Eduardo Rosa (Madrid, 1993) es un actor que iba para futbolista profesional, en concreto para portero. Nos cuenta que jugó hasta los 18 años en un filial del Real Madrid, el Club Deportivo Canillas, pero una clase de expresión corporal durante el bachillerato cambió el rumbo de su vida. El giro no le salió mal: Presunto culpable, La casa de las flores, La trilogía del Baztán, El desorden que dejas –aquí, el final explicado–, Poliamor para principiantes y ahora la serie que está arrasando en HBO Max Pollos sin cabeza.
Casualidades de la vida, esta nueva ficción producida por Álex de la Iglesia –revisa su confesiones desconocidas– y Carolina Bang gira en torno al mundo del fútbol. No hace falta que te guste el ‘deporte rey’ para disfrutar de esta trama, porque de lo que aquí de verdad se habla es de los entresijos de la profesión: de representantes, de futbolistas estrella, de sus familias, de contratos millonarios, de caprichos, de traiciones y de jugadas, y todo en tono de comedia para que nos echemos unas buenas risas. Y como Eduardo aún no ha colgado las botas –luego nos lo cuenta con más detalle–, le hemos pedido que se vista de futbolista pero de esos que derrochan estilo. Como él va sobrado de eso, no se ha podido resistir, claro, y además nos ha regalado una de esas sesiones fotográficas de alto riesgo. ¿Que cuántas ‘palomitas’ –según la RAE, parada espectacular del portero con una estirada en el aire luciéndose más de lo necesario– ha realizado para que nuestro fotógrafo le captase en el aire? Pocas, la verdad. Con sus aptitudes, al tercer performance ya lo había clavado. Gracias, Eduardo, menos mal que teníamos colchonetas para el aterrizaje.
¿Te ficharon para Pollos sin cabeza por buen actor o por saber jugar al fútbol?
Espero que por lo primero [risas], porque no sabían de mi afición. Ha sido una bonita casualidad.
¿De qué va Pollos sin cabeza?
Es una comedia fresca, elegante, muy bien tratada, que no peca de chistes manidos, que tiene un humor muy fino y que sus protagonistas, Hugo Silva, un ex futbolista reconvertido en representante, y Óscar Casas, que hace de Willy, una joven estrella del fútbol, están espectaculares.
¿Quién eres tú en esta historia?
Soy Jesús, el hermano mayor de Willy que anda todo el día entre su hermano y el mánager. Quiere enterarse de todo, intervenir en las decisiones, pero a veces mete la pata. Es una relación a tres bandas muy cachonda que deja al descubierto lo que muchas veces ocurre entre bambalinas.
¿Cuánta realidad hay Pollos sin cabeza?
Sin que se ofenda nadie, creo que mucha, porque el creador y guionista es Jorge Valdano Saénz, hijo del mítico Jorge Valdano, con una herencia futbolística clara. Los jugadores de fútbol dicen que con solo ver a un tipo atarse las botas ya saben si juega o no juega. Pues Valdano es de los que sabe no solo eso, sino todo lo que se cuece y cómo es la parte de atrás de un equipo de primera división.
Tú tampoco eres profano en esto del balompié, creo que sabes muy bien cómo defender una portería.
Sí, así es. Yo hasta los 18 años pretendí ser jugador profesional. Jugaba en un filial del Real Madrid, en el Canillas. Toda la niñez y la adolescencia me las pasé queriendo ser Iker Casillas –recuerda aquí por qué se ríe de Albacete–. Lo tenía todo: el póster en la habitación, su biografía en la mesilla de noche, su uniforme, sus botas, sus guantes. Lo pedía todo a los Reyes Magos.
¿Es cierto que llegaste a ser el doble de Iker Casillas?
Sí, me dediqué tanto a estudiarle como portero que cuando cambié el fútbol por la interpretación, me contrataron en unas pruebas para ser el doble de luces de Iker. “Lo clavas”, me dijeron [risas]. Para mí aquello fue un sueño: por un lado por fin me pagaban por estar en un campo de fútbol y por otro era el doble de mi ídolo.
Iker Casillas ha sido su entrenador por un día
¿Has llegado a conocer a Iker Casillas?
Sí, y no hace mucho. La Liga y los Premios Platino organizaron un partido que enfrentaba a ex futbolistas contra futbolistas y cantantes. Tuve la suerte de que mi entrenador era Iker Casillas.
¿Y cómo reaccionaste al tenerle frente a frente?
Imagínate, me emocioné muchísimo. Charlé con él, le confesé mi admiración… Y él me dijo que le habían dicho que yo jugaba muy bien, menuda presión [risas]. Luego Sebastián Yatra –aquí sus sueños cumplidos–, que también jugaba ese día, me metió un golazo por la escuadra izquierda muy importante y lo colgó en su Instagram [risas]. Yo también paré unos cuantos goles, ¿eh? Lo pasé realmente bien.
Si te gustaba tanto el fútbol, ¿por qué colgaste las botas y te pusiste a estudiar arte dramático?
En segundo de bachillerato, durante una clase de Educación Física, hicimos unos ejercicios de expresión corporal en grupos de tres que consistían en recrear emociones reconocibles. A esa edad todos salían a hacer el bobo y el resto nos reíamos. A mí me tocó expresar furia, ira. Ese día yo me lo tomé en serio y de pronto la gente se dejó de reír. Es más, algunos compañeros empezaron a poner cara de miedo y la profesora paró el ejercicio y me preguntó si estaba bien y luego que si había hecho teatro alguna vez. Contesté que estaba bien y que nunca había hecho teatro. Me dio la enhorabuena y me puso un 10. A las pocas semanas hablé con el entrenador de fútbol y le dije que prefería dejarlo.
Cuando acabó el colegio, Eduardo se marchó a Galicia de vacaciones con sus padres. Uno de esos días, en la playa, les dijo que quería ser actor. Ellos no daban crédito, sobre todo porque, además, había suspendido 6 asignaturas de 8 y le esperaba un verano de esos de hincar codos. Fue entonces cuando su padre le aconsejó que estudiara algo más provechoso, por ejemplo Turismo, ya que al joven Eduardo le encantaba viajar, y que eso de actuar lo dejara como afición para sus ratos libres. No le quedó otra que aceptar su destino, pero cuenta que en cuanto llegó a la facultad empezó a pegar carteles que decían: “Se ofrece actor para escenas”. Y así empezó todo, primero entre compañeros y después haciendo castings para publicidad. Estudiar arte dramático vino después.
¿Algún antecedente familiar que pudiera echarte una mano (y no solo con tus padres)?
Nadie, en mi familia no teníamos ni medio contacto en el mundo del cine, el teatro o la televisión. Mi padre era ingeniero de Telecomunicaciones y mi madre era funcionaria, así que ellos solo querían que estudiara una carrera y que encontrara un trabajo que me diera de comer, pero yo lo tenía claro.
Imagino que ahora estarán felices al ver que tus planes no eran un capricho.
Sí, mucho, de hecho me acompañan a todos los estrenos. Cuando estrenamos en Netflix La casa de las flores se emocionaron de verdad. Se celebró en un auditorio con más de mil personas, había una energía increíble, y cuando me tocó hablar, dije: “Hace unos años, en una playa, les confesé a mis padres que quería ser actor. Esta noche va por ellos”.
Y ahora tu trayectoria, aunque corta por edad, es jugosa: Presunto culpable, La casa de las flores, La trilogía del Baztán, El desorden que dejas, Poliamor para principiantes, In from the cold… ¿Cuál ha sido tu mayor reto hasta la fecha?
In from the cold (El regreso de la espía, disponible en Netflix) fue todo un desafío porque conseguimos entrar con esta serie en el mercado norteamericano gracias a mis agentes, que son unos virtuosos. Ha sido lo más difícil que he hecho por el idioma y por la acción física que exigía, que era bestial. Tenía cinco dobles para las escenas de acción: uno de moto, otro de parkour… Yo quería hacerlo todo, pero el productor no me dejaba. El trabajo más emocional creo que ha sido, sin embargo, Presunto culpable. Yo entonces trabajaba en una cadena hotelera de becario y empezar a trabajar de actor fue un sueño, mejor que si te toca la Lotería [risas]. Y la mejor experiencia ha sido sin duda La casa de las flores porque, además de trabajar con ese equipazo (Manolo Caro, Paco León –aquí su estreno en Hollywood–, Cecilia Suárez), vivir en México unos meses fue espectacular.
¿Te has acostumbrado ya a no tener una nómina y a estar pendiente del siguiente proyecto?
[Risas] No mucho, la verdad. Si por mí fuera solo me cogería dos semanas de vacaciones y el resto del año me lo pegaría trabajando. Tengo 29 años y mucha pasión y energía.
¿Tu próximo proyecto?
Un thriller psicológico titulado El aspirante. Va sobre las novatadas en las universidades. Interpreto a una especie de psicópata. Está muy alejado de mí, claro, por eso lo he disfrutado tanto. Se estrenará en cines, creo, a finales de año.
Se nota que te apasiona tu trabajo. ¿Para ti tu profesión no tiene una cara B?
Sí, también la tiene. Los actores estamos tan acostumbrados a hacer de otros que a veces uno se pregunta: “¿Dónde quedo yo?”. Necesito ser yo en algún momento de mi vida. Por eso, entre proyecto y proyecto, necesito saber quién soy yo, buscar mis necesidades, observar cómo reacciono ante las cosas y dejar a un lado la partitura.
Además, los recuerdos son una parte importante de la caja de herramientas de un intérprete. ¿Cuáles son tus primeros recuerdos?
Tengo dos: uno con mi madre, llevándome a montar a caballo; y el otro, con 5 años, con mi padre en el cine viendo La máscara del Zorro. Me llevó a ver esa película tres veces en el año 1998. Me encantaba. Y cuando acaba y salíamos yo siempre intentaba ver qué había detrás de la pantalla porque pensaba que ahí estaba todo el sarao que había visto. Una de esas veces me encontré con un señor vestido de El Zorro y, según me dijo mi padre, mi cara de sorpresa fue como si estuviera viendo bajar del cielo al Mesías [risas]. Por eso mi gran sueño como actor sería poder hacer la tercera parte de El Zorro y por eso he aprendido a hacer esgrima, a montar a caballo. Ojalá pudiera trabajar con Antonio Banderas, claramente mi referente desde la infancia.
¿Has coincidido alguna vez con él?
No, y si lo hiciera estoy convencido de que me daría un ictus [risas].
¿Por qué?
Iker Casillas fue mi ídolo de la infancia, pero Antonio Banderas –aquí sus mejores momentos– es mi mayor referente, por el que me hice actor. Cuando salía frustrado de una clase de teatro, repasaba mentalmente sus entrevistas en las que contaba cómo había empezado su carrera de actor, cómo había llegado a Madrid con lo puesto dispuesto a trabajar de lo que fuera por alcanzar su sueño. De hecho, confieso que, siguiendo sus pasos, un día me planté en el Teatro María Guerrero de Madrid para preguntar qué tenía que hacer para que me hicieran una prueba. Él lo hizo en los 80, yo en los 2000 y pico. Yo soy actor gracias a Antonio Banderas, aunque él no lo sepa.
Eduardo Rosa parece que es uno de esos tipos que acaban cumpliendo todo lo que se proponen, así que no nos extrañaría que en los próximos años protagonizara alguna película junto al actor malagueño. Ese tesón que le pone a todo lo que hace puede que le venga del esfuerzo y la disciplina que conlleva entregarse de verdad y desde niño al deporte. “Esta profesión no solo hay que desearla, también hay que necesitarla. Si no, al final no aguantas porque decepciones te llevas unas cuantas”, reconoce. Cuenta que durante su época de estudiante le fichó una agencia de representantes y que, después de unos meses, le rechazaron. “Nunca lo he contado, pero una agencia española de representación me echó. Creo que fue el momento más duro de mis inicios. Me hizo dudar mucho, llegué a pensar que no valía para esto. Menos mal que al final tiré para adelante”, dice.
¿El deporte sigue siendo parte de tu vida?
Sí, es fundamental para mí, me asienta la cabeza. Ahora juego los domingos que no ruedo en un equipo de aficionados que se llama El independiente. Es un equipo de amigos, no federados, que nos reunimos en el Centro Deportivo Militar La Dehesa, en Madrid, un club al que voy desde niño con la familia. Allí también monto a caballo, me apasiona. Recuerdo que de niño, en una fiesta de disfraces, me vestí de El Zorro y aparecí montando un poni negro [risas] al que llamé, cómo no, Tornado como el de El Zorro. Era mi obsesión.
Eduardo, ¿siempre tienes tan claro lo que quieres y lo que no? ¿Cuál es la lección más grande que te ha enseñado la vida?
A ver, también tengo mis dudas y mis comeduras de cabeza, pero lo que sí tengo clarísimo es que hay que aprovechar el momento. Nadie te va a asegurar que seguirás aquí mañana, la semana que viene o el mes que viene. Es duro y se nos olvida, pero es así.
Una última pregunta: si no fueras Eduardo Rosa, ¿te caería bien Eduardo Rosa? ¿Sería tu colega?
¡Buf, qué pregunta más difícil! Es que no tiene nada que ver cómo se ve uno a cómo te ven los demás. Hay una persona fundamental en mi vida que una vez me dijo: “¿Cómo quieres que te vean? ¿Cómo eres? ¿Cómo te gustaría ser?”. Yo creo que soy un tipo majo, no sé. He trabajado mucho en publicidad, y no solo poniendo la cara, sino también muchos cables y carteles para eventos. Por eso en los rodajes soy amable con todo el mundo, desde el técnico al director, porque nadie es mejor que nadie. Creo que la vida es como un Monopoli, cuando se acabe esto nada significará nada, ni el dinero, ni las posesiones. Estamos de paso, así que intento ser un buen tipo. Si lo consigo o no, eso deberían decirlo los demás.
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