previsible, pública y muchas veces morbosamente acompañada por la prensa y el público, había durado dos dolorosas décadas.
Su madre era Cissy Houston, cantante gospel, de una técnica exquisita, con experiencia en el mundo del soul, había hecho coros para Aretha Franklin, Gladys Knight y otras divas de la música negra. Su prima era Dionne Warwick. Y sus madrinas eran nada menos que Aretha Franklin y Darlene Love.
En una de las primeras entrevistas televisivas, el conductor del show luego de enumerar todas estas conexiones familiares, le preguntó a Whitney: “¿Y tu abuelo quién es? ¿Duke Ellington?”.
Pero Whitney era mucho más que este linaje perfecto. Había cantado en su iglesia desde muy chica, había acompañado a la madre en muchas de sus presentaciones y hasta la había reemplazado en alguna oportunidad. Cissy Houston quiso que su hija terminara el colegio antes de encarar una carrera artística. Al salir del colegio Whitney comenzó a dar shows en pequeños clubes nocturnos. La voz se corrió muy rápido y los cazatalentos comenzaron a seguirla noche a noche. Hasta que llegó Clive Davis.
La experiencia de la madre en el mundo del espectáculo hizo que no se precipitaran. Cissy, exigente, quería para su hija todo el éxito que ella no pudo vivir (el éxito en ese mundo se vive, se inscribe en el cuerpo).
Después de los dos primeros álbumes parecía que todo lo que cantaba se convertía en oro. Antes del Super Bowl de 1991 interpretó Star Spangled Banner, el himno norteamericano. Fue una actuación conmocionante. La versión se editó como single y llegó a estar top 20.
Al año siguiente incursionó en el cine por primera vez. El guardaespaldas se convertiría en un éxito global que, aunque parezca mentira, superó con creces el que había conseguido con sus primeros discos.
La película no es gran cosa. Una historia convencional protagonizada por dos figuras fuertes como Whitney y Kevin Costner. La historia de amor interracial en el mainstream, el beso final con descenso del avión a último momento tienen su impacto. Pero el punto de quiebre es la canción principal del film. Un viejo tema country de Dolly Parton que Costner sugirió al enterarse de que el tema elegido originalmente, What becomes of the broken hearted, un cover de una gran balada soulera cantada por Jimmy Ruffin había sido seleccionado como tema principal de la película Tomates verdes fritos.
También se le atribuye al actor la mejor decisión de producción musical de los primeros noventa: la ausencia de producción, de máquinas y de acompañamiento. El productor de la banda sonora, David Foster, pensó que era una pésima idea y un suicidio comercial. “¿Qué radio pasaría una canción en la que los primeros 45 segundos son a capella?”, argumentó con cierta lógica. Sin embargo, Costner y Houston insistieron. Apenas tuvo que cantar una sola vez para que Foster y todos los que estaban en el estudio asumieran que la única versión posible del tema era esa. La voz perfecta, desnuda, al frente, con toda la pericia técnica realzándola.
La canción y el álbum batieron récords de ventas. Fue un éxito global descomunal. Fue el último gran éxito de Whitney.
En los premios Soul Train de 1989 conoció al que sería su esposo, el cantante Bobby Brown. Ex integrante de New Edition, Brown tenía gran éxito como solista en ese tiempo con su tema My prerrogative. Chico malo, provocador, algo soez. A partir de esa noche no se separarían por años. La relación fue tempestuosa y ambos terminaron perdidos en las drogas y en las peleas permanentes. Las carreras artísticas de los dos no volvieron a conocer el esplendor.
Muchos culpan de la caída de Whitney a Bobby Brown. Otros responsabilizan a su madre y a la competencia sorda entre ambas. También figuran en la lista de causas alegadas: la salida de Clive Davis de Arista, las malas compañías, un padre con alma de gigoló, un abuso sexual sufrido en manos de su prima Dee Dee Warwick o la cercanía de Robyn Crawford.
Las causas, culpables y justificaciones se amontonan. Lo cierto es que esos 20 años de excesos, dependencia de las drogas, papelones, incumplimientos y coqueteo con la desgracia le pertenecen a Whitney.
Whitney se convirtió en habitué de las portadas de la prensa amarilla. Las peleas con Bobby Brown, los arrestos e infidelidades de este, los shows erráticos, las funciones suspendidas, los discos mediocres, las entrevistas televisivas desafiantes, la voz que pierde brillo y se va apagando.
En el medio de ese aquelarre de gritos, violencia familiar, insania y drogas crecía Bobbi Kristina, la hija del matrimonio. Ella también tuvo un final trágico y, debido a su edad, mucho más terrible. Bobbi Kristina, a los 22 años, fue hallada inconsciente en la bañera de su casa con una sobredosis de drogas. Igual que su madre. Murió en 2015 luego de estar seis meses en coma. Hay un eslabón más en esta historia trágica. En Año Nuevo de 2020 murió de una sobredosis Nick Gordon, hijo del corazón de Whitney y novio de Bobbi durante muchos años.
Fue como si los jóvenes fueran alpinistas que iban atados a otro que, por encima de ellos, guiaba la escalada por la ladera escarpada; al despeñarse el de adelante, fue inevitable que poco después arrastrara a los que estaban debajo.
La conducta errática de Whitney en sus últimos largos años tuvo millones de testigos. Tuvo que suspender apariciones en los Oscar, en la inducción al Salón de la Fama del Rock de Clive Davis y cancelar decenas de conciertos. Algún tabloide sacó en tapa una foto escalofriante del baño de la estrella: derruido, con restos de drogas en diversos platos, la suciedad y el abandono en cada rincón.
Durante la grabación de la banda de sonido de Waiting to exhale tuvo que ser internada de urgencia por una sobredosis. Varios tratamientos de rehabilitación fracasaron. Se vanaglorió ante la periodista Dianne Sawyer de que ella no se drogaba con crack porque eso era “cosa de pobres”.
La maquinaría intentó seguir funcionando. Le organizaron giras con las que no pudo cumplir. Shows en los que su estado era lamentable y su voz parecía haberse ido para siempre, un graznido triste y ronco, desganado y desafinado. Como si fuera una parodia triste de lo que había sido.
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Atardecer del 12 de febrero de 2012. Hotel Beverly Hills. Víspera de la entrega de los Grammy. Una mujer, la asistente de Whitney, ingresa a la habitación. Hacía un rato que no podía comunicarse por teléfono con ella. Al abrir la puerta, la asustó el silencio. Intentó engañarse, trató, en ese breve segundo, de creer que la cantante estaba durmiendo una tardía siesta.
Apenas sintió el agua quemándole los tobillos y las pantorrillas, al ingresar al living , supo que todo finalmente había terminado. No sintió angustia, ni se desesperó. Una agria resignación recorrió su cuerpo, un dolor sordo.
Mientras caminaba hacia el baño -de ahí provenía el agua que ya alcanzaba los diez centímetros por sobre la alfombra- creyó estar viviendo un déjà vu. Sólo que esto no había sucedido antes, no al menos con estas consecuencias irreversibles. Pero cada noche, cuando la estrella dejaba de estar a su cuidado, la asistente imaginaba que su siguiente día laboral sería como estaba siendo este.
Al abrir la puerta del baño, una pequeña ola de agua hirviendo la salpicó hasta el borde de los muslos.
En el jacuzzi rebalsado, boca abajo, flotaba el cuerpo desnudo de Whitney Houston. Sin vida.
La asistente llamó, sin desesperación, sin levantar la voz, apenas con algunas lágrimas atragantadas a la recepción del hotel. Avisó que se trataba de una emergencia. Dudó entre pedir que acudiera la policía o una ambulancia. “Vengan rápido, por favor”, pidió. “Creo que Whitney Houston está muerta”.
Cuando los paramédicos y la policía subieron a la habitación del cuarto piso en la que se alojaba la estrella de la canción, encontraron rastros, en cada metro cuadrado del departamento, que hicieron innecesario esperar la autopsia y el informe toxicológico para averiguar cuáles fueron las causas de la muerte.
Un plato con una sustancia en polvo de color blanco, marihuana, una cuchara quemada con restos que parecían haber sido de metanfetaminas, dos decenas de frascos con medicinas legales (calmantes, relajantes musculares, Xanax y otros).
Hoy Whitney Houston hubiera cumplido 60 años.
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Versos de amor
¿Qué es un verso y cómo pueden ejercitar la memoria de los más pequeños?

Los versos han sido parte integral de la cultura humana desde tiempos inmemoriales. Estas estructuras líricas nos han permitido transmitir historias, emociones, conocimientos y valores de generación en generación. Pero, ¿alguna vez te has detenido a pensar en el poder educativo que tienen, especialmente para los más jóvenes?
Hoy, nos adentraremos en el fascinante mundo de la poesía para descubrir qué es un verso y cómo este puede ser esencial para potenciar la memoria en la infancia.
¿Qué es un verso? Más allá de las palabras
Antes de sumergirnos en el impacto pedagógico del verso, es esencial entender su definición. Un verso es una unidad de expresión dentro de la poesía, conformada por palabras dispuestas según reglas de métrica, ritmo y rima. Pero más allá de esta estructura técnica, los versos llevan consigo una carga emotiva y expresiva que los distingue y les da vida.
La neurociencia detrás de los versos
A nivel cerebral, los versos activan diversas áreas. Al tener ritmo, evocan regiones asociadas con la música; al transmitir emociones, se conectan con las áreas límbicas; y, al requerir memoria para ser recordados, implican regiones cognitivas. Esta activación múltiple potencia la retención y la consolidación de la memoria.
Beneficios de utilizar versos en la educación inicial
Integrar la poesía en la educación inicial aporta múltiples beneficios. No solo fortalece la memoria, sino que también:
- Desarrolla el lenguaje: Amplía el vocabulario y mejora la pronunciación.
- Fomenta la expresión emocional: Ayuda a los niños a comunicar y comprender sus sentimientos.
- Estimula la creatividad: Al escuchar o crear versos, la imaginación se desborda.
- Potencia la concentración: Recitar requiere atención plena.
- Mejora la comprensión auditiva: Al escuchar poesías, se agudiza el oído y la capacidad de discernir palabras y significados.
Los beneficios de incorporar la poesía en la educación de los niños no se limitan a la infancia. Aquellos que crecen apreciando y comprendiendo la poesía tienden a ser adultos más empáticos, creativos y expresivos.
La habilidad de entender y apreciar el lenguaje en sus formas más artísticas es invaluable en muchas facetas de la vida adulta, desde la comunicación interpersonal hasta la apreciación del arte y la cultura.
Métodos para integrar la poesía en la rutina diaria
Los versos no solo son para ser leídos en libros. Son herramientas poderosas que podemos integrar en la rutina diaria de nuestros hijos. Recitar un verso mientras se visten, antes de comer, o antes de dormir, puede convertir la memorización en una actividad amena y provechosa. Te dejo otras ideas muy útiles para incorporarlos en la rutina diaria:
- Hora del cuento: Cada noche, antes de dormir, recita un poema o verso.
- Juegos de memorización: Crea desafíos para que tus hijos recuerden versos.
- Creación de versos: Incentiva a tus hijos a escribir sus propios versos.
- Poemas en movimiento: Usa versos mientras juegan o realizan actividades físicas.
Técnicas prácticas para padres y educadores
Para maximizar los beneficios de la poesía en el aprendizaje, es esencial que tanto los educadores como los padres utilicen técnicas eficaces. A continuación, algunas sugerencias:
- Repetición espaciada: Esta técnica consiste en repasar un verso varias veces con intervalos de tiempo cada vez más largos entre cada repaso. Esta estrategia ha demostrado ser efectiva para la memorización a largo plazo.
- Asociación visual: Crear imágenes mentales basadas en el contenido del verso puede facilitar la retención. Por ejemplo, al recitar un poema sobre la naturaleza, se puede visualizar un bosque, un río o un animal específico.
- Actuación y gestos: Involucrar el cuerpo en el proceso de memorización puede ser particularmente útil para los niños. Al recitar un verso, pueden incorporar gestos, movimientos o incluso actuaciones completas que reflejen el contenido.
- Competencias amigables: Organizar competencias de recitado entre hermanos o compañeros de clase puede motivar a los niños a practicar más y a memorizar mejor.
7 versos famosos para ejercitar la memoria en casa
A continuación, algunos versos ideales para que los niños practiquen y fortalezcan su memoria, todos ellos seleccionados por su riqueza lingüística y su fácil retención:
El sol, brillante y redondo,
juega a esconderse en el día,
pero cuando llega la noche,
a la luna deja su vía.
Florecitas del jardín,
bailan con el viento sin fin,
rojas, azules, amarillas,
alegran mis mañanas sencillas.
El río canta al pasar,
entre piedras y pececitos sin parar,
ríe, juega y siempre va,
¡hasta el mar llegará!
Pájaros volando van,
por el cielo azul, sin cesar,
cantan canciones al alba,
despertando al mundo con su algarabía.
En el bosque misterioso,
viven duendes y un oso,
todos juntos, sin temor,
celebran la vida con amor.
Grandes olas van y vienen,
con secretos que las sirenas tienen,
peces de colores nadan alrededor,
en este mágico océano lleno de esplendor.
Gotitas de lluvia caen sin parar,
en charcos y techos van a saltar,
los niños con botas y paraguas van,
disfrutando el charco en que podrán chapotear.
Referencias
Versos de amor
Homenajea al poeta Antonio Gutiérrez a sus 94 años de Yaiza

Homenaje al poeta Antonio Gutiérrez a sus 94 años de Yaiza MassCultura
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Versos de amor
Nocturama Sevilla incorpora dos nuevos escenarios para su edición de 2023

Dos nuevos escenarios, tres días de programación y una apuesta por la variedad y la conexión de diferentes disciplinas artísticas. Nocturama, uno de los ciclos musicales más consolidados de la escena sevillana, vuelve este año para celebrar su XIX edición, una cita, en palabras de sus organizadores, aún más desacomplejada, versátil y «loca» que las anteriores.
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La programación de Nocturama ha sido presentada en la mañana de este martes en el Teatro Central, sede habitual de estos conciertos, en una rueda de prensa que ha contado con la presencia y participación de Minerva Salas, primera teniente de alcalde y delegada de Cultura y Deporte del Ayuntamiento de Sevilla; Manuel Llanes, director del Teatro Central; Jesús Barrera, comisario artístico de los carteles del ciclo; Sofía González, autora del cartel de la XIX edición; y David Linde, director de La Suite y de Nocturama.
Programación de Nocturama 2023
La jornada inaugural de Nocturama, el jueves 30 de noviembre, tendrá sabores a música y pintura en el Teatro Alameda, uno de los dos nuevos espacios de esta XIX edición, con «Quema la memoria», que oficiará The New Raemon compartiendo escenario con la pintora Paula Bonet, en una proyecto que surge del libro homónimo que ambos publicaron en 2017.
Solo algo más tarde, y trasladándonos de la Alameda a Torneo, esta primera noche del cilco también estará presente en otra de sus nuevas sedes, la Sala Malandar, donde sonarán los beats y versos de Carmen Xía: valedora de un rap profundo y rotundo, las composiciones de la emergente artista aúnan tradición y modernidad, bebiendo estas tanto del folklore andaluz y el flamenco como del hip hop y la electrónica. Con influencias de figuras como Camarón de La Isla, La Paquera de Jerez, Marifé de Triana, Ariadna Puello y Mala Rodriguez, con Carmen Xía el Sur vuelve a ser nuestro Norte. Tras ella, la productora, compositora y creativa Novia Pagana cerrará la noche, con un excitante live set electrónico.
Llegados al fin de semana, Nocturama recibirá en el Teatro Central a una diversa colección de bandas y artistas. Así, el viernes 1 de diciembre, el artista canario Fajardo será el encargado de abrir esta jornada con sus composiciones de querencia folkie en las que destaca una voz que transita entre la tensión y la dulzura, el suspense y el reposo en canciones tan complejas en lo armónico como sencillas para la percepción del oyente. Con su garganta es capaz de embargar su propio cuerpo, de disponer la palabra al servicio de unas canciones que persiguen verdad por todas partes para llevar al público al éxtasis más introspectivo y terrenal. Víctor Herrero tomará también esta senda folk heterodoxo en su primera presentación en Sevilla. El artista toledano ha bebido en su formación del canto gregoriano, la música mozárabe, la música clásica o la polifonía y tiene como aliada a la artista Josephine Foster, con ha colaborado en directo y en la grabación de sus discos. Solo con la voz de Herrero, los parroquianos de nocturama deberán prestar atención tanto a sus letras como a los viajes que, con un movimiento de dedo sobre su guitarra, nos propondrá a África o Sudamérica.
Si de fieles hablamos, Carmen Boza está entre las artistas que han conseguido convertir a su causa musical a un buen puñado de seguidores, también en sus anteriores presencias en Nocturama. El advenimiento de la compositora, guitarrista y productora alcanza el grado de acontecimiento para presentar sus nuevos temas en el único concierto que celebrará en 2023. Otro regreso esperado en esta jornada es el que protagonizará Lorena Álvarez: una artista que sobre el escenario despliega naturalidad, astucia, poesía, picardía y buen humor con un cancionero del siglo XXI que bebe tanto del pop clásico de Vainica Doble como de la música tradicional. Por último, Marieta Dj ha recibido el encargo de cerrar la noche, y tendrá como reto invitar a todos los presentes a una ceremonia de baile irresistible, con la maestría que la caracteriza y su especial pasión por la música de los mágicos sesenta y setenta, décadas de oro del pop y del rock & roll patrios y forasteros.
E sábado 2 de diciembre, el Teatro Central volverá a ser epicentro del heterogéneo y melómano público de Nocturama en una última jornada repleta de delicatessen sonoras. El nuevo proyecto de Raúl Cantizano y Hidden Forces Trio será el primero en pisar el escenario. Cantizano, de sobra conocido por su labor dentro del flamenco, para esta ocasión retoma la guitarra eléctrica conformando un cuarteto que oficia un free rock influenciado por la música de Captain Beefheart o Fred Frirth y que ha visto la luz en un debut discográfico conjunto.
Por su parte, el garaje, el punk, el dub o la electrónica son bases sobre las que se asienta Alvinas: una superbanda con base local y una gozosa secta underground con precepto basados en la amistad, amor y respeto por la música, que tuvo su detonante en la celebración de un cumpleaños y mágico regalo sonoro. Su ceremonia seguro hará saltar con su directo a la concurrencia, gracias a los experimentados pastores encargados de llevarnos al redil: Mercedes Almarcha (Las Janes, Las Trú, Guantá), Rey Fernández (Electric Garden, Pretty Fuck Luck, Webelos, Royal Cock, Lucro), Sebastián Orellana (La Big Ra- bia, Radio Huachaca, Dios Perro, José́ Guapachá), Jaime Sobrino (Vera Fauna) y Lorenzo Soria (Bazofia, Califato 3/4). Precisamente Alvinas ha sido el grupo encargado de abrir Nocturama con una pincelada en la presentación ofical de esta XIX edición.
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Dónde: Teatro Central, Teatro Alameda y Sala Malandar
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Cuándo: 30 de noviembre, 1 y 2 de diciembre
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Entradas: nocturamasevilla.es
Tras ellas, otro plato fuerte de los que Nocturama tiene en su menú de 2023. Ninguna otra figura encarna la esencia de la movida madrileña (la genuina, no la oficial) como la de Ana Curra, musa de artistas de todas las disciplinas. Nocturama celebrará con su directo el 40 aniversario de El Acto, el mítico álbum que cambió los cimientos de la música moderna del país a base del mejor post punk conocido. Pianista y compositora, formó parte de la primera formación de Alaska y los Pegamoides antes de integrarse en Parálisis Permanente y Los Seres Vacíos, siendo parte de ese repertorio el que conforman sus conciertos actualmente.
En la recta final los jerezanos Seco Seco Seco invitarán de nuevo al baile, a través de su música cruda y potente, en la que conjuran ritmos obsesivos, melodías huidizas y filtros surgidos de su colección de teclados, cajas de ritmos y pedales de efectos. Este baile se prolongará con Juano Azagra, referente musical de la ciudad de Sevilla desde los años 90 con Bandas como Los Bombones o All La Glory, regresa a Nocturama como Music selector con una pinchada especial a base de los vinilos que han marcado toda su trayectoria. No es la primera vez que un músico se pone a los platos. Pero si va a ser la primera vez que alguien como Azagra despliegue toda su sabiduría en una sesión única de varias horas que pondrá la guinda a tres arrebatadoras jornadas de música.
Artistas locales en Nocturama
«La fuerza y la potencia de la música pero sin introducir elementos demasiado explícitos como podrían ser notas e instrumentos musicales, o gente bailando, a fin de que la imagen final fuera más sugerente o evocadora». Esa es la descripción de la sevillana Sofía González para el cartel con el que se nos presenta la XIX edición de Nocturama. Una imagen sencilla pero potente que, a pesar de las cadenas, deja una ventana abierta que invita a asomarse a este ciclo.
Desde 2015, LA SUITE encarga el cartel de Nocturama a un artista plástico de la escena local, gracias al comisariado que realiza Jesús Barrera de la Galería Berlín.
Sofía González propone una tipología de imagen en la que son constantes los objetos de proximidad, las tipografías o los patrones que se repiten, partiendo de una estructura simplificada a fin de eliminar elementos accesorios que entorpezcan la lectura de la misma. Con todo ello en cuenta, en el resultado final presentado hoy martes, observamos «cadenas que se van enlazando de un lado a otro formando un dibujo que sugiere el telón de un escenario, aludiendo al espectáculo; un telón ficticio que por su cualidad metálica y lineal pudiera».
La XIX edición de Nocturama es un proyecto de La Suite, que cuenta con la colaboración del ICAS-Ayuntamiento de Sevilla, la Consejería deTurismo, Cultura y Deportes de la Junta de Andalucía y el INAEM -Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música. Las entradas para todos los conciertos programados están ya a la venta en nocturamasevilla.es.
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