Cleopatra VII: la falsa imagen de la belleza


POR VERÓNICA MARTÍNEZ

LICENCIATURA EN HISTORIA, UAQ

 

Inmortalizada en pinturas, obras literarias y en el cine, la concepción general que existe sobre Cleopatra, la última faraona de Egipto, es que fue una mujer sumamente hermosa, cuando la realidad es que no hay evidencias de la legendaria belleza que se le adjudica. A pesar de esto, la historia de Cleopatra VII y su reinado ha quedado irremediablemente ligada a su supuesta belleza y a sus relaciones “amorosas” con los poderosos políticos romanos Julio César y Marco Antonio, demeritando así a la mujer estratega y gobernante.

La manipulación de su imagen, sin embargo, no comenzó con su muerte. Cleopatra, una mujer consciente de su estatus y de la influencia que éste traía consigo, utilizó su imagen a su favor. Desde los inicios de su gobierno, se dio a la tarea de construir minuciosamente las representaciones de su persona, adaptándolas dependiendo del contexto y del público al que ésta iba a llegar; cuando estaba en la necesidad de legitimar su posición en el trono, Cleopatra acudía a rasgos y características helénicas, mientras que cuando necesita crear lazos con sus súbditos egipcios, se representaba a sí misma según la tradición egipcia. La percepción popular lo era todo, y Cleopatra logró sacar provecho del poder y de la influencia que ésta podía traer consigo. Dependiendo de la situación, su figura podía ser plasmada en un estilo muy griego, como si perteneciera a la aristocracia helénica, mientras que en un contexto distinto, podía llegar a representarse con características egipcias; no se trataba de belleza, lo que se quería transmitir era su poder.

El desprestigio de Cleopatra se originó con Octavio, el primer emperador romano, gracias a la relación que ella tuvo tanto con Julio César como con Marco Antonio: Cleopatra, antes vista con un cierto interés en Roma, pasó a convertirse en una mujer odiada por todos. Una de las formas en la que se llevó a cabo esta transformación fue a través de la confrontación entre Octavia, esposa de Marco Antonio y hermana de Octavio, y Cleopatra. Como bien explica María García Fleitas en el libro Plutarco y las Artes. XI Simposio Internacional de la Sociedad Española de Plutarquistas: “[…] Octavia simboliza Roma y lo que Roma espera de una mujer, y el alabado papel de madre y esposa sólo podía corresponder a ella, no a una mujer promiscua, manipuladora y, además, extranjera”. Lo que resulta interesante es que, aunque Cleopatra era madre de cuatro hijos, la concepción histórica que se ha tenido de ella ha eliminado su maternidad por completo en favor de destacar su carácter “promiscuo”.

Incluso su muerte, una vez analizada más a profundidad, es vista en la cultura popular más como un acto de amor hacia Marco Antonio que como la estrategia política que realmente fue. Esta idea se fue originando a partir del Renacimiento y se fortaleció con obras como la de William Shakespeare, Antonio y Cleopatra, en la cual se representa la relación entre los amantes como un romance desenfrenado y pasional, y no como la alianza política de la que se trató.

A pesar del cuidado que tuvo con las representaciones de su persona, lo que permanece en la memoria colectiva son los testimonios, muchas veces infundados y manipulados, de sus enemigos. La belleza de Cleopatra es legendaria, sin embargo, no tiene fundamento alguno. La propaganda octaviana tan sólo fue el inicio de las miles de representaciones que definieron su imagen pública a lo largo de la historia. Tras la labor de destrucción de su reputación por parte de los políticos romanos, Cleopatra quedó representada ante el mundo como una mujer promiscua, manipuladora y oportunista. Su intelecto fue minimizado y sus motivaciones fueron tergiversadas a pesar de haber sido una mujer que, en la totalidad de su gobierno, logró evadir el dominio romano de Egipto.

La historia de Cleopatra, como ha sucedido con la historia de miles de mujeres a lo largo de los siglos, quedó definida por las relaciones que sostuvo con los hombres. Y sus enemigos, aquéllos que mancillaron su nombre en vida, lo hicieron también tras su muerte, haciendo que su apariencia, la cual en realidad sigue siendo un misterio, se convirtiera en la falsa imagen de la belleza.





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