Selu Figuereo, artísticamente El Barrio, ha alterado muy poco el estilo musical básico que lo mantiene en la fama hace casi tres décadas y llenando recintos en los que da conciertos con todo el aforo vendido con antelación, como ocurrió anoche en el Centro Hípico de Mairena del Aljarafe y seguramente volverá a ocurrir hoy, aunque todavía quedan algunas entradas disponibles. No es muy sutil su amalgama del flamenco con la música que nació desde los arraigos trianeros y alamedeños que él reconoce como inspiración, pero sus letras irónicas y sentimentales y su voz llena de garra, que a veces tiembla con contracorrientes emocionales, hacen que proyecte una de las sensibilidades más afines a los miles de aficionados al pop que florece con raíces andaluces, sobre todo al que refresca el aire de la Bahía de Cádiz. En este concierto del ciclo Cabaret Festival, El Barrio ofreció un espectáculo característicamente impecable que entretejió varias canciones del nuevo disco, ese Atemporal que da nombre a la gira que mantiene desde junio, con muchas de sus trece álbumes anteriores.
Tuvo la velada un comienzo instrumental, luciéndose con la guitarra eléctrica Antonio Reina, que lo mismo le mete a Bachriffs de marcado cariz jevi, que abre un concierto de El Barrio con solos de gran sabor a rock andaluz. En el escenario le acompañaban otro guitarrista eléctrico, Israel Sandoval y el gran Pelu Monje a la guitarra flamenca; Fernando Rodríguez se ocupaba de los teclados; la sección rítmica la componían el bajista Manolo Nieto y el batería Anye Bao, y acompañaron Raúl Obregón y Yona Luna, con sus coros y sus palmas a Selu cuando salió un ratito después para comenzar con Amores maníos, del disco que está presentando, y continuar derramando una Agua fresca mucho mejor que la que temíamos esta noche tras la aparatosa tormenta eléctrica de la madrugada anterior, metiendo entre sus estrofas otras de aquella antigua toná de La Virgen de los Remedios tiene su cara morena, que popularizó por tangos Camarón; de la Chasqueona de Mayte Martín, del Creó Andalucía de Romero San Juan, del Ali Ali O de Moncho Chavea; todo un paseo por el flamenco de Cádiz y Sevilla, que pasó por el Barrio de Santa María y la soleá trianera de el clavel no tiene espinas convertida en bulerías. Volvió al disco nuevo para templar un poco los ánimos con El último adiós y seguir en él otra vez por bulerías con Vamo mi niña un poquito, con palmas y la guitarra flamenca del Pelu, metiendo de nuevo entre sus versos guiños a otras letras populares del mismo palo entre las que destacaron las del Romance de Juan de Osuna que tan grande hicieron a Manolo Caracol. Y Niña del viento, la remataron con otro espectacular solo, esta vez de la guitarra de Sandoval, derramando mucho más fuego que el final que le conocemos de su versión grabada. Se nota que en directo El Barrio y su director artístico cuidan el detalle textural de la música.
La estética de la música pop de mezclar y combinar absorbe con avidez tanto culturas como el paso del tiempo. El resultado final es una fiesta donde lo viejo se mezcla con lo nuevo, donde una sensación de movimiento cultural popular, siempre emocionante, ciega momentáneamente al público ante sus diferencias, uniéndolo. Así ocurrió aquí esta noche, donde El Barrio agradó a todos los presentes por igual, los más jóvenes y las que ya mismo van a ser abuelas. Las incursiones en los vericuetos de la amplia carrera de Selu, el nombre que corearon tantas veces, para recordar las canciones de cuando esta parte más madura del público comenzó a interesarse en su música, comenzaron con Mi amor, un tema de Mal de amores, su tercer disco, el que le lanzó a la fama cuando aún no se había terminado el siglo pasado.
Con Poeta de versos torcíos volvió al disco protagonista de la noche. Continuó con Me voy al mundo, la canción que daba título a su quinto álbum, el del 2002, con el que empezó a cosechar discos de oro, para llenar el recinto de aires de rumba. El teclado de Fernando, con sus ritmos de reggae, fue el protagonista del inicio de Qué arte, ¿no?, un alegato de El Barrio contra los advenedizos y aprovechados del difícil mundo de la música: qué difícil es entender lo que es el arte, saber amar la música. Pero pa tó los males traía remedios en su canastito de Curandero, la canción que siguió, con la que volvieron los aires más flamencos, esta vez por tangos.
Todavía no lo sabíamos, pero el espectáculo estaba llegando a su paso de ecuador, y Selu se fue tras más de una hora en el escenario, dejando solos a sus acompañantes. Fue cuando los palmeros comenzaron a cantar Mi pena, quedándose solo en el estribillo para arrancarse entonces por alegrías, de las de Miguel Poveda y Camarón. La fiesta flamenca siguió, metiéndole duende a algunas de las canciones antiguas del propio Selu: No vale la pena, Poco a poco, Calla, con mucho groove del bajo de Nieto delante de unas bulerías de Jerez, y finalizar por bamberas con La leyenda del tiempo y otro solo de teclado. Volvió El Barrio con Mi amante luna; los coristas le habían cogido el gusto al protagonismo y estaban a su lado, cantando con él al borde del escenario. Luego se fueron todos los demás y Selu se quedó solo, ocupando el centro del escenario, sentado en una silla, con una guitarra flamenca en sus manos, para recordarnos a Medina Azahara con un trocito del Todo tiene su fin que estos, a su vez, adaptaron de los Módulos, y otras canciones populares propias y ajenas. Para El adormitar de los laureles ya estaban todos de vuelta y antes de ponerse con ella El Barrio nos anunció que el 2025 se lo va a tomar de descanso y volverá el 2026 con una gira de celebración de su 30 aniversario. Y porque él lo vale, se permitió cumplir el capricho de poner a todo el auditorio a cantar Los peces en el río.
La recta final la iniciaron con A veces y completaron Torpe canción con unos versos de De lobo a cordero antes de enlazarla a El danzar de las mariposas, con la que empezó la despedida. Pero solo fue un amago, porque cabalgando sobre la batería de Bao llegó el popurrí de los recuerdos, comenzando, como mandaban los cánones, por el Comienzo, seguida de Buena, bonita y barata y unos desvaríos de eeeeoooos fredimercurianos bastante gratuitos que adornaron toda la interpretación de un Pa’ Madrid ampliamente coreado. Más desbarre con El licenciao antes de la despedida real, como no, con el Orgullo de su gente: somos los barrieros, venimos todos a una. Esta noche van a volverlo a hacer.
Danna Paola es una de las jóvenes cantantes exponentes de México. (Instagram/@dannapaola)
Belanova es uno de lo grupos que se ganó su lugar dentro de la historia musical de nuestro país y de forma muy especial gracias a canciones comoRosa Pastel, Cada Que, Por Ti, entre muchas otras. Esto ocasionó que a más de 5 años de no presentar música nueva continúen vigentes dentro del público mexicano.
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Ellos marcaron generaciones con sus letras melódicas, enamoradizas y también rompedoras de corazones, al grado de inspirar y tocar carreras artísticas de los nuevos cantantes que venían buscando un lugar detrás de ellos. Este fue el caso de Danna Paola quien es la segunda vez que demuestra su amor por Belanova al interpretar una segunda canción.
Esta vez se trató de uno de sus temas más populares que, si bien Danna Paola le dio una nueva versión al ritmo de la canción, todos los asistentes (o al menos la mayoría) a su concierto distinguieron de manera casi inmediata la letra del tema y corearon a la también joven actriz casi gritando cada uno de los lastimeros versos.
La cantante interpretó otro de los éxitos del grupo. (Ig: estilodf)
La canción que interpretó la joven mexicana lleva por nombre Me Pregunto. Una composición “romántica” que habla de los sentimientos de una persona después de que ocurre una ruptura amorosa y esas sensaciones de extrañeza al tener que modificar la vida que se conocía al lado de la pareja que ya no está.
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Si bien el tema no tiene un ritmo muy fluido, Danna Paola la cantó muy a su estilo y bajó aún más la velocidad de la composición musical para “sentirla más”, aseguraron los seguidores de la joven que fueron testigos del momento o que lo revivieron a través de las redes sociales, lugar donde se difundió el suceso.
Sin embargo, no todos aplaudieron la decisión de la cantante de hacer un homenaje a Belanova, sino que, como era de esperarse, aquellos fans del grupo donde Denisse era la vocalista, criticaron a Danna por tener que recurrir a éxitos de otros para poder llamar la atención.
Denisse Guerrero, vocalista de Belanova, reapareció en redes sociales. (Instagram/
@denisseguerreroofficial)
Esto fue lo que comentaron los usuarios de las plataformas digitales que polarizaron las opiniones: “Es que ellos si tuvieron éxito no como ella ninguna de sus canciones pega”, “A mí me gustaba mucho Belanova pero hay que reconocer que Danna puede cantar lo que quiera”, “Canta bien pero nada que ver con la única e inigualable Denisse de Belanova”, “O sea, sí canta hermoso, pero no tiene personalidad”.
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Otro de los temas que ocasionó polémica relacionado a la interpretación de Danna Paola de un éxito de Belanova fue que comenzaron a pedir una colaboración entre ambas, pero muchos lo rechazaron diciendo que la intérprete de Baila Mi Corazón no necesitaba participar con nadie para retomar su carrera artística.
Un video que se viralizó rápidamente en México fue el de una cantante y tiktoker japonesa llamada Leonair. Ella interpretó un cover de Rosa Pastel, de Belanova, gracias a las peticiones que hicieron muchos fans mexicanos que finalmente terminar aplaudiendo su actuación.
La tiktoker interpretó “Rosa Pastel”
Crédito: TikTok/leonairunion
Tras escuchar a la joven asiática cantar un tema de Belanova enseguida hicieron peticiones de más canciones del grupo, sobre todo porque consideraron que su español era muy fluido. Inclusive hasta le pidieron que cantara La Gata Bajo la Lluvia.
Si embargo, por el momento no volvió a cantar una canción en español por lo que los fans que buscaban escucharla pronto dándole voz a otro clásico de la música de México han tenido que esperar.
Este viernes fue el bautizo de Trazos Límbicos, primer poemario del médico psiquiatra, docente y poeta Luis Lira Ochoa, en la sede del Hospital Clínico Universitario, en compañía de sus más entrañables amigos y compañeros en el ejercicio de la medicina que es el crisol de estos versos.
En este poemario, publicado por Ediciones Koeyú, Lira va hacia las capas más profundas de la condición humana para mostrarnos esas heridas que lleva el alma a lo largo de la existencia y que nos definen en toda plenitud, según nota de AVN.
El libro fue presentado por Carlos Ortíz, coordinador de la edición y el doctor Miguel Ángel de Lima, quien en su discurso analizó brevemente la obra para dar paso al recital en la voz del autor quien deleitó a los asistentes con los versos más significativos, para cerrar con el canto de la coral de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV.
Los miedos, recuerdos, tormentos, el amor y la resiliencia como una cualidad inacabada de la humanidad quedan patentes en esta serie de poemas que reúnen la producción creativa de este autor durante 30 años, la cual ha compartido con el ejercicio de la labor médica y como servidor público.
Algunos de los versos de Trazos Límbicos se inspiran en grandes poetas de nuestra tierra como Ramón Palomares, Rafael Cadenas y Gustavo Pereira, en quienes abreva la continuidad de un mensaje primigenio que da paso a la variación de sus versos.
Luis Lira Ochoa nació en Pariaguán, estado Anzoátegui, sus incursiones en la escritura comenzaron apenas siendo un joven estudiante de Educación media, cuando comenzó a participar en diversos talleres y concursos de poesía.
Su labor como médico psiquiatra la ha compartido con el compromiso de ser servidor público. Egresado de la Universidad Central de Venezuela y actual director del Hospital Universitario de Caracas, fue presidente de la Fundación Barrio Adentro, viceministro de Hospitales y creador del Servicio de Psiquiatría del Hospital Los Samanes del estado Aragua.
También fue alcalde interino del Municipio Libertador de Caracas y viceministro de Comunicación del Ministerio del Poder Popular para la Comunicación y la Información.
Aquí un selección de los poemas de Luis Lira Ochoa:
Fantasmas
Buscándonos gentes del sueño y gentes del viento gigantes invisibles del inconsciente que no nos tocan; pero desgastan que no nos dejan que nos habitan agobian con su presencia aunque no estén.
Amigos
Famélico el perro me ladra su hambre en el aire huele mi corazón sudado flaco de muerte no pide mucho con ese poquito de agua que soy se alimenta y vive.
Guárdame
Guárdame en uno de esos sueños tuyos donde no seas héroe ni el primero. Guárdame en uno de esos sueños tuyos donde sin poder y pensativo andes. Guárdame en uno de esos trazos tuyos donde pintes la palabra hermano.
Papel
La hoja en blanco se jacta de haber derrotado al poeta se burla de las arrugadas de las que tienen rayones de las que contienen trazos no acabados. La hoja en blanco se ríe de las que se llenan de malos poemas.
Refugio
Habito en el cuerpo que fui con muchos miedos a cuestas trasnochado de olvidos cansado de mirar partidas pienso vuelo lejos al encuentro del refugio de esa gruta tibia bañada en miel donde te escondes.
José Antonio Zamora nació en su propia casa del barrio de Heliópolis, en 1958. Como tantos fotógrafos sevillanos llegó a esta disciplina a través de la Semana Santa, en 1984, en aquella época analógica en la que los reporteros se lo pensaban dos veces antes de apretar el botón de disparo. Zamora es lo que se llama en el gremio un todoterreno, un fotero que lo mismo hace un partido de Baloncesto, una corrida de toros o un reportaje sobre el Corpus de un pueblo perdido de Salamanca o Badajoz. Viajero incansable, ha fotografiado los rincones más ocultos de España, lugares en los que aún perduran las tradiciones más atávicas de la vieja Hispania. Colaborador de un sin fin de medios de comunicación, fue cartelista de la Semana Santa de Sevilla de 1989. En 2019, la legendaria revista ‘National Geographic’ lo nombró ‘Travel Photographer of the Year’ y dos instantáneas suyas han sido distinguidas como fotos del día por la edición digital de dicha publicación. Entre otros galardones ha merecido también el de Fotografía Popular del Ministerio de Cultura, en 2006, o el Fotoperiodismo Martín Cartaya, en 2017. Aparece en el quiosco Abilio con una Leica colgada al cuello y unas gafas de sol que no se quita en toda la entrevista. “Es que tengo algo de fotofobia”, se disculpa.
–El Quiosco Abilio, es uno de los pocos sitios que tienen manzanilla Pipiola en Sevilla. ¿Una copa?
–Claro. Adoro Sanlúcar de Barrameda. Allí están las cenizas de mi madre. La manzanilla sale en unos versos de la Carmen de Bizet. “Près des remparts de Séville/ Chez mon ami Lillas Pastia/ J’irai danser la Séguedille/ El boire du Manzanilla” [«Cerca de las murallas de Sevilla,/ a la taberna de mi amigo Lillas Pastia/, iré a bailar la seguidilla/ y beber manzanilla.”]
–Veo que ha venido con una cámara Leica, un auténtico mito entre los fotógrafos de todo el mundo.
–Fue la primera cámara de 35 mm. La inventó Ernst Leitz y el nombre es la abreviatura de Leitz Camera. Como habrá visto en las películas antiguas, los fotógrafos de prensa llevaban unas cámaras enormes, lo cual limitaba mucho su trabajo. La Leica se hizo inmediatamente muy popular. Reporteros de guerra como Robert Capa fueron los primeros en hacerla popular. La primera foto de Capa fue un mitin de Trotski en Copenhague.
–Una imagen llena de fuerza.
–La hizo con una Leica III que compró en 1934, cuando eran muy caras. Después se vino a la Guerra Civil española.
Todo indica que la famosa foto de Robert Capa del miliciano de Cerro Muriano fue un montaje
–Es cuando realizó la famosa foto del miliciano abatido en Cerro Muriano.
–En verdad fue en el pueblo de Espejo, también en la provincia de Córdoba. Él fechó la foto en Cerro Muriano, el 5 de septiembre de 1936, porque allí hubo ese día combates y constaba un muerto. En Espejo lo que había era un retén de milicianos haciendo la instrucción previa antes de marchar al frente. Prácticamente se da por hecho que la foto fue un montaje. En Espejo ese día no hubo ningún combate.
–Usted es un fotógrafo todoterreno. Y muy viajero. Recientemente estuvo proyectando en La Revuelta su montaje ‘Hispania profundísima’. España es inagotable.
–Inagotable. Conozco casi toda España. Soy más de fotografiar a las gentes que a los paisajes. Siempre que voy a un pueblo visito el mercado y el cementerio, ambos sitios te dicen mucho del ADN de un lugar y su población.
–Nunca he compartido la fascinación por los cementerios.
–Hay algunos fascinantes, como el de Casabermeja, en Málaga, o muchos de los de Galicia. En un cementerio de un pueblo de Córdoba llegué a demorarme tanto haciendo fotos que me quedé encerrado. Las tapias eran muy altas y no las podía saltar. Al final encontré una escalera que habían dejado junto a unos nichos y pude salir.
–¿Cuál es la España más genuinamente salvaje?
–Hay varias, pero elegiría Galicia, donde todavía hay zonas rurales que siguen siendo de otro tiempo, como si los últimos 40 o 50 años no hubiesen pasado por allí. Las señoras siguen vistiendo de negro y con pañuelos en la cabeza… Esa España se irá extinguiendo a medida que vayan falleciendo sus habitantes. En La Alberca, Salamanca, también te encuentras gente vestida como en la época de Ortiz Echagüe.
–Ha mencionado a uno de los pioneros de la fotografía geográfica española.
–Tengo una admiración tremenda por Ortiz Echagüe, un ingeniero militar y piloto que se anticipó a todo. Iba a los sitios más recónditos y les pedía a los habitantes que se vistiesen con los trajes antiguos regionales de sus antepasados, algunos ya incluso no se usaban. Gracias a esa labor muchas de esas costumbres no se han perdido. Hizo una labor antropológica muy destacable.
–También fue un gran paisajista.
–Sí, un gran fotógrafo en general. Estuvo en la Guerra de Marruecos y tuvo mucho que ver con Hispano Aviación. Él mismo positivaba las fotos. Hace poco pude ver en Burgos algunos originales suyos y comprobé su calidad. Donó todo su archivo a la Universidad de Navarra.
–Hablando de archivos, el otro día vi un reportaje en Tendido Cero sobre el esfuerzo del estudio Botán de Madrid por conservar su archivo histórico. Allí se denunciaba la gran pérdida documental que está suponiendo la desaparición de muchos archivos personales de fotógrafos.
–Yo he llegado a encontrarme diapositivas de gran calidad sobre la Semana Santa de 1961 en un contenedor de basura. Recuperé algunas, pero no todas, porque me daba vergüenza meterme dentro del contenedor. Me quedé con la pena de no hacerlo.
En Galicia hay zonas por las que parece que no han pasado los últimos 50 años
–Usted también ha sido fotógrafo taurino. ¿Qué debe primar, la espectacularidad o la estampa preciosista de un buen pase?
–Ese último que usted dice, el del pase bien dado, es el estilo Arjona. Para mí debe ser una mezcla de todo. Yo hice fotos para el Cossío y una de las pautas que me dieron es que siempre debían salir la cara del torero y la cabeza del toro, nunca el culo del toro y el torero de espaldas. Eso siempre lo he aplicado. Aunque para mí lo mejor de los toros no está en la faena, sino en el patio de cuadrillas y el ambiente en los tendidos.
–Al baloncesto también le ha dedicado muchas horas.
–Estuve 13 años de fotógrafo del Caja San Fernando y también con la selección española. El Baloncesto me enseñó a ser rápido fotografiando. Es un deporte mucho más ágil que el fútbol y tienes que estar muy ligero de reflejos.
–¿En qué etapa está ahora José Antonio Zamora?
–En la fotografía de viajes. Me gusta ese reto permanente de ir a hacer un reportaje a un sitio en el que no sabes qué te vas a encontrar.
–Precisamente, en 2019 usted fue nombrado por la legendaria revista National Geographic ‘Travel Photographer of the Year’. Es para cuadrarse.
–Fue gracias a una foto que hice en las fiestas de las Luminarias, en San Bartolomé de Pinares, en Ávila. Es un rito impresionante de purificación de los animales. Pasan con los caballos por unas hogueras enormes. A los animales no les pasa absolutamente nada, pero el espectáculo es fantástico. Va hasta la televisión japonesa.
–Las fotos son muy buenas. En 2018 y 2019, la web de National Geographic escogió dos instantáneas suyas como foto del día.
–Curiosamente las dos fueron fotos del Rocío, del camino de Huelva. Me llamó la editora del National Geographic para que le explicase bien qué era aquello. No entendía del todo qué era una romería, qué hacía allí la gente.
–El fotógrafo siempre tiene algo de indiscreto.
–Más bien de curioso. Las virtudes de un buen fotógrafo son la curiosidad y la paciencia.
El Ayuntamiento, más allá de alguna exposición, apuesta muy poco por la fotografía
–Además de viajero, es un fotógrafo contumaz de su ciudad, Sevilla. Debe ser difícil tomar fotos de una urbe tan abonada al tópico y tantísimas veces retratada.
–A Sevilla ha venido todo el mundo a hacer fotos: Cartier Bresson, Brassaï, Robert Capa… gente muy buena. Pero a Sevilla siempre se le encuentran cosas, incluso aquí en el Parque. A mí me gusta más fotografiar el paisanaje que el paisaje, porque es inagotable. Solo hace falta darse un paseo por los alrededores de la Catedral para que surjan mil situaciones.
–Y es, por supuesto, un fotógrafo de Semana Santa, que es casi un género.
–Yo tuve un amigo fotógrafo del que aprendí mucho: José Antonio Viloria.
–El de aquellas famosas postales del escudo de oro.
–Él me decía que el gran cáncer de la fotografía en Sevilla era la Semana Santa. Que la gente estaba muy asemanasantada, porque sólo sacaba la cámara en estas fechas y luego la guardaba hasta el año siguiente. Por eso, muchos se han adocenado. Pero yo reconozco que empecé haciendo fotos gracias a la Semana Santa de 1984. Me dejaron una Nikon y me la patée entera, desde la salida de la Paz hasta el final. Hacía un carrete por día, no tenía dinero para más. Hoy, con las digitales, es difícil comprender esto. Era otra época. Prefiero esta. No echo de menos la fotografía analógica para nada. Recuerdo cómo rezaba varios padrenuestros mientras revelaba para que todo hubiese salido bien. Ahora, sobre la marcha, puedo comprobar el resultado y rectificar si hace falta.
–Usted fue cartelista de la Semana Santa.
–En el año 1989, con una foto del Cristo del Amor saliendo de la Catedral. Eran mis comienzos semiprofesionales y para mí fue un impulso. Fue un orgullo.
–En mis años de chaval muchos de los carteles oficiales de Semana Santa solían ser fotografías. Hoy son casi exclusivamente pinturas.
–Yo reivindico el cartel fotográfico. A ver si el Consejo de Hermandades me hace caso, cosa que dudo. Ha habido carteles fotográficos muy buenos y otros pictóricos muy malos. También se podrían hacer dos carteles, uno por disciplina. Aquí, en Sevilla, hay fotógrafos muy, pero que muy buenos. Me estoy acordando de Eduardo Abad, jefe de fotografía de EFE y que era un auténtico maestro para todos nosotros. Yo lo conocí en el Mundial de Ajedrez de Sevilla de 1987 y en los descansos charlábamos bastante. Él acababa de llegar de Madrid y me dijo que le había sorprendido la calidad fotográfica que había en Sevilla. Ahora, en 2023, sigue siendo igual. El problema es que el Ayuntamiento, más allá de alguna exposición, apuesta muy poco por la fotografía. Debería crear algún tipo de certamen, como sí hacen en Córdoba, Algeciras y Málaga. Eso sí, hay colectivos, como el llamado Lucila.
–Aquel Mundial de Ajedrez, en el Lope de Vega, fue un evento muy sonado en la ciudad. Entre otras cosas enfrentó a dos grandes de la historia, Karpov y Kasparov, que tenían una rivalidad más allá del ajedrez. ¿Quién de los dos era más fotogénico?
–Karpov era más frío y Kasparov ponía caras más raras. A nosotros nos daban los cinco primeros minutos de la partida para hacer la foto. Me llamó la atención que cuando Karpov movía ficha no miraba al tablero, sino a la cara de Kasparov.
–Tiene unos primeros planos impresionantes de cristos. Especialmente los del Gran Poder. Debe ser muy difícil (y arriesgado) esa intimidad con una imagen devocional tan importante.
–Fotografiar al Gran Poder impone, y más a mí que soy hermano. Yo he estado muchas veces a su lado, incluso a solas. Es una imagen que parece que tiene vida. Ha habido veces que hasta me han temblado las piernas. Cuando esa imagen tan poderosa te mira en la penumbra… Yo creo que en la madera tiene impregnada los millones de oraciones que ha recibido durante siglos. Es una imagen verdaderamente sobrenatural.
Me llamó la atención que cuando Karpov movía ficha no miraba al tablero, sino a la cara de Kasparov
–¿Cuáles han sido sus principales influencias?
–La primera ya ha salido, José Antonio Viloria, que fue el que me dijo que había que distinguir entre una foto bonita y una buena, que no son ni mucho menos lo mismo. Me encantaba ir a su tienda de fotografía en Nervión en compañía de Enrique Taviel de Andrade, otro referente para mí. Vilora, que era un gran crítico y teórico, me empezó a enseñar libros de grandes fotógrafos (Sebastiao Salgado, Robert Frank…) que yo no conocía. Fue descubrir un mundo, porque yo en esa época hacía postalitas y poco más. También me ha influenciado Cristina García Rodero, con la que tuve la suerte de trabajar…
–En algunos retratos he visto cierto rastro de Atín Aya.
–Claro, Atín Aya ha sido uno de los grandes, un referente. Si Atín hubiese sido de Barcelona hoy estaría mucho más reconocido. Yo aprendo continuamente, también de los jóvenes. Soy una esponja que lo recoge todo.
–¿Algún barrio extramuros que le guste fotografiar?
–El Tiro de Línea. Sigo viendo allí gente y costumbres como de la Sevilla que conocí de chico. También el Cerro del Águila.
–Recomiéndeme algún libro de fotos de Sevilla.
–Hay un libro maravilloso de Ramón Masat, con textos de Víctor Pérez Escolano, titulado Sevilla, que editó Lungwerg. También están los clásicos, el Sevilla eterna, de Luis Arenas, o el de Alberto Schommer, La luz, Sevilla. Cuando lo estaba haciendo me lo encontré por la zona del Ayuntamiento. Iba con un ayudante y llevaba una de las primeras Nikon F5 que salieron al mercado. Hay otro volumen muy interesante que salió durante la Expo, de Juan Antonio Fernández Durán…
–Se le está olvidando ‘Las calles de Sevilla’, escrito por Manuel Ferrand y con fotografías de Alberto Viñals. Esa Sevilla de los 70 en blanco y negro …
–Lamentable olvido. Ese libro lo tengo en sitio preferente en mi biblioteca, tanto que me tuve que comprar otro en la Feria del Libro de Viejo porque mi ejemplar estaba destrozado de tanto consultarlo. Es un referente total.