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Es sábado. La tarde cae, y mientras mis bulliciosos colegas de El Arte de Vivir caminan hacia el Jardín Japonés para cumplir el sueño de una meditación sobre el agua, me quedo en la residencia académica del Botánico Nacional escuchando un increíble concierto de pájaros y viento.
Es una tarde hermosa. Hemos atravesado en estos días procesos muy fuertes para desintoxicar cuerpo y mente, y Flor, la hermosa instructora argentina, advirtió desde el principio que aflorarían al espíritu algunas turbulencias que era preciso dejar ir, como todo lo que envenena la existencia.
No sé por qué, mientras revuelvo la crema de calabaza que engullirán los otros al regreso, me da por acordarme de esos amores difíciles a los que me aferré en algún momento, por días, meses o años, y luego dejé ir, despegándolos del alma en mayor o menor grado, muchas veces gracias a la música.
Yo tengo un amor pequeño y esquivo, / disperso como la espuma en el agua / que quiere y no quiere darme su signo / por miedo a la astrología y la jaula.// Que tiene de capricornio y de virgo / y un poco de mayo hundido en el alma / de tanto sol donado y convicto / pero con una luna en las alas.
De a poco entiendo que los más difíciles de tolerar no fueron aquellos matrimonios más o menos formalizados, o los triángulos en los que fui punta o rama agregada, o las historias de celos, posesión, encierros y peleas…
Esos se despegaron, aunque no sin dolor, convertidos en crónicas o lecciones de vida, como la herida profunda que un buen día cicatriza y deja de molestar al músculo en su cotidiana faena.
Pero hay otros “amores” superficiales, platónicos, unilaterales o caprichosos, en los que duele por más tiempo el no-ser, o el verte convertida en objeto de la obsesión ajena cuando no quieres ser grosera, pero tampoco te interesa un rol en esa película.
Yo sé que me está adorando a escondidas / quizás hasta presumiendo tenerme / volcado bajo su andén, sobre la cima de su placer / a hurtadillas, como siento.
De esos también he hablado aquí, a veces, aunque muchas historias no las cuento porque temo dar pistas a quienes adoré en silencio, sin intenciones de permear sus vidas, y sé que me leen aún; o a quienes debí frenar en seco más de una vez y si les doy protagonismo público seguro se alebrestan.
Pero sí puedo hablar de los sobresaltos de adolescencia, en los que suspiraba por los rincones de una beca de similares pasillos, mientras hilvanaba versos a la luz del ocaso. O de aquellas historias de efímero sabor, en las que pasé mucho tiempo esperando un parpadeo o bebiendo palabras de esperanza, lanzadas en tangente insinuación.
Yo tengo un amor difícil contigo / que no ventila su olor, que no se exhibe / pero que carga mi corazón / avasallando,
como un ciclón, / un deseo / que no dice.
¿Para qué negarlo?, también recuerdo en este minuto a las mujeres que alguna vez se acercaron con más o menos obvias intenciones de desatar su lírica entre mis piernas, de regalarme orgasmos y poemas, e incluso de suplir en mi hogar esa carencia de sistematicidad para las labores cotidianas.
Sin prejuicios, y agradeciendo de alma y voz sus atenciones, a todas dije no con un beso en el rostro, como lo digo a cualquier ser por el que no me laten mariposas ni se me acaba el piso en su presencia.
Yo tengo un amor difícil contigo / aunque me pese lo contendré para siempre / porque más vale la obscuridad para un cariño / que no tolera la gente… diferente.
Y claro, en estas circunstancias viene a mi mente mi Zahir, aquel ser que conservo en una nube de idealismo lejano, de quien elijo siempre guardar lo mejor, aunque la vida se encargue de adormecer su efecto, y ya tenga el color de los viejos daguerrotipos de la abuela.
En estas cavilaciones me sorprende una llamada telefónica: “¿Todo bien? ¿Cómo van los procesos?”. Una charla sencilla, cotidiana, segura… un relato del día salpicado de humor, un chequeo de los temas a trabajar en la semana y un “te extraño” no dicho, pero palpable de ambos lados.
Entonces, la epifanía: el amor más difícil es el que logra sostenerse sin el impulso de las hormonas, sin dependencias materiales o económicas, sin miedo a perder tu encanto físico, sin obligaciones ni chantajes emocionales…
Yo tengo un amor oculto y sencillo, / sin precio, sin garantía, ni dueño / que goza lo que le doy sin testigos
y canta al final, bendito y risueño. // Yo sé que me está pidiendo que diga, / que expanda mis emociones, que vibre / volcado bajo su andén, / sobre la cima de su placer / a hurtadillas como vive.
Yo tengo un amor difícil contigo…
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