Dicen los que saben de casi todo que hoy entró el otoño. Ya he visto algunas hojas tostadas en las ramas de los árboles de mi calle. Me encanta esta estación del año, porque lo poetiza todo. No hay día sin versos ni noches sin estrofas desde el óbito de septiembre hasta el solsticio de invierno. También dentro de los seres humanos conviven primaveras, veranos, estíos, otoños e inviernos. Yo soy un hombre que siente que su alma vive entre octubre y noviembre. Soy una persona en pleno otoño. Ya se me han caído las hojas del chopo de mi ilusión, los robles de mi esperanza se muestran desnudos y, al amanecer, un viento, ligero y fresco, a veces hasta frío, me canta sus penas al oído. Hay atardeceres en los que el invierno se muestra con sus nieblas y heladas, con sus virus y bacterias, con sus enfermedades y morbos, para advertirme que la vejez me espera a la puerta de mi casa. C’est la vie, que diría un francés o un belga valón.
Vivir en otoño me sensibiliza, porque hay poesía desde el alba a la postura del sol incluso en la tierna madrugada, cuando el silencio se escucha a sí mismo en los bosques, mientras el búho caza roedores con la complejidad de la luna. Sí, soy otoño. Ha menguado mi estatura, faltan árboles en la fronda de mi cabeza, surcos recorren mi rostro, pero creció mi inteligencia, tengo más talento, si lo tuve, que en mi juventud, y he perdido por la vida la vanidad y la estupidez que nos acompaña desde la juventud hasta buena parte de la madurez. También hay gente que reciben a las parcas pintados de frivolidad e insensatez.
Hoy, 23 de septiembre, con alta temperatura en las horas jóvenes de la tarde y fresco cuando cantaba la alondra, me siento otoño, mi carne lo sabe, pero mi alma aún cree que los gorriones y los mirlos anidan, las flores, siempre tan coquetas, presumen de vestuario y todavía creo que el amor existe si los miras a los ojos y lo ases de los labios.
Y recuerdo aquellos versos de las Coplas Elegiacas de Antonio Machado, grabados en mi memoria desde la primera vez que mis ojos cayeron sobre sus versos: “¡Ay del noble peregrino que se para a meditar, después de largo camino, en el horror de llegar!
Voy llegando, cierto, después de meditar, al camino hacia ninguna parte.
Eugenio-Jesús de Ávila